Esas chicas encorsetadas

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En Estados Unidos han aparecido recientemente varios libros sobre la obsesión por la imagen que sufren muchas adolescentes de hoy. Uno de ellos es The Body Project, de Joan Jacobs Brumberg, profesora de la Universidad Cornell, publicado por Random House. Lo comenta Ellen Goodman en International Herald Tribune (23-X-97).

Aveces me pregunto si el cuerpo femenino no estará experimentando una especie de aceleración evolutiva. En menos de una generación, las chicas que conozco han adquirido un montón de partes corporales de las que preocuparse. Una ojeada a cualquier revista para chicas es una lección de la nueva anatomía. Ahora, los ojos están subdivididos en media docena de zonas distintas -desde las cejas hasta las pestañas-, cada una de las cuales ha de ser adelgazada o engrosada, depilada o sombreada. Los dientes exigen abrillantamiento, así como enderezamiento. Los muslos se han hecho celulíticos. Hay que «rellenar» los labios. Los brazos se abultan a causa de los biceps. Y hasta la última porción innominada del cuerpo parece necesitar perfume de un tipo u otro.

Por supuesto, no es el cuerpo sino la industria cosmética la que está incursa en esta evolución rampante. Es más o menos la misma tendencia que se da en la medicina. De modo análogo a como la medicina general se dividió en una colección de especialidades, el mercado de los productos de belleza se ha fraccionado en artículos para cada cosa, del cuero cabelludo a las uñas de los pies, del acné al codo.

La diferencia, naturalmente, es que la medicina cambió para que los pacientes se sintiesen mejor; la industria de la belleza ha cambiado para que sus clientes se sientan peor.

Cualquiera que conozca chicas adolescentes sabe que no son narcisistas. Al fin y al cabo, Narciso se consumía admirando su imagen reflejada en un estanque. Las adolescentes se ahogan en palabras como «odio mi cuerpo, odio mi aspecto, me odio a mí misma».

(…) La historia que cuenta Brumberg va de los tiempos en que las chicas estaban encerradas en corsés a nuestros días, en que las chicas están encorsetadas por voces interiores que les exigen la perfección de una modelo. Brumberg recorre el siglo que media entre una época en que las muchachas rara vez hacían mención de su cuerpo y otra en que el cuerpo se ha convertido en el «proyecto» de las chicas. Al recoger fragmentos de diarios escritos por muchachas de una y otra época, Brumberg nos permite comparar los propósitos de mejora de aquellas y de las actuales. Una chica de finales del XIX se propone «no hablar de mí ni de mis sentimientos… Pensar antes de hablar. Trabajar seriamente. Ser comedida en la conversación y en el obrar… Hacerme más digna. Interesarme más por los otros».

Otra chica, de finales del XX, se propone «intentar mejorar por todos los medios a mi alcance, con ayuda de mi asignación y del dinero que gano haciendo de niñera. Perderé peso, me compraré unas lentillas nuevas, ya tengo un nuevo corte de pelo, un buen maquillaje, ropa y complementos nuevos».

Brumberg no siente nostalgia por los viejos tiempos. (…) Pero es consciente de que los avances han sido a costa de pérdidas. Las chicas, antes mantenidas bajo el paraguas protector victoriano, ahora viven liberadas en «una cultura consumista que las induce a pensar que el cuerpo y la sexualidad son sus proyectos más importantes».

El libro explora la conexión entre la insatisfacción con la propia imagen y algunas decisiones equivocadas, entre cómo se sienten las chicas con su cuerpo y lo que hacen con él. «Las muchachas que se sienten mal consigo mismas necesitan que otros les den seguridad, y esa necesidad, por desgracia, casi siempre refuerza los deseos masculinos. En otras palabras, esas chicas no aciertan al elegir chico o al decidir sobre su actividad sexual». (…)

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