El modelo económico alemán

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El papel de Alemania en Europa ha sido siempre importante, pero ha adquirido más relevancia en los últimos años, con motivo de la crisis financiera, que ha golpeado fuertemente a los países periféricos, pero que ha sido relativamente suave en ella. Este resultado tiene que ver, sin duda, con su “modelo económico”, el conjunto de instituciones, prácticas, políticas y culturas que dan a ese país un sello distintivo. ¿Es un modelo exportable?

Los principales rasgos del modelo alemán se remontan principalmente al primer Gobierno elegido después de la segunda guerra mundial, en 1948, y se inspiran en la economía social de mercado (ESM). Esta fue la obra intelectual de la llamada escuela de Friburgo de los años treinta, y se basaba en el libre mercado interior (ausencia de regulaciones) y exterior (economía abierta), pero también incluía el reconocimiento de un papel activo para el Estado como guardián del sistema (por ejemplo, mediante una activa política de competencia), como responsable de las infraestructuras y, sobre todo, en la vertiente social, como corrector de los posibles fallos del mercado, principalmente en la distribución de la renta y en el sistema de seguridad social.

Del mismo modo, algunos rasgos macroeconómicos del modelo alemán que han llegado a nuestros días se basan en las teorías de la ESM: énfasis en una inflación moderada, gestionada por un banco central independiente del Gobierno, el Bundesbank; una política fiscal que persigue un presupuesto equilibrado y un bajo nivel de deuda pública, y una balanza por cuenta corriente sin desequilibrios importantes, con un tipo de cambio estable.

La ESM ya no es hoy el modelo teórico de la política económica alemana, pero algunas de sus características se han mantenido, no sin periodos de inflación, desequilibrio de las cuentas exteriores y públicas y conflictos sociales y, sobre todo, con el gran cambio que supuso la reunificación con la República Democrática Alemana.

Las condiciones que impone Alemania para ayudar a otros países de la eurozona a superar sus crisis tienen mucho que ver con su modelo económico

Rasgos de un modelo

El modelo económico alemán actual, a riesgo de simplificar demasiado, podemos resumirlo así:

— Alemania es una economía abierta. La exportación actúa como motor, también por su capacidad de innovación y de arrastre de otros sectores.

— La clave del crecimiento no está en el consumo, sino en la exportación (y en la inversión).

— La capacidad exportadora se basa en la calidad y la tecnología, no en los costes bajos. No obstante, los costes crecen poco gracias al crecimiento de la productividad y a la inflación baja y estable.

— El nivel de vida de su población es alto, porque la productividad por empleado lo es también.

— Un determinante importante de la calidad, el progreso tecnológico y la eficiencia es un sistema educativo de calidad, en sus diversas etapas, sobre todo en la formación profesional (modelo de aprendizaje).

— La industria manufacturera ocupa un lugar central, tanto en el producto interior bruto (PIB) como en el empleo, especialmente la industria de bienes de capital.

— Las empresas medianas y pequeñas, por su parte, son muy sólidas y prósperas, gracias al aprovechamiento de la tecnología, la formación del personal y la segmentación del proceso productivo en subprocesos, en los que esas empresas colaboran con las grandes.

— Los salarios son relativamente altos, pero su crecimiento es moderado porque la inflación lo es también, y porque las necesidades sociales están bien atendidas.

— La moderación salarial depende, en gran medida, de una concertación social en la que participan el Gobierno (central y estatal), las empresas y los sindicatos (y, en ocasiones, también los bancos).

— Los sindicatos son fuertes, pero cooperativos, conscientes de que su fuerza estriba en el mantenimiento de la ventaja competitiva, y sobre todo en la exportación. No ejercen un poder político propio y habitualmente han apoyado la reconversión profesional de los trabajadores y el cambio tecnológico como medios para mantener la competitividad y crear empleo.

— El Estado alemán se caracteriza por estar formado por un conjunto de instituciones interrelacionadas pero independientes, en los distintos niveles, federal, estatal y local, basado en la Ordnungspolitik, un concepto hegeliano que atribuye al Estado el papel de asegurar la unidad y el orden en la vida del país.

— La financiación de las empresas se basa más en los bancos que en el mercado de capitales. Se trata de una banca universal, no especializada, y que participa no solo en la financiación, sino también en la propiedad e incluso en la dirección o supervisión de no pocas empresas, involucrándose en sus problemas cuando es necesario. El papel del mercado de capitales como dinamizador de las empresas es mucho más limitado que en los países anglosajones. Esto ha cambiado con el tiempo, pero todavía se mantienen las diferencias con el modelo financiero anglosajón.

— La baja inflación depende, en buena medida, de un banco central independiente, cuyo objetivo es la estabilidad de los precios: el Bundesbank antes, el Banco Central Europeo (BCE) ahora.

— La política fiscal trata de no ser expansiva. El modelo no funciona a base de estímulos fiscales en las fases de recesión; el aumento del gasto en los años noventa fue una necesidad política, casi patriótica, impuesta por la unificación.

— El estado del bienestar está muy desarrollado, pero no se basa en un aumento continuo de las prestaciones.

— Los impuestos son altos, pero no crecientes.

— El déficit público es reducido, lo que agrada a los mercados financieros. La deuda soberana alemana es, en la actualidad, la deuda europea sin riesgo, por definición.

— Exportaciones fuertes, mantenimiento de la competitividad y políticas internas no expansivas apuntan a un importante superávit en la balanza por cuenta corriente. El ahorro nacional, público y privado, es superior a la inversión (en particular, el ahorro de las empresas, gracias a la moderación salarial y a la elevada productividad).

— El superávit por cuenta corriente implica que el ahorro alemán se coloca fuera, en buena parte, en forma de inversiones en el exterior.

Alemania trata de evitar la quiebra de los países periféricos, pero comprometiendo el mínimo de recursos en ello

Pesado, pero funciona

A muchos economistas y políticos, sobre todo norteamericanos, pero también de otros países, el modelo alemán les parece una aberración: el peso del Estado es demasiado grande; la concertación social introduce un factor de rigidez, que frena la innovación; el poder de los sindicatos es excesivo; la ausencia de políticas monetarias activas (más allá de la estabilidad de precios, defendida a ultranza en Alemania) y de estímulos fiscales son un obstáculo para hacer frente a las perturbaciones a corto plazo; el Estado de bienestar es demasiado generoso y los impuestos demasiado altos…

En fin, todo esto parece ser, para algunos, una receta para el fracaso. Como se decía a veces del abejorro, no puede volar. Y, sin embargo, vuela. Del mismo modo, el modelo alemán funciona, aunque no hayan faltado dificultades y retrocesos.

El mercado de trabajo y el desempleo

La evolución del mercado de trabajo y, sobre todo, su comportamiento durante la reciente crisis financiera, es un buen ejemplo de cómo funciona, en la práctica, el modelo alemán. En efecto, aunque el PIB cayó un 4,7% en 2009, el nivel de empleo se mantuvo y la tasa de desempleo llegó, a finales de 2010, a niveles inferiores a los de la expansión anterior.

Esto contrasta con la situación del mercado de trabajo en los años noventa, cuando se llegó a llamar a Alemania “el enfermo europeo”. Esa situación se atribuyó entonces a los elevados niveles de protección del empleo, los altos costes laborales y la estricta regulación del mercado de trabajo. Para hacer frente a esos problemas se pusieron en marcha reformas profundas, sobre todo en 2003 y 2004, especialmente a través de las llamadas “reformas Hartz”.

En concreto, las reformas Hartz incluyeron la desregulación del empleo temporal, la reducción de la protección por desempleo, el cambio en los incentivos de los desempleados para que fuesen activos en la búsqueda de una nueva ocupación y el consiguiente endurecimiento de las normas para obtener esos beneficios, la privatización de las agencias de colocación y la reorganización de las oficinas públicas, los cambios en los esquemas de creación de empleos, etc. Fue la reforma Hartz IV, que entró en vigor en enero de 2005, la que supuso especialmente la integración de los beneficios por desempleo y asistencia social en un nuevo esquema de protección de los desempleados que atiende, entre otros criterios, a sus ingresos.

Se estima que, gracias a estas medidas, la tasa de desempleo estructural a largo plazo se redujo hasta el 6,25%, frente al 8% que habría estado vigente antes de llevar a cabo esas acciones. Y, algo muy importante en el modelo alemán: se recuperó la competitividad internacional, mediante la reducción de los costes laborales unitarios, resultado este en el que la cooperación de todos los agentes sociales fue particularmente importante.

La evolución del empleo y del paro en Alemania desde 2007 muestra el acierto de esas medidas y su consistencia con el modelo. En estos años de recesión internacional y paro elevado en muchos países, Alemania apenas practicó planes de estímulo fiscal, y puso énfasis en lo que se ha llamado la “respuesta alemana” a la crisis: extensión del empleo a tiempo parcial, sobre todo en los sectores industriales, y ajuste del tiempo de trabajo, de modo que se redujesen los costes laborales sin aumentar la tasa de desempleo.

Sin embargo, la continuidad de esas prácticas puede poner en peligro los ajustes estructurales que serán necesarios por los cambios tecnológicos y demográficos y por la creciente competencia internacional. Y aquí entrarán en juego nuevos elementos del modelo, como la formación profesional, que deberá extenderse para incluir también a trabajadores de baja cualificación, especialmente inmigrantes.


¿Es aplicable el modelo alemán en otros países?

A la vista de todo lo anterior, resulta comprensible la actitud que los alemanes parecen mostrar acerca de los países de la periferia. Estos dirigen su mirada hacia Alemania, pidiendo comprensión y ayuda para sus problemas de pérdida de competitividad, alto déficit público, elevados niveles de deuda pública y privada, crisis de sus instituciones financieras, altas primas de riesgo y dificultades de acceso a los mercados financieros, malestar social, etc. La receta que Alemania está recomendando es la que se deriva de su modelo: reducir el déficit y el endeudamiento público y privado, aumentar el ahorro, corregir la pérdida de competitividad, flexibilizar el mercado laboral, recapitalizar los bancos, etc. Y apoyan esto, probablemente, en tres razones.

La primera es que esas recomendaciones coinciden con el modelo alemán, que ha funcionado bien hasta ahora y, por tanto, no hay razones para recomendar otro distinto.

La segunda razón es que las instituciones financieras alemanas han invertido fuertemente en la deuda pública y privada de los países periféricos, de modo que les interesa que esos países sigan siendo solventes y que cumplan con sus obligaciones financieras, y esto será posible si esos países deudores siguen la receta del modelo alemán.

La tercera razón es paralela a la segunda: en caso de tener que acudir a ayudar a los países periféricos, a sus Gobiernos y sus bancos, Alemania tendrá que ser el primer garante y el que aporte la mayor cantidad de fondos.

Todo esto explica que el país germano trate de evitar la quiebra de los países periféricos, pero comprometiendo el mínimo de recursos en ello. De este modo, trata de evitar el “riesgo moral”, es decir, la situación en la que un país fuertemente endeudado, que ha iniciado una política de austeridad para poder hacer frente a sus obligaciones financieras, reduzca sus esfuerzos cuando se le promete ayuda.

Problemas de la austeridad

Pero esto presenta algunos problemas. Uno: la austeridad que se está exigiendo a los países deudores agrava la recesión, lo que llevará a más déficit y, por tanto, a la necesidad de más austeridad, en un círculo vicioso. ¿No sería más lógico suavizar esa exigencia? El argumento económico a corto plazo es claro, pero también hay que considerar el argumento del riesgo moral, mencionado antes. Y un argumento político: en su caso, el Gobierno alemán tendría que justificar ante sus ciudadanos que, contradiciendo sus compromisos anteriores, está dispuesto a ayudar a otros países, en contra de su propio modelo y, por tanto, en contra de la disposición de sus ciudadanos. De ahí que Alemania, probablemente, mantenga sus exigencias sobre los países deudores hasta que la cuerda esté a punto de romperse, pero, probablemente, no más allá.

Otro problema: ¿le conviene a Alemania que sus socios compartan su modelo? En el pasado, las exportaciones alemanas se beneficiaron del exceso de gasto de los países periféricos; si estos moderan sus importaciones, ello perjudicará a la industria germana. Pero esta no es una objeción seria, dentro del modelo alemán. Es verdad que el país se ha beneficiado de las expansiones de los países deudores, pero su fortaleza no radica tanto en la demanda de los periféricos cuanto en la calidad y la innovación de su industria, de modo que unos años de recesión en algunos socios de la Unión Económica y Monetaria (UEM) europea no supondrían la quiebra del modelo alemán.

Además, los mercados de referencia para Alemania hoy no son tanto los europeos como los de los países emergentes.

A menudo se afirma que el modelo alemán no se puede exportar a otros países, por razones relacionadas con la cultura o la mentalidad del país. Es verdad, pero la cultura también se transforma. El modelo alemán no puede trasladarse directamente a España si esta no lleva a cabo un conjunto de reformas que le permitan o, mejor aún, que le obliguen a convertirse en una sociedad más eficiente, más ahorradora y más cuidadosa con sus cuentas públicas. Y a eso se dirigen las reformas que la economía española está llevando a cabo.

¿Debe, pues, convertirse España en una economía de alta eficiencia, especializada en bienes de capital para la exportación? No necesariamente: lo relevante aquí son otros aspectos del modelo, como la flexibilidad laboral (no importa para qué tipo de bienes y para qué mercados), la sostenibilidad del Estado del bienestar, la estabilidad de las cuentas públicas, la preferencia por una inflación baja y estable (lo que implica a los sindicatos españoles), etc. Eso es, en definitiva, lo que pretende el futuro Tratado fiscal. Y eso parece necesario para un país como España, que es, y pretende seguir siendo, un miembro de ese club que es la moneda única.

Las responsabilidades de Alemania

La última cuestión es el papel que Alemania debe desempeñar en la transición de los países periféricos hacia ese futuro que, como decimos, parece exigir una aproximación al modelo alemán. Cuando un conjunto de países decidió formar en 1999 la Unión Monetaria Europea, se estaban convirtiendo en socios de un proyecto muy ambicioso. En aquel momento se dejaron muchas cosas en el aire, en particular la estrategia fiscal necesaria para que la moneda única funcionase; y en los años siguientes no se hizo nada para solucionar esas carencias, e incluso se agravaron, entre otras razones por la iniciativa de Alemania y Francia, en 2005, de desvirtuar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, cuando esas naciones no cumplieron las reglas fiscales que ahora están exigiendo a sus socios en dificultades.

Cuando en 2010 estalló la crisis de la deuda soberana, la reacción de Alemania y de otros países centrales fue la de desentenderse del problema. Pero el problema estaba ahí y era de todos: de Grecia, primero, pero también de los bancos alemanes, del euro y de la propia construcción europea. Así que tuvieron que implicarse, a regañadientes, pero cada vez más. Y tendrán que seguir haciéndolo, sobre todo si, como dicen algunos observadores, Europa siempre se ha construido a fuerza de crisis.

La insolvencia de los deudores es, ante todo, una responsabilidad suya, pero no cabe duda de que los acreedores tienen también alguna culpa. Y Alemania tiene varias responsabilidades, si no culpas, en la situación actual: sus bancos contribuyeron de buena gana a la burbuja inmobiliaria española o al crecimiento de la deuda griega, y no pueden soslayar su parte de responsabilidad en esto; el Gobierno alemán no trabajó lo suficiente por la solución de los problemas institucionales de la eurozona, y esto también les hace corresponsables de las consecuencias de ese abandono; y ahora Alemania es el país líder de Europa, y no puede desentenderse de sus problemas, aunque los alemanes no se sientan culpables. Obviamente, esto no significa que toda la culpa sea de Alemania, pero parece razonable concluir que se tiene que involucrar más en la solución de los problemas de sus socios, más allá de recordarles y exigirles la disciplina a largo plazo.

Antonio Argandoña es
Profesor Ordinario de Economía en el IESE Business School.

Este artículo es una versión abreviada del publicado en IESE Insight (Octubre 2012).

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