El nuevo hombre inesperado

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El ensayista David Abiker ironiza en «Le Monde» (7 diciembre 2005) sobre el «nuevo hombre» que proponen las revistas francesas para la última temporada, tan distinto del que ha llegado con la revuelta de los suburbios.

«El nuevo hombre se llama Hubert, perdón, Über, por übersexual. Es a la vez masculino y sensible. Con vello por fuera y centrista por dentro. Ligeramente viril, pero tan tierno en el interior. Por supuesto, el nuevo hombre es femenino-compatible, más aún, soluble en los valores de la sociedad maternal, en la que ya no es el protector sino el auxiliar. Por supuesto, es celebrado en las revistas femeninas, y en las revistas en general. El nuevo hombre es un gallito bienpensante con alto poder adquisitivo».

El nuevo hombre es políticamente correcto. «Está a favor de los bosques, quiere a los bebés, cuida su piel y desprecia los 4×4. Tiene principios que le evitan ser cogido en falta cuando su felicidad de papel cuché se extiende al lado de una miseria demasiado llamativa. Es un hombre ideal. Da la impresión de que se parece a George Clooney. Contrariamente a lo que podría pensarse, el nuevo hombre aparece una vez cada dos o tres años para inspirar las portadas de la prensa. Este es su gran mérito: a falta de encarnarse, se imprime. Es, por turno, un nuevo padre, seguido por un metrosexual, alcanzado al año siguiente por un padre recompuesto, cruzado con un super-padre sensible, a menos que no esté en descomposición después de haber sido el metropatriarca de una familia hecha añicos».

El nuevo hombre tiene esto en común con el de la temporada anterior: consume junto con la mujer, «que lo arrastra con ella en aturdidores «shoppings» de lo bio, lo duradero, «in», «out», etc. Una pareja estable, para lo mejor del consumo; nunca para lo peor. El nuevo hombre es como el monstruo de Frankenstein: es la creación de un experto en marejadas de fondo de civilización (un sociólogo a la última, de hecho). Se reprocha a las elites que ignoran la realidad. Los creadores de tendencias hacen algo peor: la inventan».

Pero el hombre de la temporada no ha resultado quien se esperaba. «El hombre de la temporada está sin blanca, ligeramente irritado, y encapuchado. El hombre de la temporada no ha salido de un estudio de estilistas, para desgracia del propietario de un Opel Astra estacionado fuera del garaje. El hombre de la temporada vive por lo general en los suburbios y, contrariamente a lo que se nos había anunciado, no está realmente satisfecho de su urbanidad, y mucho menos de cómo va el mundo. Se ríe del desarrollo sostenible como de sus primeras Nike. El hombre de la temporada es complejo, difícil de comprender, complicado. Y, desde luego, sus pulsiones no son consumistas, aunque le gustaría consumir más. El hombre de la temporada tiene 16 años y nos plantea un problema».

Hubiera sido preferible que los profesionales de las tendencias «nos advirtieran no de la llegado de Hubert, sino más bien de la ira de ese joven de los suburbios que no puede más. (…) Pues a fuerza de inventar cada año al nuevo hombre para la mayor felicidad de las marcas, se les olvida interesarse por el hombre de verdad, el «quidam», el hombre de la calle».

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