«Las proyecciones de población a largo plazo son opacas»

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Manuel Ferrer Regales, geodemógrafo, comenta el último informe de la ONU sobre la población mundial

Casi el 90% de los habitantes del planeta vivirán en países pobres, Occidente necesitará 100 millones de inmigrantes anuales para mantener su población activa, España será el país más envejecido del mundo, con una edad media de 55 años… Las previsiones del último informe de la División de Población de la ONU, publicado el 28 de febrero, han surtido a la prensa de titulares rotundos. Quizá no sean tan impresionantes, sin embargo, para quien se acuerde de predicciones anteriores y confronte las actuales con las viejas. Para ayudar a los lectores a valorar el reciente informe hemos acudido al geodemógrafo Manuel Ferrer Regales.

Desde su primer libro, El proceso de superpoblación urbana (CECA, 1972), el Dr. Ferrer Regales ha prestado atención a las cuestiones demográficas más acuciantes de nuestro tiempo. A la misma línea básica de investigación responden sus dos últimas obras: Declive demográfico, cambio urbano y crisis rural (EUNSA, 1994), en colaboración con Juan José Calvo, y Población, ecología y medio ambiente (EUNSA, 1996; ver servicio 33/97), que firma también Antonio Peláez. En la actualidad, el Dr. Ferrer Regales es profesor honorario de la Universidad de Navarra y director del Centro de Estudios de Ecología Humana.

El último informe bienal de la ONU (ver cuadro en pág. 2) predice que la población mundial se estabilizará hacia mediados de este siglo en unos 9.300 millones de personas. La ONU no pone el acento ya en el aumento de la población, sino en su envejecimiento, que será más marcado en Occidente pero drástico en el Tercer Mundo. Destaca también el desequilibrio entre las regiones pobres, más jóvenes y mucho más pobladas (tendrán el 88% de los habitantes del mundo), y las ricas. De modo que anuncia una fuerte presión migratoria hacia estas últimas.

Haciendo memoria

— El informe parece preocupante…

— Conviene primero hacer un balance de las predicciones demográficas de las cuatro pasadas décadas. Antes de este informe referido al año 2050 se hicieron previsiones para el año 2000. Se anunció un revés fatídico, que involucraba a la población proyectada al largo plazo y a su relación con otras variables como producción alimenticia, hambre y pobreza, agotamiento de recursos, continuidad de un foso insalvable entre países desarrollados y subdesarrollados, contaminación…; revés que no se ha cumplido.

El informe catastrofista y acientífico del Club de Roma (1972), que tan alto grado de difusión e influencia alcanzó, ha quedado invalidado por los hechos. Las publicaciones anuales del Fondo de las Naciones Unidades para la Población (FNUAP) son poco fiables, y tienen un carácter más bien político que científico. La experiencia muestra que puede haber desarrollo con crecimientos de población elevados o bajos, con altas y bajas densidades, con muchos y pocos recursos.

Respecto al número futuro de habitantes, son expresivas las correcciones a la baja realizadas por la División de Población de la ONU en las décadas de los ochenta y noventa de cara a 2000. La tasa de incremento de la población mundial se halla en descenso desde los años ochenta. Lo mismo ocurre con el crecimiento vegetativo anual (diferencia entre nacimientos y fallecimientos): cuantificado por el reciente informe en 77 millones, a principios de la pasada década era de noventa y tantos millones.

Progresos reales

— ¿Y las otras predicciones: hambre, agotamiento de recursos…?

— Tampoco se han cumplido las proyecciones relativas a las otras variables. El porcentaje de los que pasan hambre ha disminuido; el consumo per cápita de alimentos ha crecido en un 25%, mientras la población mundial se doblaba. El número de personas malnutridas oscila, según las fuentes, entre 900 y 1.200 millones, cifras obviamente escandalosas y que afectan sobre todo a una gran parte de África.

— Entonces, ¿qué certeza tienen las proyecciones demográficas a 50 años vista?

— La experiencia muestra cómo en la segunda mitad del siglo han tenido lugar cambios espectaculares, no previstos por la teoría demográfica y sociológica. Tras el baby boom de los años cincuenta y sesenta, llega el comienzo de la crisis demográfica, anterior a la crisis económica de los setenta. Después, Europa se instala por debajo del umbral del reemplazo de generaciones (media de 2,1 hijos por mujer), y no sirven, por tanto, las consideraciones que preveían el comportamiento de las parejas respecto al número de hijos: teoría de los ciclos de alza y baja, relación con las épocas de pleno empleo o de crisis económica y paro, etc.

Volviendo a las proyecciones de cara al año 2050, basta recordar las referidas a la estabilización de la población mundial. Durante años se consideró que la estabilización se conseguiría a fines del siglo XXI en torno a los 10.000 o 12.000 millones. Sin embargo, ahora se cree que el nivel de crecimiento cero será inferior y tendrá lugar en torno a mediados de siglo. Concretamente, las proyecciones publicadas por la ONU en 1999 cifran la población de 2050 en 8.909 millones, frente a los 9.367 millones previstos en 1997 y los 9.833 millones del informe de 1995. Ahora, por el contrario, en este nuevo informe proyectivo se afirma que la población mundial llegará a los 9.200 millones: un aumento significativo respecto a la cifra de 1999.

En fin, vale la pena recordar que Eurostat hace algunos años afirmaba que una proyección de población que vaya más allá del medio plazo es opaca. Mi hipótesis es que en 2050 vuelva a repetirse el contraste entre unas predicciones sombrías y una realidad menos aciaga que la proyectada.

Ser más es una oportunidad

— Vemos que el mundo no ha padecido las catástrofes predichas. Pero ¿el fuerte crecimiento demográfico no ha provocado graves problemas a los países en desarrollo?

— Evidentemente, es dramática la situación a que ha conducido la aceleración demográfica experimentada en los países en desarrollo. El acceso a la vivienda, a la cultura y la educación, a la sanidad y al empleo, plantea problemas muy graves de exclusión de millones de jóvenes que se incorporan a la población potencialmente activa en condiciones extremadamente precarias. Habría que tener otra visión del desarrollo. ¿Por qué no considerar a esos países como lugar preferido de inversión para conseguir que se conviertan en mercados de consumo, en vez de utilizarlos solo como productores de materias primas y productos exportables a bajo precio?

El modelo chino, que a pesar de su carácter dictatorial es mimado por los países occidentales con inversiones y tecnología, es un claro ejemplo de esta visión. Algo similar puede ocurrir, y de hecho se está fraguando, en la India. Entre estos dos países suman más de 2.000 millones de habitantes: un tercio de la población mundial. El aumento de la población, y sobre todo su volumen en países cuyo tamaño les permite tener una buena y rentable red de infraestructuras, es un recurso a largo plazo que permite asegurar el crecimiento económico y el desarrollo humano.

— Sin embargo, las oportunidades que proporciona el crecimiento demográfico no parecen haber llegado a África…

— Cabe preguntarse dónde están las causas de la pobreza y extremo subdesarrollo africanos. Si nos atenemos a las cifras que el informe proporciona, la causa estaría en la elevadísima fecundidad del continente, sobre todo pensando en los países que cita: 8 hijos por mujer en Nigeria y más de 7 en Somalia, Angola y Mali.

Hay que tener en cuenta la baja esperanza de vida de África, de la que se ponen los ejemplos de Botsuana (36 años) y Mozambique (38), sin matizar que estas cifras significan a su vez muy elevadas tasas de mortalidad general e infantil, lo que es un hecho bastante generalizado en el África subsahariana. En segundo lugar, en estos últimos años la tasa de fecundidad se halla en declive acelerado. En el Magreb, fuente de tantos inmigrantes que llegan a Europa, la realidad muestra una «caída irresistible de la fecundidad» (Zahia Ouadah-Bedidi y Jacques Vallin, en Population et Sociétés, julio-agosto 2000). De una tasa ligeramente superior a 7 en 1960 se pasa en 2000 a unos 2,5 niños por mujer en Marruecos, 2,3 en Argelia y 2,0 en Túnez. Todo parece indicar que, al igual que en Europa, en el Magreb la tasa cae por debajo del nivel de reemplazo de las generaciones.

Por tanto, en esos países comenzará un proceso de envejecimiento demográfico que tendrá como característica diferencial, frente al europeo, una velocidad mucho mayor, porque el descenso de la fecundidad ha sido mucho más rápido. Pero las generaciones más numerosas, las hoy comprendidas entre 5 y 20 años, aunque tengan una fecundidad muy pequeña, darán lugar a un número de hijos mayor que el de sus antecesores. Es presumible, por tanto, que la población aumente hasta 2050 un 25% en Túnez, un 30% en Marruecos y más del 40% en Argelia. Sean o no probables estas proyecciones en países donde se cuenta con una información estadística relativamente fidedigna -lo que no ocurre en muchos países subsaharianos-, continuará el crecimiento demográfico y, en consecuencia, la presión migratoria.

De la «bomba demográfica» a la explosión de canas

— Durante muchos años nos han asustado con la «explosión demográfica». ¿Ahora hemos de preocuparnos por el envejecimiento de la población?

— Efectivamente, hemos dejado atrás la «demografía galopante» de que se hablaba en los años sesenta. Ahora la División de Población de la ONU inaugura una nueva forma de presentación de las proyecciones. Ya no se trata de poner el acento en la aceleración demográfica, sino en un envejecimiento que está destinado a difundirse a lo largo y ancho del mundo en vías de desarrollo, conforme vaya disminuyendo la fecundidad. Vale la pena, de todas formas, no dar riendas sueltas a imaginaciones sobre un mundo deshumanizado.

— Adviertan contra la «explosión demográfica» o el envejecimiento, ¿no implican los informes como este que se precisa alguna forma de control para que la población mundial evolucione de modo equilibrado?

— Para que la población funcionase de modo equilibrado haría falta establecer a nivel mundial un totalitarismo demográfico, de forma que un gobierno planetario, a ritmo de programas de ordenador, dictase la evolución de la pirámide de edades de cada nación.

La migración es un instrumento en cierta medida regulador del equilibrio. Unos países y continentes necesitan de otros para revitalizar sus poblaciones envejecidas, e inyectar savia nueva a sus estructuras económicas. A su vez, los países jóvenes necesitan de los ricos envejecidos a fin de conseguir un crecimiento por medio del trasvase tecnológico, de inversiones y de capacidad organizativa. No hay que dar crédito a los simplismos que tienden a reiterar la idea del foso radical entre desarrollados y subdesarrollados.

— ¿Qué frena la fecundidad en el mundo, sobre todo en Europa?

— Si nos atuviéramos únicamente a los factores técnicos y sociológicos para explicar el por qué de la actual situación de subnatalidad en casi la mitad de la población mundial, la respuesta quedaría incompleta. Los factores políticos y, sobre todo, la crisis de civilización que padece Europa, o si se quiere el secularismo consumista que nos caracteriza, tienen que ser citados.

Por añadidura, el retraso en la edad del matrimonio es otro factor a tener en cuenta, en el que pueden incidir las dificultades de acceso a la vivienda. La permisividad sexual, en el caso de que se practique desde la adolescencia y perdure en la juventud, aleja la idea del hijo al largo plazo o conduce al embarazo no deseado o al aborto.

Hay que aludir, en definitiva, al sistema de valores para explicar este desplome inédito de la fecundidad. Las distintas políticas de fomento de la maternidad y de la compaginación del trabajo profesional con la atención a la familia explican en parte las diferencias en la tasa entre los países europeos. Difícilmente se entendería la situación española, la más baja de Europa, a no ser porque es el país donde las políticas familiares se hallan más retrasadas. De todas formas, ni el establecimiento de políticas de ayuda logran que en Europa se llegue al 2,1 de reposición.

Es significativo, a su vez, que las encuestas señalen que el número de hijos tenido por la mujer europea es inferior al deseado, lo que abre la esperanza a que el removimiento de los obstáculos objetivos, o de la incoherencia con los propios valores, pueden contribuir a mejorar la situación. En cualquier caso, y retomando el informe de la ONU, lo que no es de recibo es señalar que la tasa de fecundidad de España será en el año 2050 de 1,64 hijos por mujer frente al 1,13 actual. ¿Quién sabe lo que puede ocurrir hasta entonces?

La inmigración no bastará

— Antes dijo que la migración es un factor de equilibrio demográfico. Pero ¿es asimilable un volumen tal de inmigrantes como los que serían necesarios en Occidente según las previsiones del informe?

— Hay que insistir en la necesaria reposición de la natalidad perdida. De no ser así, y aun aceptando la necesidad de la inmigración, la convivencia multicultural se hará muy difícil. Es mucho más fácil hacer real la multiculturalidad en países como Estados Unidos o Brasil, donde existe una gran tradición de convivencia entre culturas, que en Europa.

En cualquier caso, el recurso a la inmigración no resuelve el problema de desajustes existentes entre activos y no activos. La inmigración tal como se ha producido en los años noventa no resuelve nuestro problema demográfico ni lo resolverá según las cifras que presenta el informe en todos los países ricos. Una pirámide de edades erosionada por la base y abultada por la cima no se arregla recibiendo estos países dos millones de inmigrantes al año, esto es, 100 millones en total, sino que plantea problemas en razón de las edades de los inmigrantes y del menor peso, al parecer, de los que llegan ya casados y con hijos.

Tampoco puede darse como un hecho irreversible el decrecimiento de la población europea debido a la crisis demográfica de estos cuarenta últimos años. La esperanza está abierta a una revitalización necesaria y posible de la natalidad, desempeñando la inmigración un papel importante pero no decisivo.

Juan DomínguezLas previsiones del informe

— En 2050, el mundo tendrá 9.322 millones de habitantes (hipótesis media). Todos los continentes crecerán, excepto Europa, que perderá 124 millones de habitantes, hasta quedarse en 603 millones. El mayor aumento absoluto será el de Asia (de 3.672 a 5.428 millones), pero en términos relativos, crecerá más África (de 794 a 2.000 millones).

— El 88% de la población mundial estará en los países (actualmente) en desarrollo, frente al 81% hoy. Para mantener la relación entre activos y jubilados, los países ricos necesitarían absorber 100 millones de inmigrantes hasta 2050.

— En la actualidad hay 64 países -que tienen el 44% de la población mundial- con tasas de fecundidad insuficientes para asegurar el reemplazo de generaciones (mínimo: 2,1 hijos por mujer). La fecundidad media mundial bajará de 2,68 (2000) a 2,15 hijos por mujer (2050). La tasa seguirá descendiendo en los países en desarrollo y subirá en los ricos, pero sin llegar al umbral de reemplazo. Los países menos fecundos serán Alemania e Italia (1,61), seguidos de España (1,64) y Austria (1,65).

— La edad media de la población mundial subirá de 26,5 a 36,2 años, con importantes diferencias entre las regiones: 46,4 años en las más desarrolladas, 35 años en las poco desarrolladas y 26,5 en las de desarrollo mínimo. El número de mayores de 60 años pasará de 606 a 2.000 millones (21,5%), de modo que será aproximadamente igual al de menores de 14 años.

— España perderá el 21,8% de su población actual de 40 millones, para quedarse en 31,2 millones. Será además el país más envejecido del mundo, con una edad media de 55 años.

— El demógrafo norteamericano Nicholas Eberstadt, del American Enterprise Institute (Washington), ha comentado así las predicciones del informe: «No hay base científica para hacer proyecciones demográficas a largo plazo, porque nadie sabe cómo estimar cuántos hijos tendrán las personas que en el momento presente no han nacido aún. Así que una previsión para dentro de medio siglo es ciencia-ficción» (New York Times, 28-II-2001).

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