Seis mil millones de razones para alegrarse

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El demógrafo Nicholas Eberstadt, de Harvard, comenta el nacimiento del «niño 6.000 millones» (The Wall Street Journal, 13-X-99).

(…) Ante el nacimiento de la persona número 6.000 millones, Carol Bellamy, directora ejecutiva de UNICEF, advierte que «para la mayoría de los niños que vienen al mundo, los peligros son grandes y las perspectivas, desalentadoras… El niño seis mil millones va a encontrar un mundo donde las distancias entre ricos y pobres son más grandes que nunca». El secretario general de la ONU, Kofi Annan, amonesta: «Tenemos que estabilizar la población de este planeta. Sencillamente, la presión que puede soportar el medio ambiente tiene un límite».

Coinciden estos notables en que frenar el crecimiento de la población mundial es una necesidad inaplazable… que exigirá aún más ayudas de los países ricos para la planificación familiar en el Tercer Mundo. (…)

Todos estos mensajes de alarma son cantinelas de una conocida doctrina: el neomalthusianismo. No es extraño que los dignatarios de la ONU profesen este credo, quizá la más popular de las creencias seculares a las que se adhieren. (…)

Es cierto que el crecimiento de la población en nuestra época ha sido espectacular. Sólo en este siglo, la humanidad probablemente se ha cuadruplicado. Nunca antes se había visto cosa semejante. Pero esta «explosión demográfica» no se produjo porque de pronto la gente empezara a reproducirse como conejos. La población mudial explotó más bien porque por fin la gente dejó de morir como moscas.

Aunque no disponemos de censos demográficos completos de 1900, se puede razonablemente creer que en aquel entonces la esperanza de vida en el mundo estaría en torno a los 30 años. Hoy, la esperanza de vida media en el mundo es, según cálculos de la ONU, de unos 65 años. Esta duplicación de la longevidad humana es la verdadera causa del extraordinario aumento de la población mundial en los cien últimos años. (…) De hecho, se estima que la tasa mundial de fecundidad es hoy al menos un 40% más baja que a principios de los años 50.

Esta «explosión sanitaria», no lo olvidemos, ha cambiado radicalmente las expectativas de supervivencia tanto en los países pobres como en los ricos. (…) Gracias a este rápido avance, se ha reducido drásticamente la diferencia en esperanza de vida entre los países «desarrollados» y los «menos desarrollados»: de más de 25 años hacia 1950 a unos 11 años hoy en día. No hace falta pintar de rosa las actuales condiciones sanitarias en las zonas pobres del planeta para concluir que la más fundamental de las desigualdades entre países ricos y países pobres -la diferencia en la longevidad de sus ciudadanos- no sólo no ha aumentado, sino se ha reducido de forma constante en las últimas décadas. (…)

La gasolina del moderno desarrollo económico es los recursos humanos, más que los naturales, y las mejoras sanitarias los han multiplicado ampliamente. Según los cálculos del historiador de la economía Angus Maddison, la producción mundial por habitante se ha cuadruplicado desde principios de siglo a comienzos de los años 90, sin que ninguna región del mundo haya quedado al margen de este progreso. Pese al desgraciadamente proverbial calvario de África, Maddison estima que en ese continente la renta por habitante casi se ha triplicado en el curso de este siglo.

¿Pero qué hay de la presión de la humanidad sobre el medio ambiente? También aquí los datos disponibles están en contra de los neomalthusianos. Por ejemplo, los precios de las materias primas que los seres humanos extraen o cosechan de la tierra -cereales, madera, petróleo, minerales…- son muy inferiores a los de hace cien años. El precio es índice de la escasez, y estos precios indican que las materias primas son menos escasas que nunca. Esta paradoja es imposible de explicar desde el paradigma neomalthusiano; pero revela la esencia misma del proceso de desarrollo económico moderno, en el que los seres humanos pueden crear así como agotar recursos «naturales».

Hoy en día, los dirigentes de la ONU parecen cifrar sus esperanzas para el futuro del planeta en inundar el Tercer Mundo de modernos anticonceptivos. Pero su receta es tan errónea como su diagnóstico. (…) El factor que mejor sirve para predecir la fecundidad de una sociedad es el tamaño de familia que desean las mujeres en edad fértil… y los planificadores de la población todavía no han logrado inventar una píldora capaz de cambiar esas preferencias.

El miembro número 6.000 millones del planeta va a encontrar un mundo muy imperfecto. Una parte de la humanidad sigue estando afligida por tremendas carencias materiales (…). Por fortuna, estos tristes datos son excepciones en el espectacular desarrollo registrado en el siglo XX. Los grandes cambios que han hecho posible que el mundo tenga 6.000 millones de habitantes son un triunfo, no una tragedia. Los humanitaristas de la ONU habrían podido verlo con sólo mirar a través de las ventanillas de sus limusinas.

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