El credo del control de la población

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En un editorial titulado «La Iglesia de Malthus», el Wall Street Journal (8-VII-99) comenta la reciente asamblea de la ONU para revisar la aplicación del plan adoptado hace cinco años en la Conferencia de El Cairo (ver servicio 105/99).

(…) La teoría malthusiana (…) se ha convertido, con el paso de los siglos, en una ortodoxia oficial, con sus sumos sacerdotes y sus devotos. La semana pasada se reunieron bajo los auspicios de una sesión especial de la Asamblea General de la ONU con el fin de que los Estados miembros -en especial Tío Sam- pusieran el dinero necesario para mantener con vida el mensaje de reducir la población.

No lo dijeron así, por supuesto. El objetivo declarado de la reunión era evaluar los «progresos» conseguidos en la aplicación del plan de acción elaborado en la Conferencia de El Cairo (1994). Durante décadas, la ONU ha sostenido que el desarrollo económico depende del control demográfico, y El Cairo no fue una excepción.

Pero en los últimos años, sobre esta empresa ha caído una mancha, al conocerse noticias relativas al entusiasmo que el Gran Hermano ha mostrado por ella: abortos forzosos en China, esterilizaciones forzosas en la India y otros casos similares. La genialidad de la estrategia de la ONU en El Cairo fue metamorfosear la cuestión demográfica en un asunto de «derechos» sexuales y reproductivos (…).

Aunque el discurso sobre la reducción de la población se expresa en términos de «libertad» y «decisión» individuales, el contexto de estas decisiones es un mundo donde el nacimiento de más niños -en especial los de piel amarilla, morena o negra- se considera un azote que amenaza el bienestar de todos los humanos. Basta ver las tristes alusiones que dedica la ONU en su sitio de Internet al próximo nacimiento de la persona número seis mil millones.

[El editorial recuerda las predicciones catastrofistas de Paul Ehrlich, Robert McNamara -ex presidente del Banco Mundial- y el Worldwatch Institute, y prosigue:] Lo que la ONU no dice es que las informaciones obtenidas sobre el terreno cuentan una historia muy distinta. Un informe del Banco Mundial señala que casi cualquier medida imaginable del bienestar humano -mortalidad infantil, esperanza de vida, ingestión de calorías, enseñanza primaria- muestra que en la Tierra se vive mejor que antes, y que los mayores progresos han tenido lugar en el Tercer Mundo.

Como dice el Banco, «desde 1960, en el mundo en desarrollo se han duplicado los ingresos medios. Ha habido una fuerte expansión del comercio mundial y una tendencia general a la apertura económica. El desarrollo social ha sido notable». Por nuestra parte, podríamos añadir que el consumo de alimentos por cabeza es mayor que nunca.

Sin duda, la conclusión es que la manera de mejorar la vida de los pueblos del Tercer Mundo no se basa en la opción preferida por la ONU, la de montar ostentosos conciliábulos internacionales que descubren nuevos «derechos» (…). Los gobiernos occidentales, en particular, ayudarían más si, en vez de exigir más impuestos a sus propios trabajadores para financiar programas dirigidos a reducir el número de pobres, abatieran las barreras proteccionistas que impiden la entrada de tantos bienes y servicios de estos últimos.

Por desgracia, en el plan de acción de El Cairo apenas podemos ver más que una Iglesia que intenta desesperadamente dar un nuevo rostro al desacreditado credo malthusiano. (…) Probablemente sea demasiado pedir a los que se reunieron la semana pasada en Nueva York que adopten otro concepto de riqueza, un concepto que mire a hacer el banquete más grande, en vez de reducir el número de comensales.

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