El año mil

Henri Focillon

GÉNERO

Alianza. Madrid (1987). 240 págs. 675 ptas.

Estamos a un paso del año 2000 y, como no podía ser menos, los ojos se vuelven hacia el anterior cambio de milenio. ¿Son ciertas esas historias sobre los terrores que sacudieron a la sociedad en plena Edad Media cuando se aproximaba el año 1000?

Hasta hace poco era creencia comúnmente admitida que, a finales del siglo X, una ola de pánico conmocionó a la población. Según esta leyenda, la gente habría abandonado sus bienes y ocupaciones habituales para rezar recluida en las iglesias, atemorizada por la ya muy próxima venida del Anticristo. Este personaje, según señala el Apocalipsis, fue encadenado por un periodo de mil años, al cabo del cual sería liberado momentáneamente.

Estas teorías milenaristas provienen de la interpretación literal del libro del apóstol San Juan, y desde el siglo V han sido desautorizadas por la Iglesia, que propone una interpretación más simbólica del texto. Entre otras cosas porque, como comentaba irónicamente la revista The Economist, es poco probable que Dios se ciña al calendario gregoriano para ejecutar sus planes respecto a la humanidad.

En cualquier caso, en la Edad Media el Apocalipsis estaba en la mente de los individuos como elemento fundamental del pensamiento religioso. Medievalistas que han estudiado el cambio de milenio, como Henri Focillon en El año mil o Georges Duby en Año 1000, año 2000, recogen vaticinios milenaristas por parte de algunos predicadores o monjes. Por ejemplo, Raoul Glaber, monje francés nacido en la segunda mitad del siglo X, escribe en sus Historias: «Cumplidos los mil años, pronto Satanás será desencadenado». La inminencia del fin del mundo se ve reforzada por la aparición de un meteorito, lo cual, según Glaber, presagia «algún acontecimiento misterioso y terrible».

Pero pasó el año 1000 y ninguno de estos vaticinios se cumplieron. En el año 1033, las fortísimas lluvias y la hambruna que asolaron Europa llevan a Glaber a insistir en el mismo presagio: en ese año se conmemoraba el primer milenio de la Pasión de Cristo, lo que le hace temer que pueda ser la fecha elegida para «el fin del género humano». Pero, a pesar de estos rumores sobre el fin de los tiempos, los medievalistas están convencidos de que ningún pánico colectivo milenarista se extendió entonces por Europa. Tampoco consta la existencia de ningún documento oficial o de la Iglesia que mencione esos hipotéticos terrores.

¿De dónde provienen, pues, esas historias? Según explica el medievalista francés Jacques Heers, en su libro La invención de la Edad Media, todo fue inventado a posteriori, en una campaña imbuida de anticlericalismo y desprecio por el Medievo que se fraguó entre los ilustrados. Los que querían exaltar el «Siglo de las Luces» frente a la «oscuridad» de la Edad Media, acusaron al clero de aterrorizar a la población con la amenaza del fin del mundo, para que la gente donara sus posesiones a la Iglesia a fin de lograr la salvación de su alma.

Más adelante, ya en el siglo XIX, en pleno Romanticismo, esta versión de los hechos fue asumida y adornada por algunos autores, que la hicieron muy popular. A mediados del presente siglo, un nutrido grupo de historiadores, entre los que se encuentran Henri Focillon y Ferdinand Lot, rectifican esta leyenda romántica.

Desde entonces, como señala Jacques Heers, «no ha habido un solo especialista de este periodo (el Medievo) o, de un modo más general, de la Historia de la Iglesia, que (…) no haya contribuido a una total refutación del mito». Pero el fin de los mitos es casi tan incierto como el fin del mundo.

Amelia Gomá

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