¿Qué puede esperar África de la crisis mundial?

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El lugar marginal que África ha ocupado en el orden económico globalizado podría, por una vez, beneficiarla. Quienes proponen esta tesis prevén que el dinero africano prefiera ahora invertir en bonos del Tesoro de los gobiernos locales o en bancos públicos de la región, que según explica el economista keniano Jackon Mbari, «sobrevivieron por su mínimo valor en el mercado, un excesivo control del Gobierno y las restricciones al mercado de divisas».

Correlativamente, y como ha señalado el ministro para el Comercio de Uganda, Nelson Gagawala Wambuzi, si la reducción del crédito recorta los subsidios a la producción agrícola en los países desarrollados, habría una oportunidad para los mercados hasta ahora claramente desfavorecidos por las ventajas dadas a los agricultores europeos y americanos.

Un tercer factor se erige también como esperanza razonable: el desvío del comercio africano hacia los gigantes asiáticos. Jared Wafula, economista de la Universidad de Nairobi, explica que «el continente será más autosuficiente gracias al comercio con China, la India y otros poderes orientales, que son menos exigentes que los occidentales en cuanto a niveles de gobernabilidad».

El dinero de los que emigran

La repercusión que tendrá la crisis sobre los africanos que viven en el mundo desarrollado pone también encima de la mesa algunas variables decisivas para la marcha de la economía en el continente más castigado. Y aunque los expertos en inmigración hablan del efecto disuasorio del parón económico sobre los africanos dispuestos a arriesgar la vida para pasar a Europa, las embarcaciones siguen llegando a las costas españolas e italianas con un escandaloso saldo de muertos.

La suerte de los que se van no es ni mucho menos irrelevante para el destino de los que siguen habitando la tierra. En Senegal y en Comoras, por poner sólo dos casos, las remesas representan respectivamente el 19 y el 24% del PIB. El efecto de codesarrollo producido por quienes envían dinero a su país resulta visible: en Malí, por ejemplo, en cuya región de Kayes se construyeron, según un estudio publicado por el Centro de Investigación y Acción Cultural (Francia), 76 dispensarios en 1992, financiados en su mayor parte con el dinero de los emigrantes.

Destinados con mucha frecuencia a la adquisición de vivienda, los fondos enviados por quienes trabajan en el extranjero constituyen un firme puntal para el crecimiento en sus países de la industria de la construcción. También se dirigen estos recursos a la inversión productiva, en el comercio o en los servicios.

Efectos sobre la cooperación

Según un estudio del Banco Africano de Desarrollo (BAD), Senegal recibió en 2005 1. 254 millones de euros de sus nacionales en el extranjero frente a los 574 millones provenientes de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), mientras que en Comoras el dinero de la diáspora superó en más de tres veces al de la ayuda exterior. El aporte de la cooperación es precisamente uno de los frentes más amenazados por la crisis, e instituciones como Oxfam han declarado que esperan con preocupación una caída de las donaciones.

Precisamente Oxfam, basándose en cálculos del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PNUD), ha señalado que los 700.000 millones presupuestados para el plan de rescate financiero podrían cancelar casi dos veces los 375.000 millones de dólares de deudas acumuladas de las 49 naciones más pobres del mundo. Por su parte, el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha admitido que el cumplimiento de los Objetivos del Milenio no es factible para 2015.

Como ha afirmado Klaus Schwab recientemente en un artículo publicado por Newsweek, una reformulación del orden planetario impone un sistema de cooperación global enteramente nuevo, y el reconocimiento de que «el mundo de hoy es mucho más asiático y más africano que el de los tiempos en los que nacieron instituciones como Breton Woods, la Naciones Unidas y el G8». También lo ha advertido Kofi Annan en una conferencia sobre la Erradicación de la Pobreza celebrada en Dublín: «La crisis de los alimentos y la crisis del hambre son tan reales y debemos tratarlas con la misma urgencia e interés con que nos enfrentamos a la crisis financiera».

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