Celia Rico: “Me gustan los personajes con bondad y humanidad. ¿Qué necesidad hay de centrarse en lo oscuro?”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 7min.
Entrevista a Celia Rico
Celia Rico durante la entrevista en la terraza del hotel AC Málaga (foto: Ana Sánchez de la Nieta)

Si ha existido un hilo conductor en las películas presentadas en la reciente edición del Festival de Málaga, este sería, como afirmaba uno de los directores, la cultura de “arreglar las cosas”, de recomponer, de cuidar. Ya sean casas, relaciones o recuerdos. En el transcurso del Festival pudimos conversar con Celia Rico, directora de Los pequeños amores, una película que se alzó con el Premio del Jurado y el de mejor interpretación secundaria para Adriana Ozores y que aborda precisamente el tema de los cuidados.

Celia Rico Clavellino nació en 1982 en Constantina, un municipio de Sevilla de poco más de cinco mil habitantes. A sus 42 años, forma parte de una generación de cineastas que cuentan historias de intimismo familiar y cotidiano.

Después de estudiar Comunicación Audiovisual y Literatura en las universidades públicas de Sevilla y Barcelona, Celia Rico encadenó una serie de posgrados y doctorados hasta llegar a tocar los primeros sets de rodaje en 2012. Con maestros como Pablo Berger o José Luis Guerin, participó en los equipos técnicos de Blancanieves y Guest, y presentó precisamente en Málaga su primer cortometraje: Luisa no está en casa. El argumento giraba en torno a un matrimonio mayor al que se le había estropeado la lavadora. Una historia pequeña con un reparto grande (Asunción Balaguer y Fernando Guillen) que acabó ganando un Premio Gaudí y siendo la única producción española en el Festival de Venecia de 2012.

— En los últimos años se han multiplicado el número de directoras jóvenes en España que no sólo han empezado a dirigir, sino que han consolidado un estilo: Carla Simón (Verano 1993, Alcarrás) Alauda Ruiz de Azúa (Cinco lobitos), Pilar Palomero (Las niñas, La maternal). La sensación que da es que, a pesar de la autenticidad y el talento que transmiten vuestras películas, fuera de España no tienen todavía el prestigio de otras cineastas que aparecen siempre en secciones oficiales de los grandes festivales.

— Sí. Es curioso, porque las películas de estas directoras que has citado, que no sólo tenemos una edad similar, sino que somos amigas y hablamos y compartimos mucho, creo que son bastante universales. Al final, dentro de la singularidad de historias muy locales, muchas veces están tratando asuntos que nos preocupan a todos. Y por eso estas películas gustan en lugares muy distintos; pero quizás todavía hay una idea, algo antigua, de que este cine de lo cotidiano es un arte pequeño, y no el de las grandes historias. Creo que las grandes historias son las nuestras, las que nos pasan cada día. Pero, desde luego, estamos viviendo una época en que hemos aprovechado el trabajo de unas directoras que lo han tenido mucho más difícil que nosotras, y que no han tenido todo el apoyo con que nosotras hemos contado. Han sido muchos años de lucha y ahora es bonito vivir este momento teniendo esos referentes y formando un grupo tan unido.

— Con Los pequeños amores pareces insistir en hacer un cine alejado de fórmulas de “seguridad” en taquilla. En tus historias no hay giros constantes ni personajes empeñados en mostrar lo peor del ser humano. Tanto en esta última película como en tu ópera prima (Viaje al cuarto de una madre) vas en dirección contraria. ¿Cómo se presenta un proyecto tan minimalista y personal como éste para poder sacarlo adelante?

Sí, acabas de decir la clave de la dificultad de esta película, porque no hay un tema de moda. Hay unos personajes que van por un camino que los va a llevar a un lugar, no muy alejado, y en él hay bifurcaciones que les van abriendo puertas. Y ahí está el paso de los años, la maternidad, los cuidados, el amor… Que al final eso es la vida, lo que nos pasa. Entonces, cuando tienes que encontrar financiación para algo así, no es fácil. Pero al final tienes que defender aquello en lo que crees, que en mi caso es en la mirada reposada, en cómo vemos a los demás. Me gustan los personajes con bondad y humanidad. Pasan muchas cosas en el día a día y me apetece que cuando uno vaya al cine, le toque ver lo mejor de cada uno. No desde un lugar naif, pero ¿qué necesidad hay de tocar lo oscuro cuando las pequeñas cosas bonitas que tenemos parece que no tienen espacio en la vorágine de nuestra vida? Pues prefiero que el cine, al menos, le dé su espacio.

Yo quería mostrar cómo esas fragilidades nos hacen fuertes, y esas fortalezas nos hacen vulnerables

— En la película, las dos protagonistas se refieren a un miedo que puede llegar a ser paralizante: perder el afecto de las personas queridas. Madre e hija parecen querer refugiarse de ese pánico estando juntas ¿Te parece que es un síntoma más o menos crónico de nuestra sociedad?

Claro. A pesar de que cada vez hablamos con más naturalidad de cómo nos sentimos por dentro, tengo la sensación de que sigue habiendo pocos espacios de seguridad, donde la vulnerabilidad no sea algo malo. Nos damos cuenta de que cuando uno es frágil, le atacan, así que hay que ser fuerte para evitarlo. Yo quería mostrar cómo esas fragilidades nos hacen fuertes, y esas fortalezas nos hacen vulnerables. Esa madre independiente, que se ha hecho a sí misma, que quiere mostrarse fuerte delante de la hija, resulta que también es frágil porque se está haciendo mayor y empieza a asomarse la posibilidad de tener que depender de alguien. Y la hija se siente frágil haciendo un balance de sus propias decisiones, y en realidad eso le lleva a observar, cuestionarse y seguir adelante.

— Una de las cosas que más ha gustado de la película es ese personaje secundario del joven pintor. Cómo su carácter, que en principio parece muy elemental, termina mostrando una bondad y generosidad que hace cambiar tanto a la madre como a la hija. ¿Para ti, este secundario era esencial en la evolución dramática de la historia? 

Sí. Sobre todo por esa escena final entre la hija y él. Es una escena muy sencilla con un diálogo muy breve, pero creo que, en el fondo, ahí está casi toda la película: en cómo la hija se da cuenta de que acaba reaccionando como lo haría su madre. Siendo tan distintas, acaban conectando. La madre es de otra generación que ha mostrado más el afecto con los hechos que con las palabras; pero eso no quiere decir que no hagan falta, en algunos momentos de la vida, las palabras de cariño y consuelo. Por eso me gustaba tanto ese momento de las dos mujeres en que una se apoya en el regazo de la otra, en silencio. Es como volver al inicio de esa relación.

Pienso que mi tarea como directora es como un diapasón: les das el tono a los actores y ellos ya tocan la partitura

— No te conocía personalmente, pero viendo la película pensaba: esta directora debe de ser feliz con lo que hace. Porque se nota que cuentas la historia que quieres y con los actores que más te convencen. ¿Cómo has conseguido contar con Lola Dueñas, Anna Castillo, Adriana Ozores, María Vázquez o Pedro Casablanc?

— Es una suerte; ¡cuánto aprendo de ellos! Los actores trabajan desde la confianza: tienen que entregarse a un equipo, un personaje. Tienen que confiar, pero tú también tienes que devolverles esa confianza. Lógicamente, a veces la diferencia de experiencia entre nosotros es muy considerable. Por ejemplo, cuando empecé a trabajar con Lola Dueñas o Adriana, a las que había visto durante tantos años actuar, pensaba: ¿qué les voy a decir yo? Pero al final, veo que es una colaboración. Tú los necesitas a ellos y ellos te necesitan a ti. Tú has escrito los personajes y la historia, pero ellos son los que tienen que encarnarlos. Les entregas eso que has creado y sólo tienes que acompañarlos o guiarlos. Pienso que mi tarea como directora es como un diapasón: les das el tono y ellos ya tocan la partitura.

Termina la entrevista y le deseo buena suerte con el palmarés final del Festival. Lo intento decir con confianza, pero son muchos años viendo premios inverosímiles a películas que no habían convencido a casi nadie. Finalmente, Los pequeños amores acaba ganando el Gran Premio Especial del Jurado: un broche de oro a una de las mejores ediciones del Festival de Málaga, en el que han brillado las historias de reconstrucción familiar y social en películas españolas y latinoamericanas como Radical, El salto, La casa o El hombre bueno.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.