Yascha Mounk es un joven politólogo de la Universidad de Harvard, que está logrando una gran difusión porque se ocupa de uno de los temas más candentes de la actualidad: el ascenso del populismo, del que no se ha librado EE.UU. Su tesis es que la democracia liberal ha terminado siendo víctima de su propia complacencia: al principio, tras la derrota de los fascismos en 1945, se convirtió en el sistema propio del mundo occidental, y, desde 1989, con la caída del comunismo, pareció consolidarse como el único modelo posible, en el momento en que muchos supusieron que la historia había terminado.
En cualquier caso, la época dorada de la democracia liberal, aquella en la que, tanto en EE.UU. como en Europa, un partido de centro-derecha y otro de centro-izquierda se alternaban en el gobierno, queda ahora un tanto lejana. Por aquel entonces, indudablemente existían diferencias ideológicas entre quienes alcanzaban el poder, pero su concepción de la democracia era similar y en general no se cuestionaban las instituciones. En ese contexto, el futuro del sistema parecía así garantizado, a lo que ayudaba también la bonanza social y económica. Pero la última crisis económica, unida al proceso de globalización, puso de manifiesto las debilidades del bipartidismo.
Los populismos, de uno y otro signo, han aprovechado la circunstancia para criticar las carencias democráticas del sistema, pero la alternativa que proponen –como se ha puesto de manifiesto en aquellos lugares donde han llegado al poder– recorta las libertades, arremete contra los pilares del Estado de derecho y margina a la oposición, según Mounk.
Lo que le preocupa al autor de estas páginas es el desconocimiento de la Historia por parte de las generaciones más jóvenes, que no han vivido ninguno de los totalitarismos del siglo XX. Al mismo tiempo, recuerda que es el desencanto con la política convencional lo que ha traído el populismo, que es el auténtico enemigo de la democracia representativa.