La caza de brujas en la Europa Moderna

TÍTULO ORIGINALThe Witch-Hunt in Early Modern Europe

GÉNERO

Alianza. Madrid (1995). 364 págs. 2.650 ptas. Traducción española sobre la segunda edición, edit. Logman Group, Londres (1994).

Aludir a la «caza de brujas» suele evocar crueles suplicios de los tribunales de la Inquisición, propios del atraso y oscuridad que se atribuyen a la Edad Media. Tales prejuicios quedan desautorizadas ante los rigurosos datos históricos ofrecidos por el profesor Levack en este libro. Esos datos muestran que los tribunales que condenaron a las brujas no fueron religiosos, sino civiles, y que las penas de muerte no se dieron en la Edad Media, sino en la Edad Moderna. Para ser exactos, como prueba el autor, las fechas abarcan desde 1450 a 1750, con fases de especial virulencia (fines del s. XV y del XVI, comienzos del XVII).

Un aspecto de gran interés alude al contenido que se atribuyó a las actividades de brujería y al papel de los brujos, o, más bien, brujas en su mayoría. Distingue Levack la práctica de maleficios, encantamientos, o actos dañinos contra personas o propiedades, de los llamados «pactos con el demonio» que implicaban relación o posesión diabólica. Ambos supuestos podían aparecer, o bien por separado -como los casos de magia o maleficio- o bien coincidiendo en la misma persona de la bruja, como era frecuente.

Otra idea tópica que se desvanece se refiere a las regiones en las que mayor virulencia alcanzó la «caza de brujas». El profesor Levack acredita documentalmente que los países donde se producen las masacres fueron sobre todo del Centro y Norte de Europa: Francia, Suiza, Alemania, Polonia. Al contrario, en los países mediterráneos (Italia, España, Portugal) la «caza» fue más leve, o casi inexistente, a juzgar por el escaso número de procesos y, todavía menos, de condenas registradas.

Las conclusiones, al destruir tópicos frecuentes, alejan de la Inquisición y de la Iglesia católica responsabilidades en esta persecución que floreció sobre todo con las supersticiones. Y no parte el autor de actitudes apologéticas. Entre otras cosas, porque Levack no acaba de comprender el cristianismo, al que considera más una cultura social que una religión transcendente. En cualquier caso, su desinterés personal avala unos juicios que están basados en el análisis documental de la realidad.

Rafael Gómez López-Egea

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