Una paradójica escasez de mano de obra

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Una paradójica escasez de mano de obra

En el Reino Unido, las gasolineras están desabastecidas de combustible por falta de camioneros que lo transporten hasta ellas. En Francia, empiezan a escasear los camareros. En EE.UU. no hay albañiles para construir las casas que se necesitan. Tras el duro golpe al empleo que supuso el covid-19, ¿cómo es posible que al llegar la reactivación no se encuentren trabajadores?

Pero así es. Incluso en un país de desempleo elevado como España, que tiene la segunda tasa de paro de Europa –detrás de Grecia–, las empresas tienen grandes dificultades para contratar la mano de obra que necesitan. ¿Dónde se encuentra el problema? Pudiera ser que los jóvenes no desean trabajar. O, al menos, no desean hacerlo por el salario que las empresas están dispuestas a pagar. Sin embargo, el problema se repite en países con situaciones muy distintas.

En Francia, se calcula que, en 2019, había unos 350.000 empleos en la restauración. Tras la reapertura de los establecimientos al término del confinamiento, muchos no se han reincorporado, de modo que el sector tiene unos 100.000 puestos sin cubrir.

Por su parte, EE.UU. sufre una llamativa falta de trabajadores de la construcción. Se calcula que en 2020 disminuyó un 15% el número de personas que se dedican a esta actividad. Habría, actualmente, 300.000 vacantes. Todo esto ocurre en un momento en el que el precio de las casas sube con fuerza en ese país: un 18,6% en el último año.

El Brexit y otras cosas

Estos días hemos presenciado unas imágenes que nunca pensamos que veríamos en Europa. Las colas kilométricas en las gasolineras del Reino Unido, las peleas por las últimas gotas de combustible, o los estantes de los supermercados vacíos, nos parecían situaciones de otra época, o incluso, de otra realidad.

El Reino Unido está teniendo problemas para contratar conductores, y el primer ministro Boris Johnson ha tenido que recurrir al ejército. No obstante, es consciente de que no puede alargar mucho esta solución, y que tendrá que buscar otras opciones. El Reino Unido ha flexibilizado ya las medidas adoptadas, tras la salida de la UE, sobre el número de entregas que los camioneros extranjeros están autorizados a realizar en su territorio.

El Brexit ha puesto en crisis el modelo basado en el recurso a inmigrantes para cubrir los puestos peor pagados

Muchos achacan el problema del Reino Unido al Brexit, que ha cerrado las puertas a trabajadores extranjeros cuyo salario no alcance los 30.000 euros al año. Esta medida deja fuera a los trabajadores de los sectores peor remunerados, como la agricultura, la hostelería o el transporte. El Brexit puede haber reventado el equilibrio del mercado de trabajo británico, caracterizado por un pleno empleo nacional, y una inmigración que cubría los puestos de trabajo que los británicos no estaban dispuestos a realizar. Pero, posiblemente, solo ha adelantado unas tensiones que, antes o después, terminarían por aparecer.

Vacantes sin pleno empleo

España no tiene una situación de pleno empleo. Sin embargo, el 64% de las empresas españolas reconoce tener dificultades para encontrar trabajadores con las cualificaciones que necesitan. Lo que no deja de llamar la atención. España es uno de los países con mayor formación de su mano de obra, casi el 40% de la población adulta (25-64 años) tiene estudios universitarios.

¿Cómo es posible, entonces, que no se encuentre mano de obra cualificada? Los motivos son varios. Una elevada proporción de la mano de obra tiene estudios universitarios, pero también es cierto que el 37% de la población adulta no ha pasado de los estudios básicos. Es esta mano de obra no cualificada la que aumenta las tensiones del mercado laboral.

Con otros acentos, el mismo factor se da en numerosos países. ¿Será una ineficiencia del mercado? ¿Será que los sueldos son muy bajos en algunos sectores? ¿O estaremos ante una cuestión de falta de incentivos para muchos trabajadores, que prefieren cobrar el subsidio de desempleo antes que aceptar un puesto estresante?

Tradicionalmente, la mano de obra, sin formación profesional o universitaria, se ha ocupado en sectores como la hostelería, la construcción, o la agricultura. ¿Por qué ahora no? Algunos lo achacan a la pandemia, que por un lado ha frenado la inmigración, y por otro ha cambiado nuestro patrón de preferencias.

Inmigrantes que se echan de menos

La mano de obra extranjera, dispuesta a aceptar puestos de trabajo peor remunerados, retornó a sus países de origen durante la pandemia. Y, al mismo tiempo, no han llegado nuevos trabajadores con los que sustituirlos. La apertura de los negocios, y la recuperación paulatina de la actividad económica han puesto sobre la mesa un problema, en principio, coyuntural, que se resolverá cuando se recupere la inmigración.

Pero el confinamiento también ha hecho sus estragos en la mano de obra nacional. Los trabajadores de los sectores cuya actividad se paralizó se vieron obligados a buscar empleo en otros sectores menos castigados y más estables. Estos sectores tienen condiciones laborales, además, menos duras, por lo que será difícil que vuelvan a sus puestos de trabajo prepandemia.

Sin embargo, la pandemia no es la única causa de las distorsiones del mercado de trabajo, que tienen raíces más profundas. Nos encontramos ante un problema estructural, fruto del desajuste entre la oferta y la demanda de mano de obra. Se trata de algo que no es nuevo, y que seguirá agravándose si no se toman las medidas adecuadas.

Salarios demasiado bajos

En particular, otra explicación a la falta de trabajadores está en que los salarios bajos no motivan a las personas a cubrir las vacantes. Estos salarios bajos estarían, en parte, provocados por la incertidumbre que se mantiene en algunos sectores productivos, tras la situación de pandemia.

El estancamiento de los ingresos de los trabajadores puede hacer que muchos desempleados no quieran volver a la actividad laboral. Ante el repunte de la inflación, se reducen los incentivos a aceptar sueldos poco atractivos, teniendo en cuenta que existen subsidios para los parados, que les permiten vivir un tiempo en situación de paro.

Algunos políticos, como el presidente de EE.UU., Joe Biden, se han pronunciado públicamente, a favor de subir los salarios para revertir el problema laboral, en sectores como el de la construcción y en la economía americana en general. Ante la preocupación de los empresarios por la dificultad para encontrar trabajadores, Biden les dio este consejo: “¡Pagadles más!”.

Una subida de los salarios sería necesaria desde un punto de vista social. Hace unos años, tener un empleo suponía “llegar a fin de mes”, tener cierto bienestar económico. En estos momentos, sin embargo, en países como España, ha surgido el concepto de “pobres con empleo”, que no cubren las necesidades básicas con sus ingresos laborales. Según datos de Eurostat, España es el segundo país de la UE en número de trabajadores pobres: se calcula que son unos 2,5 millones.

Pero, por otro lado, subir los salarios podría hacer que muchas empresas no fueran competitivas. El coste de un trabajador medio está creciendo más deprisa que el valor del producto que este empleado puede ofrecer a la compañía. Y el ajuste podría hacerse vía precios, lo que haría aumentar la inflación (el impuesto de los sectores más desfavorecidos), y sería un bumerán contra esos mismos grupos de población con rentas bajas.

En busca de la cualificación adecuada

La digitalización y la revolución tecnológica de los últimos años han sido aceleradas por la pandemia. Esto ha cambiado las necesidades de las empresas. Cada vez más, las empresas demandan una mano de obra con Formación Profesional (FP), a la que solo un bajo porcentaje de los jóvenes españoles accede. Una de las razones la encontramos en la preferencia por un título universitario, que permite alcanzar puestos de trabajo de mayor nivel. Otra razón es las pocas plazas que se ofertan: este año hemos visto cómo los jóvenes españoles tenían que hacer largas colas para conseguir una de las plazas ofertadas en los centros públicos de FP.

Pero ¿estamos ante un problema nuevo, que se solventará en unos años? La respuesta no es sencilla. El problema se resolverá cuando la oferta y la demanda de mano de obra logren acortar la distancia que actualmente existe entre ellas. Si se tratase solo de acceder a población con FP, bastaría con invertir en este nivel educativo. La creación de más plazas públicas, y la mejora de las condiciones laborales y salariales de estos trabajadores, animaría a un mayor número de personas a acceder a estos estudios. La solución no sería inmediata, pero, en unos años, se habrían solventado las dificultades.

El elevado paro juvenil ha impedido que los jóvenes adquieran con la práctica las capacidades sociales que no dan los estudios

Pero el problema no se reduce a la formación. De lo que los empresarios se quejan, no es solo de no encontrar trabajadores con los conocimientos necesarios. También lamentan tener que contratar trabajadores que no cuentan con las habilidades y destrezas que ellos necesitan. Se encuentran con candidatos sobrecualificados, cuyas aspiraciones salariales son elevadas, pero que carecen de las competencias sociales que ellos demandan. Un 60% de los empresarios españoles cree que los jóvenes son menos competentes de lo que sus niveles académicos sugieren.

Soluciones a largo plazo

¿Cuáles son esas habilidades tan deficitarias, según los empresarios? Un trabajo reciente de Manpower Group señala, entre otras, las competencias tecnológicas, el pensamiento analítico, la innovación, la creatividad, la resolución de problemas complejos, la resiliencia y el liderazgo. No obstante, también las empresas reconocen carencias en la capacidad de comunicación, la colaboración, el trabajo en equipo, la autonomía, la proactividad, y la responsabilidad.

La experiencia laboral ha ayudado a adquirir, habitualmente, gran parte de estas competencias. Pero la elevada tasa de paro juvenil ha dificultado que esta vía funcione con normalidad. Cuando los jóvenes consiguen acceder a un puesto de trabajo, lo hacen con un déficit en competencias que debería cubrirse con formación continua, pero cuyo coste no quieren asumir las empresas, muchas veces castigadas por la movilidad laboral. Pues una vez adquiridos los conocimientos y las competencias mejor valoradas, los jóvenes buscan empleo en otras empresas o países, con el fin de mejorar sus condiciones.

Y la Universidad, con sus planes Bolonia, tampoco consigue desarrollar en los alumnos las competencias que las empresas necesitan. Pese a haberlas incluido en sus planes de estudio y jactarse de hacerlo.

Un problema de este calibre requiere soluciones a largo plazo. Entre estas medidas, encontramos algunas que pasan irremediablemente por:

  • Una fuerte inversión en educación formal, especialmente adaptada a las necesidades del mercado laboral, pero también en la educación continua dentro de la empresa.
  • Una reforma de la educación superior, que permita tener en cuenta las necesidades del mercado laboral y desarrollar unos planes de estudio más adecuados.
  • Una reorganización y reorientación de la producción, que deje margen para subir los salarios.
  • Apoyar la natalidad con medidas que compensen el impacto económico que, para las familias, y especialmente para las mujeres, tiene la fecundidad. Suecia es un claro ejemplo de ello, al haber aprobado, hace ya casi 25 años, un sistema de ayudas a la natalidad, con desgravaciones fiscales y ayudas directas a las mujeres que deseen tener hijos.

Falta que los gobiernos se decidan a afrontar los elevados costes, políticos y económicos, a corto plazo, de medidas como esas.

Rafael Pampillón Olmedo y Ana Cristina Mingorance Arnáiz
Profesores de la Universidad CEU-San Pablo

 

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