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La protesta-espectáculo

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Si el pueblo no se moviliza en favor de una buena causa, aún es posible armar mucho ruido con unos pocos militantes. Es la táctica empleada por diversos grupos que montan manifestaciones poco nutridas pero espectaculares. De ellos hablan Cécile Thibaud y Vincent Monnier (L’Express, París, 22-IV-99), que los llaman «militantes mediáticos», porque tienen como principal objetivo de sus acciones atraer a los medios de comunicación.

(…) Son provocadores, divertidos e irritantes al mismo tiempo, descendientes directos de los nuevos militantes surgidos a partir de los años 80 y, sobre todo, los 90. Sus causas son variadas: la ecología (ecoguerrilleros, Robin des bois), la lucha contra el SIDA (Act Up), el derecho a la vivienda (DAL), los derechos de los parados (AC!), los inmigrantes ilegales, el antifascismo (Scalp, Ras l’Front), y a veces llegan a la parodia (Frente de Liberación de los Enanos de Jardín). Sus métodos son similares. Al consabido manifestación-pasquín-petición han añadido las acciones de comando y los happenings fotogénicos. Ponen un preservativo gigante en el obelisco de la Concorde, despliegan una inmensa pancarta con la leyenda «No al racismo, no al fascismo» en un mitin del Frente Nacional, ocupan edificios de barrios elegantes para instalar a familias sin vivienda decente, toman las oficinas de las Assedic [organismos que adjudican los subsidios de paro], impiden el despegue de aviones que llevan a bordo a ilegales expulsados. (…)

Todo está previsto, según un cuidadoso guión, explica Christophe Aguiton, dirigente de AC!, asociación de parados especialista en ocupaciones de las Assedic y de la ANPE [Agencia Nacional para el Empleo]: «El lugar de la intervención es mantenido en secreto hasta el último momento. Se cita por fax a los periodistas, que acuden en cuanto olfatean un poco de agitación social. Hemos llegado a tener más cámaras y fotógrafos que manifestantes». ¿Engorroso? En absoluto. El telediario de la noche mostrará algunas imágenes de encuadre corto y eslóganes lapidarios que harán olvidar la escasez de efectivos. Es el abecé de la agitación-propaganda de los años 90: el máximo impacto con el mínimo de militantes.

¿Resurgir del izquierdismo? En realidad, no, explica el periodista Bernard Poulet, que ha estudiado el fenómeno para la revista Le Débat: «Es consumismo. Ya no se hace la revolución, se hace el mercado. Se defienden ‘microcausas’. Se fijan objetivos a corto plazo, más fáciles de alcanzar. Un regalo de Navidad para los parados: a eso han quedado reducidos los horizontes revolucionarios».

El precursor es Greenpeace. En 1975, un puñado de desconocidos lanza sus zodiacs contra las inmensos buques balleneros japoneses. Tienen la buena idea de difundir las imágenes que han filmado: un remake de David y Goliat en pleno océano Pacífico. Greenpeace adquiere un pasaje a la fama, consigue una moratoria sobre la caza de ballenas e impone un estilo. (…)

Todos actúan en la frontera de la ilegalidad. (…) «Somos pocos, tenemos pocos medios, pero nos lo pasamos en grande -explica Samuel Baunée, portavoz de los ecoguerrilleros-. Lo que buscamos es una buena relación entre los recursos gastados y la calidad del fastidio que provocamos». Entre bromas de colegial y gymkhanas, las operaciones clandestinas tienen, por fuerza, más aliciente. Resultado: atraen a toda una generación a la que aburren las formas tradicionales de contestación. (…)

El riesgo, inevitable, es el desgaste, la trivialización. «Entonces cambiamos de sitio -explica Aguiton-. Ocupamos ayuntamientos o el castillo de Versalles (…)». Esta espiral del «más espectacular todavía» entraña el peligro de eclipsar el trabajo en la sombra de estas asociaciones. «Se nos conoce por las ocupaciones de edificios -lamenta Jean-Baptiste Eyraud, presidente y fundador de DAL-. Pero todos los días ayudamos a familias sin vivienda digna en sus gestiones ante los poderes públicos». Evidentemente, eso es menos fotogénico (…).

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