Carlos de Habsburgo. El último emperador

TÍTULO ORIGINALCharles de Habsbourg. Le dernier empereur

GÉNERO

Palabra. Madrid (2005). 287 págs. 23 €. Traducción: Mercedes Villar Ponz.

Carlos I, último emperador de Austria-Hungría, es el primer gobernante del siglo XX que ha sido elevado a los altares, pues fue beatificado por Juan Pablo II en 2004. Dos años de reinado (1916-1918), en treinta y cinco de existencia terrena, marcan la mayor parte de esta apasionante biografía.

El autor del libro, Dugast Rouillé, fue un médico apasionado por los temas históricos. Se interesó desde la década de 1950 por el emperador Carlos, y no sólo manejó una copiosa bibliografía sino que completó sus conocimientos por medio de frecuentes entrevistas con la emperatriz Zita de Borbón-Parma, viuda del emperador, así como con algunos de sus hijos. Visitó además Viena, Budapest y Madeira, escenario este último del exilio y muerte de Carlos en 1922. En realidad, esta obra se publicó hace quince años, pero ha sido revisada recientemente por Rodolfo de Austria, hijo del emperador, para ser reeditada con motivo de la beatificación de su padre.

Al leer esta biografía, somos conscientes de que la historia de Europa Central, y en consecuencia del Viejo Continente, habría sido muy diferente con una Primera Guerra Mundial sin vencedores ni vencidos, si los beligerantes, atrapados en la telaraña de la guerra de trincheras y el bloqueo económico, hubieran llegado a algún tipo de armisticio en 1916, cuando no se vislumbraba un claro vencedor. El autor nos revela que los propósitos pacificadores de Carlos pasaban por sacrificar algunos territorios: devolución por Alemania de Alsacia y Lorena a Francia, que sería compensada por Austria en la Galitzia polaca. El plan pasaba por un cierto regreso al equilibrio anterior a la contienda. Pero cabe preguntarse si esa solución, completada con la cesión de algunos territorios reclamados por Italia, habría sido duradera, pues los nacionalismos, verdaderos causantes de la guerra, difícilmente se habrían conformado con el clásico «arreglo» territorial entre Estados.

En cualquier caso, a Carlos no le faltaba perspicacia al señalar los errores alemanes en la dirección de la guerra y las pretensiones de Berlín de subordinar en todos sus propósitos a Austria. Consideró equivocado que los generales alemanes favorecieran la vuelta de Lenin a Rusia para acelerar la derrota de este país: la difusión de los «soviets» de soldados y obreros en Alemania, Austria y Hungría, semanas antes del final de la contienda, confirmó los temores del emperador. Carlos intentó además alguna solución confederal para las naciones del Imperio en 1918, pero ya era demasiado tarde, pues los Estados Unidos de Wilson apoyaban el principio de las nacionalidades, y en concreto los movimientos paneslavistas de Checoslovaquia y Yugoslavia.

Se podría decir que la corona de los Habsburgo se transformó para Carlos I en corona de espinas, forjada a base de frustraciones, traiciones, calumnias e ingratitudes. A un emperador que no había querido la guerra y que dedicó su breve reinado a intentar detenerla, se le aplicaron los dictados de paz de los vencedores, materializados incluso en las privaciones de su exilio. Sin embargo, en todo momento demostró ser un hombre honrado y un cristiano fiel.

Antonio R. Rubio

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