LG00182901

La identidad desdichada

Alianza.

Madrid (2014).

203 págs.

16 € (papel) / 12,98 € (digital).

Traducción: Elena-Michelle Cano e Íñigo Sánchez Paños.

TÍTULO ORIGINALL’identité malheureuse


Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 91/14

El filósofo, ensayista y miembro de la Academia Francesa Alain Finkielkraut, lleva varias décadas reflexionando sobre la sociedad contemporánea (ver Aceprensa, 6-12-2006 y 1-12-2010). En La identidad desdichada aborda la actual crisis de identidad de su país, y de algún modo la de Europa, centrándose en la influencia política y social de la ideología multiculturalista.

Partiendo de la controversia que se inició en 1989 sobre el uso del velo islámico en las escuelas, y repasando las diversas posturas sobre el problema, Finkielkraut expone el dogma multicultural: el Otro –encarnado principalmente en los inmigrantes de las antiguas colonias francesas, de cultura musulmana– exige no ser integrado en la cultura francesa, en virtud de su diferencia. La cultura francesa, lastrada por la mala conciencia histórica, no estaría legitimada para examinar a las demás; pero, yendo al núcleo de la ideología subyacente, tampoco podría hacerlo porque sería ilegítimo juzgar a una cultura e imponerle nada. La respuesta del autor: si hay un derecho a ser Otro, la cultura francesa lo tendría para ser el Otro del Otro.

“Olvidar o excomulgar nuestro pasado no es abrirnos a la dimensión del futuro: es someternos sin resistir a la fuerza de las cosas. Si nada se perpetúa, ningún comienzo es posible. Y si todo se mezcla, tampoco. Lo antiguo y lo moderno corren el riesgo de hundirse juntos en el océano de la indiferenciación. El Mundo humano y terrestre necesitan fronteras”, explica.

¿Pero qué es lo que fundamenta a los franceses, y por extensión a los europeos? El ensayo cifra principalmente la solución en el laicismo emanado de la Ilustración y encarnado en el modelo educativo de la escuela republicana: un ámbito con autonomía frente a las comunidades culturales, a las familias y a las políticas del propio gobierno, donde el maestro sería el guardián y transmisor de los valores universales del espíritu.

Si bien el autor no se cierra a los valores espirituales asentados en Occidente, cabe juzgar si su propuesta peca de unilateral, idealista y rígida, y en qué grado contaría con y se abriría a tradiciones espirituales que están en la base de los logros de la misma Modernidad ilustrada que propone.

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