Relato corto de fecha, temas de fondo, imágenes y estilo semejantes a los de Una puerta que nunca encontré y El niño perdido, publicados también por Periférica. El protagonista es John, un joven profesor de una universidad del este que vuelve al pueblo del sur donde nació y creció, y donde viven su madre y sus hermanos. Al llegar, encuentra que su ciudad está como enloquecida y que sus habitantes, empezando por su madre, viven en un frenesí de compra y venta de inmuebles.
Los encuentros que va teniendo le hacen pensar que viven en una especie de “jolgorio demencial”, “como si la energía galopante de una poderosa droga se hubiera apoderado de todos”. El narrador hace notar lo exasperante de que tantos derrochen “las ganancias de toda una vida para hipotecar las de toda la generación venidera” y termina uno de sus capítulos señalando que “corría el mes de julio de 1929, el año fatal que trajo la ruina a millones de personas en todo el país”…
Pero, aparte del interés particular que tienen las semejanzas de aquella situación de la Depresión con otras que conocemos de cerca, la historia sirve también, para quienes no conozcan a Wolfe, de introducción a una de sus imágenes favoritas para inundar sus narraciones de nostalgia. Al principio del relato, cuando está llegando a su pueblo, recuerda, “como escuchara otras diez mil veces en su infancia, la rueda de la locomotora, el tañido de la campana, el silbato del tren”. Y al final, casi al terminar su relato, cuando está ya cansado de su familia y el deseo de marcharse crece en su interior, “ya muy lejos, casi a punto de desaparecer en la noche, pudo oír por última vez el silbato del tren, como un grito postrero, con su profecía salvaje y secreta, con el dolor de las partidas y, a la vez, su triunfante promesa de nuevos territorios”.