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¿Puede ganarse la carrera antidopaje?

publicado
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El anuncio del ciclista Lance Armstrong de que abandona su lucha contra la acusación de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos, imputación que rechaza, vuelve a poner en primer plano el problema del uso de sustancias dopantes. Pero aunque el dopaje indigne a la opinión pública, también hay quien dice que la lucha antidopaje es una batalla perdida; sería mejor su legalización controlada para cuidar la salud de los atletas y eliminar la ventaja comparativa de los que se dopan sin ser notados. En distintos medios de prensa (New York Times, Der Spiegel, Spiked…) se ha debatido la legalización del dopaje. Algunos argumentos no son muy distintos de los que se invocan para la legalización de las drogas, en general.

(Actualizado el 24-08-2012)

¿Puede evitarse el dopaje?
Los partidarios de levantar la prohibición piensan que la guerra contra el dopaje está inevitablemente perdida, porque el incentivo para el atleta es grande, la probabilidad de ser pillado es bastante pequeña y en buena parte es cuestión de dinero. Los equipos más ricos pueden comprar las sustancias más indetectables y evadir así la detección.

Por el contrario, los enemigos del dopaje piensan que gracias a controles más estrictos se está consiguiendo que las competiciones sean más limpias, de modo que hasta deportistas famosos se han visto alcanzados por sanciones. Relajar estas disposiciones supondría que habría más dopaje, pues los atletas no tendrían otra elección si querrían seguir siendo competitivos.

¿Qué sustancias son doping?
Lo primero que se discute es qué sustancias pueden considerarse dopantes. La decisión sobre las sustancias que hay que admitir o prohibir –advierte Yascha Mounk– no depende de que aumenten el rendimiento del atleta, sino de lo que consideramos o no “normal” (en el sentido de natural). A modo de ejemplo, recuerda que como los hidratos de carbono son especialmente efectivos para acumular energía, los corredores de larga distancia suelen tomar un buen plato de pasta la noche antes de competir. Pero como los ingredientes de la pasta son naturales, nos parece normal.

El uso de EPO, una hormona que aumenta el número de glóbulos rojos y por tanto del volumen de oxígeno que la sangre puede trasportar, es otro ejemplo, invocado por Viv Regan. Los deportistas se entrenan a altitudes elevadas para aumentar sus glóbulos rojos o duermen bajo una tienda hiperbárica, con el mismo fin de aumentar EPO. ¿No es esto tan artificial como comprar la hormona?

Los criterios son también cambiantes. La cafeína, que aumenta la resistencia al agotamiento, estuvo prohibida hasta 2004, pero luego se admitió.

Por eso algunos defienden que solo habría que prohibir las sustancias que son perjudiciales para la salud, aunque se tomen bajo supervisión médica. Pero no las que simplemente potencian el efecto de lo que el atleta realiza (como las que refuerzan el efecto del entrenamiento y la recuperación de las lesiones).

Los partidarios de la tolerancia cero con el dopaje mantienen que está clara la distinción entre alimentos y bebidas que de modo natural potencian la capacidad del atleta, y los productos dopantes que se introducen en el cuerpo por pastillas, inyecciones, transfusiones…

¿El dopaje pone en riesgo la salud?
Los riesgos que supone el dopaje para la salud de los atletas, a corto o a largo plazo, es uno de los argumentos más fuertes en su contra. Muchas de las sustancias utilizadas no son inocuas, sino que tienen efectos secundarios graves e irreversibles. Admitir su uso supondría que muchos más atletas recurrirían a ellas, y en no pocos casos en altas dosis, con los consiguientes riesgos.

Los partidarios de la legalización del dopaje replican que es la prohibición lo que pone en riesgo la salud de los atletas, ya que el dopaje se hace hoy clandestinamente sin supervisión o responsabilidad médica. Julian Savulescu, bioético de Oxford, es de los que piensan que levantar la prohibición promovería la salud de los atletas. Con la legalización solo se admitirían las sustancias seguras y se administrarían bajo control médico. Por otra parte, también se admiten no pocos riesgos físicos en el deporte; puede haber, y de hecho hay, caídas graves en el ciclismo o en el esquí, golpes dañinos para el cerebro en el boxeo, paradas cardíacas de corredores de larga distancia…y las lesiones importantes están a la orden del día en muchos deportes.

¿El dopaje desvirtúa el juego limpio?
El fair play se ha considerado siempre un elemento esencial del deporte. De ahí que haya que perseguir el dopaje para evitar la ventaja competitiva de los que se drogan. Igual que los atletas deben partir de la misma línea de salida, también deben respetar las mismas reglas sobre dopaje, dice Don Catlin, creador del primer laboratorio anti-doping en EEUU.

Pero los partidarios de la legalización del dopaje dan la vuelta al argumento diciendo que en la situación actual son los atletas honestos los que salen perdiendo frente a los que se dopan, pues nunca se descubre a todos estos. Mejor que todos tengan acceso a las mismas sustancias. El espíritu del deporte se desvirtúa no cuando se utilizan sustancias dopantes, sino cuando solo algunos tienen acceso a ellas.

Además, hay otras situaciones que dan ventajas competitivas a ciertos atletas sobre otros, empezando por la distinta dotación genética. ¿Cómo puede haber fair play cuando determinados deportes exigen equipamientos e instalaciones que no están al alcance de atletas de países menos desarrollados?

¿La admisión del dopaje no anularía el valor y el interés del deporte?
La admisión del dopaje, dicen sus críticos, haría que los espectadores no supieran hasta qué punto el rendimiento de un atleta es fruto de su esfuerzo personal o del dopaje. Con lo cual sería inevitable la pérdida de interés por las competiciones deportivas. “Una victoria en la pista debe ser el triunfo de una atleta, no la hazaña de un preciado químico que trabaja en un laboratorio”, dice Don Catlin. “Los deportes están para buscar la excelencia a través de la competición, demostrando el propio talento innato y las capacidades logradas a través de la práctica y el duro entrenamiento, y aceptando los resultados”. No se trata de ganar a toda costa.

Pero el deporte de elite actual es en gran parte espectáculo, contestan sus adversarios, y el dopaje puede potenciar su interés. ¿No queremos que los deportistas sigan la máxima del “más rápido, más alto, más fuerte”?

La visión del deporte como una “actividad natural” no es la única posible. Más bien puede decirse que al nivel actual el deporte es una actividad bastante innatural. Se trata de que el hombre mejore lo que es natural. Como dice el profesor Sam Shuster: “Si nos fijamos en el entrenamiento deportivo, se hacen cosas mucho más extrañas que las que se hacen al tomar drogas. Se contrata a un psicólogo para que dirija la mente del deportista; a un dietista para que controle su estómago. Todas estas cosas se aceptan, pero una píldora no”.

Además, es un error pensar que basta utilizar ciertas sustancias para convertirse en un superatleta. Aunque se autoricen las drogas, el triunfo en las competiciones seguirá dependiendo de las fortalezas y debilidades del deportista: de la habilidad, de la tenacidad, de la determinación, del valor… Nada de esto anularía el interés del espectador: el Tour de Francia sigue siendo una carrera apasionante, aunque haya ciclistas que se dopen.

Eso sí, las sustancias admitidas no deberían corromper la naturaleza del deporte en cuestión, lo que es decisivo en esa disciplina. Por ejemplo, una sustancia que en el boxeo anulara el dolor, o que bloqueara los temblores en deportes que ponen a prueba el pulso del atleta como el tiro o el arco.

¿Los controles antidopaje respetan los derechos de los deportistas?
Los partidarios del control sostienen que estas normas son fruto de la experiencia, para evitar engaños y usos ilegales cada vez más sofisticados.

Según los críticos de la cruzada antidopaje, el mismo modo de hacerla no respeta derechos elementales de la persona. Como afirma el Dr. Michael Fitzpatrick: “El nivel de vigilancia sobre un deportista de competición es mayor que el que se ejerce sobre alguien condenado por un delito”.

No pocos deportistas se quejan de que los controles invaden su privacidad de un modo desconsiderado. Deben informar de su paradero a las autoridades antidopaje en todo momento y estar disponibles al menos una hora cada día para someterse a un test. Los atletas que dejan de notificar por tres veces a las autoridades su paradero pueden ser castigados con una suspensión por dos años, lo que es suficiente para liquidar su carrera. Los deportistas se encuentran sometidos a un sistema en el que las autoridades antidopaje actúan como fiscales, jueces y jurados, castigando violaciones basadas en tests discutibles que ellas mismas han certificado, y sin apenas posibilidades de apelación a tribunales externos. Y cuando un deportista es acusado de dopaje, aunque sea con indicios poco consistentes, su reputación puede ser destrozada ante la opinión pública.

También hay críticas respecto a la posibilidad de que un deportista sea acusado de dopaje años después de los hechos, cuando los tests se realizaron en su momento. Por ejemplo, Lance Amstrong ha sido acusado ahora por un presunto dopaje realizado entre 1999 y 2005. A distancia de años, incluso la rectificación de los resultados de la competición y el efecto ejemplarizante pierden fuerza.

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