Jonathan Haidt, conocido experto en psicología social, se pregunta por qué si somos cada vez más civilizados estamos tan frecuentemente enfrentados y de modo tan apasionado en cuestiones políticas y religiosas; es decir, se plantea a qué se deben la polarización política y los radicalismos religiosos. Para reflexionar sobre estos temas ha escrito un interesante y ameno ensayo, que ha sido muy comentado desde que se publicó originalmente en 2012, bajo el título The Righteous Mind (ver Aceprensa, 17-06-2013).
Lo que propone es una mirada “descriptiva” (es decir, no moral) sobre los juicios morales, combinando lo que enseña la psicología experimental con las teorías evolutivas. Haidt cree que primero tenemos intuiciones sentimentales y morales poco o nada racionalizadas. Y, a continuación, la razón viene en auxilio de lo que ya pensamos de antemano para “justificarlo” a posteriori.
Hasta aquí, el libro es interesante, pero no particularmente novedoso. Sin embargo, su propuesta está siendo influyente, ya que explica por qué todo ese proceso resulta tan efectivo. ¿Por qué es mejor en los procesos de selección natural una razón que lleva a autojustificar nuestros comportamientos e ideas, que una razón que se centra en buscar la verdad?
Haidt explica la relevancia que tiene para nuestra supervivencia justificar nuestros propios comportamientos ante los demás. Si nos preocupamos particularmente por nuestra reputación ante los que nos rodean y por la buena fama ante nuestro clan o ante nuestra tribu, aunque sea con razonamientos muy sesgados, aumentan para nosotros las posibilidades de sobrevivir. A su juicio, nuestra razón “fue diseñada para buscar justificaciones, no la verdad”.
Por eso nos esforzamos por lograr aceptación entre quienes comparten nuestras concepciones morales y, en cambio, despreciamos e incluso atacamos a los que se hallan alejados de nosotros. Fortalecemos (como los viejos clanes de homínidos) los lazos con los “nuestros” y nos enfrentamos a los “otros”. En consecuencia, rara vez buscamos la verdad o el encuentro con ellos, si eso supone cambiar de criterio o dejar en evidencia nuestro comportamiento o nuestras ideas.
En su ensayo, Haidt plantea hacia dónde podría llevarnos ese sesgo de la autojustificación. Se pregunta si, ahora que podemos darnos cuenta de esa inclinación, seremos capaces de superarla o acabaremos por destruirnos unos a otros, en último término, como homínidos primitivos, justificando la destrucción en nuestra necesidad de autodefensa.