Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX

TÍTULO ORIGINALMémoire du mal, tentation du bien

GÉNERO

Península-HCS. Barcelona (2002). 377 págs. 19,23 €. Traducción: Manuel Serrat Crespo.

El historiador y filósofo búlgaro Tzvetan Todorov vive en Francia desde 1963, pero hasta esa fecha tuvo la experiencia directa del totalitarismo comunista en su país de origen. El exilio nunca le apartó de las reflexiones sobre el fenómeno totalitario. No en vano durante décadas Francia ha sido el epicentro de apasionados debates intelectuales en torno a lo que se llamó el «socialismo real» imperante en Europa del Este, a lo que se añade el persistente recuerdo histórico de la ocupación alemana durante la II Guerra mundial. El único problema, tal y como lo plantea el autor, es saber si ese ejercicio de la memoria histórica sirve para prevenir atrocidades como las cometidas en nombre de las concepciones del mundo totalitarias. Todorov confiesa al respecto su escepticismo. Más efectiva que la memoria será la interacción con los demás y, en definitiva, el amor, palabra que emplea con frecuencia el autor, siguiendo las reflexiones del filósofo judío francés Emmanuel Lévinas.

Todorov reflexiona sobre el fenómeno totalitario, las similitudes y las diferencias entre el nazismo y el comunismo, si bien dedica más atención a este último, del que tiene una experiencia directa. Como profundo conocedor de la filosofía política, el autor remonta las raíces del totalitarismo hasta la Revolución Francesa, pero también hasta la mentalidad positivista y cientificista imperante en el siglo XIX. El ideal del mundo perfecto, del paraíso en la tierra, parece más al alcance de la humanidad de la mano del progreso técnico. No es casualidad que todos los regímenes totalitarios del siglo XX adoptaran la ideología del cientificismo, pero paradójicamente ninguno de ellos contribuyó de modo sustancial al desarrollo de la investigación científica.

Por lo demás, el cientificismo sigue presente en la democracia. Según Todorov, no ve en ello un peligro serio, a menos que se empeñe en construir utópicamente el reinado de la justicia universal. Esa es la tentación del bien, según Todorov, y la que puede producir males mayores. Para él no hay diferencia entre las víctimas de los bombardeos de un Estado totalitario y las de los bombardeos «humanitarios» efectuados por Estados democráticos en Bosnia, Kosovo o Irak. Además, el llamado «derecho de injerencia» ni siquiera tiene vigencia universal, pues no se aplica a países como Rusia, China o la India, en los que hay situaciones de violación de los derechos humanos.

Pero el libro de Todorov no se queda sólo en reflexiones sino que aporta seis testimonios de algunos intelectuales del siglo XX que resistieron a los embates del totalitarismo. Entre ellos hay escritores como Vassili Grossman, Primo Levi y Romain Gary. Pasaron por el exilio, el campo de concentración o el ostracismo social y político, pero los tres tienen en común la búsqueda o el reencuentro con el amor, que es un punto de referencia indispensable en todo auténtico humanismo. Hay también políticos como David Rousset, al que su militancia socialista no le privaría de denunciar los campos de concentración soviéticos, cuando en la Francia de la posguerra era incómodo hacerlo. Margarete Buber-Neuman, una comunista que pasó siete años en campos nazis y soviéticos, demostraría parecido valor en sus testimonios, tras haber aprendido, por su experiencia personal, a distinguir entre los seres humanos y las categorías ideológicas. Por último, Germaine Tillion, una etnóloga que fue encarcelada por los alemanes, y que luego no quiso distinguir de forma maniquea entre la gloria de la resistencia francesa y la represión desencadenada contra la resistencia argelina. Para Todorov, todos ellos representan a quienes no quieren ver en los otros a enemigos o a prisioneros, pues son, ante todo, seres humanos.

Antonio R. Rubio

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