Un rabino enjuicia los últimos libros sobre Pío XII y los judíos

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El Holocausto como arma en una batalla interna entre católicos
En el último año y medio han aparecido al menos nueve libros que tratan de la figura de Pío XII y de su comportamiento durante la II Guerra Mundial y, más concretamente, sobre su actitud ante el nazismo y Hitler. El rabino David G. Dalin sostiene que, en realidad, buena parte de esta polémica es una batalla interna entre católicos, y que los supuestos «silencios» de Pío XII no son sino una arma que algunos usan contra los que consideran «conservadores». Ofrecemos una síntesis del largo artículo que ha publicado en The Weekly Standard (Washington, 26 febrero 2001).

Dalin recuerda que ya antes de la muerte de Pío XII circuló la acusación de complicidad con los nazis. Pero era una campaña de propaganda comunista, que quedó anulada por la oleada de elogios dedicados por judíos y no judíos al Papa con ocasión de su fallecimiento. Las acusaciones volvieron en 1963, a raíz del estreno de la obra teatral El vicario, de Rolf Hochhuth. En ella se pinta al Papa preocupado ante todo por las finanzas vaticanas, y por ello indiferente a la suerte de los judíos.

Ahora se presentan de nuevo los viejos cargos contra Pío XII, esta vez con una insistencia inusitada. ¿Por qué? Las razones, señala Dalin, no son claras a primera vista. Por eso investiga el fenómeno analizando nueve obras recientes sobre Pío XII y los nazis, todas ellas publicadas en los últimos dieciocho meses (1).

Cuatro de esos libros -los de Blet, Marchione, Rychlak y McInerny- son defensas de Pío XII. De los otros, dos -los de Wills y Carroll- presentan los cargos contra Pío XII como parte de una crítica contra la Iglesia católica en general. La conclusión de Dalin es que los defensores del Papa cuentan con más pruebas que los acusadores. Esto vale en especial para el libro de Ronald Rychlak, Hitler, the War and the Pope (ver servicio 171/00), que -a juicio de Dalin- es el mejor de todos.

Denuncias de católicos descontentos

Dalin señala una circunstancia común a varios autores que sostienen la culpabilidad de Pío XII. «Curiosamente, casi todos los que insisten hoy en esa dirección, desde los ex seminaristas John Cornwell y Garry Wills hasta el ex sacerdote James Carroll, son católicos lapsi o descontentos. Para los líderes judíos de la generación anterior, la campaña contra Pío XII hubiera sido un shock. Durante y después de la guerra, muchos judíos bien conocidos -Albert Einstein, Golda Meir, Moshe Sharett, el rabino Isaac Herzog e innumerables otros- expresaron públicamente su gratitud a Pío XII. En su libro Tres Papas y los judíos, de 1967, el diplomático Pinchas Lapide, que fue cónsul de Israel en Milán y entrevistó a supervivientes italianos del Holocausto, declaró que Pío XII ‘contribuyó a salvar al menos 700.000 judíos, probablemente incluso 860.000, de una muerte segura a manos nazis’».

Una discusión interna

Es cierto que los esfuerzos del Papa para evitar la guerra fracasaron y que incluso algunos católicos estaban infectados de antisemitismo. «Pero hacer de Pío XII el blanco de nuestro rechazo moral contra los nazis, e incluir el catolicismo entre las instituciones deslegitimadas por el horror del Holocausto, manifiesta no entender la historia. Prácticamente ninguno de los libros recientes sobre Pío XII y el Holocausto trata de Pío XII y el Holocausto. El verdadero tema es una discusión interna sobre el rumbo de la Iglesia de hoy, y el Holocausto es simplemente el mayor garrote disponible que los católicos liberales pueden usar contra los tradicionalistas». Según ese esquema, «el tradicionalismo de Juan Pablo II estaría unido al supuesto antisemitismo de Pío XII; el mantenimiento de la autoridad vaticana estaría en línea directa con la complicidad en el exterminio nazi de los judíos».

Desde un punto de vista judío, prosigue Dalin, es inadmisible semejante uso del Holocausto, con fines partidistas, en un debate ajeno. Y sobre todo, añade, cuando, como en este caso, «se distorsiona el testimonio de los supervivientes del Holocausto y se extiende de modo abusivo a otras figuras la condena que ha de recaer en Hitler y los nazis». Así pues, «¿cómo no objetar nada ante tan monstruosa equiparación moral y uso interesado del Holocausto?».

Doble rasero

«La técnica usada en los recientes ataques a Pío XII es simple. Se trata de leer los datos favorables [a Pío XII] del peor modo posible y de someterlos a la crítica más estricta, mientras que los datos no favorables se aceptan sin problemas». El autor señala algunos ejemplos de este mecanismo en los libros que comenta. Así, Susan Zuccotti descarta el testimonio de un sacerdote, según el cual el obispo de Asís, mientras sostenía una carta en la mano, dijo que Pío XII le había escrito para que ayudara a los judíos durante la redada hecha por los ocupantes alemanes en 1943. Zuccotti rechaza esa prueba porque el testigo no llegó a leer la carta, y afirma que el obispo pudo engañarle. En cambio, la misma autora otorga crédito a un diplomático alemán, quien en 1967 declaró haber enviado información sobre el planeado pogrom al embajador nazi ante el Vaticano y añadió que «suponía» que este la había transmitido a la Santa Sede.

De esta suposición ajena concluye Zuccotti que el Papa tuvo conocimiento directo y previo de lo que se planeaba. Y eso, pese a que otro testimonio, el de la princesa Enza Pignatelli Aragona, afirma que las primeras palabras de Pío XII al recibir la noticia de la redada fueron: «¡Pero si los alemanes habían prometido no tocar a los judíos!».

«Con este doble rasero -comenta Dalin-, tales autores llegan fácilmente a dos conclusiones previamente tomadas. La primera es que la Iglesia católica comparte la responsabilidad por el Holocausto (…). Y la segunda es que la culpa del catolicismo se debe a ciertos aspectos de la Iglesia, representados ahora por Juan Pablo II».

No hubo «silencios»

Es cierto que Pío XII tuvo detractores judíos durante la controversia producida por El vicario, la obra teatral de siete horas escrita por el izquierdista Rolf Hochhuth, antiguo miembro de las juventudes hitlerianas, y también durante el inicio del proceso de beatificación, en 1965. Se le acusaba de que «su anticomunismo le había llevado a ver a Hitler como un baluarte contra los rusos». Con las informaciones que tenemos ahora de las barbaridades soviéticas, parece que esa obsesión no era tan equivocada.

De todas formas, las pruebas muestran otra cosa sobre la percepción de Pío XII. «En 1942, por ejemplo, dijo a un visitante: ‘El peligro comunista existe, pero ahora el peligro nazi es más serio’». Se opuso a bendecir la invasión de Rusia por Hitler y a mediados de los años 20 había intentado llegar a acuerdo diplomático con los bolcheviques.

El autor cita varias obras escritas por judíos en las que se defiende la memoria de Pío XII. De ellas, la más influyente continúa siendo el libro de Lapide. Subraya que las nuevas pruebas que se han añadido en los 34 años desde que fue escrito confirman «tanto que Pío XII no estuvo callado como que nadie en su época pensaba tal cosa». Michel Tagliacozzo, el líder de los judíos romanos durante el Holocausto, sentencia: «Tengo una carpeta abierta en mi mesa en Israel titulada ‘Calumnias contra Pío XII’… Sin él, muchos de nosotros no estaríamos vivos».

En el artículo se ofrece un sumario de algunas acciones y declaraciones llevadas a cabo por Pío XII, antes y durante la guerra, de las que no hay huellas en los recientes libros que le atacan. Dalin pone en evidencia que en algunos casos se da una errónea comprensión histórica, pues se espera del Papa que usara el lenguaje que nosotros hubiéramos usado hoy. Esa mala interpretación no la tuvieron sus contemporáneos, como muestran, por ejemplo, algunos textos del New York Times. Dalin subraya, sobre todo, que los propios nazis consideraban a Pío XII un «Papa pro judío», como lo llamaba un panfleto que elaboró el Ministerio de la Propaganda, dirigido por Joseph Göbbels, y del que se distribuyeron diez millones de ejemplares.

¿Habría servido una excomunión?

«Cuando se piensa qué acciones debería haber realizado Pío XII, muchos -yo entre ellos- desearíamos que hubiera decretado una excomunión explícita». Era claro que los nazis de origen católico, habían caído, de hecho, en excomunión automática, y que Hitler se consideraba a sí mismo, mucho antes de llegar al poder, como anticatólico. Sin embargo, cree Dalin, «una declaración papal habría podido tener algún efecto positivo».

«Pero es posible que las cosas no hubieran sido así. Don Luigi Sturzo, fundador de la Democracia Cristiana, señaló que las últimas veces que se había pronunciado una excomunión contra un jefe de Estado, ni Isabel I ni Napoleón cambiaron su política. Y hay razón para creer -como afirma Margherita Marchione- que el resultado hubiera sido una violenta represalia, la pérdida de muchas más vidas judías, especialmente aquellas que estaban entonces bajo la protección de la Iglesia, y una intensificación de la persecución a los católicos».

En este sentido, Dalin cita algunos testimonio de judíos que vivieron los hechos y que apoyan esta tesis, y recuerda el episodio de Holanda: la represión que siguió a una carta pastoral en la que los obispos condenaban el trato que se daba a los judíos. «En este contexto, uno podría preguntarse: ¿y qué podría haber sido peor que el asesinato de seis millones de judíos? La respuesta es la matanza de cientos de miles más. Y fue para salvar a esos por lo que trabajó el Vaticano. La suerte de los judíos italianos se ha convertido en uno de los principales tópicos contra Pío XII: el fracaso del catolicismo en su propia casa, que supuestamente pone en evidencia la hipocresía de toda pretensión de autoridad moral por parte de un Papa moderno. (…) Pero queda el hecho de que mientras aproximadamente un 80% de los judíos europeos murieron durante la II Guerra Mundial, el 80% de los judíos italianos se salvaron».

Queda asimismo un testimonio como el del Card. Pietro Palazzini, que en 1985 recibió en Israel el título de «gentil justo», como se llama a los no judíos que salvaron vidas judías durante el Holocausto. Al aceptar el honor, el cardenal subrayó que «el mérito es por entero de Pío XII, que nos ordenó hacer todo lo que estuviera en nuestra mano para salvar a los judíos de la persecución».

Un «gentil justo»

Dalin ofrece un elenco de testimonios de judíos contemporáneos que reconocen la firme oposición de Pío XII a la ideología nazi, y añade un detalle significativo: el 26 de mayo de 1955, la Orquesta Filarmónica de Israel viajó a Roma para ofrecer un concierto de reconocimiento al Papa. Si esa orquesta nunca tocó obras de Wagner, por considerarlo «el compositor de Hitler», sería muy sorprendente que viajara a Roma, a costa del gobierno israelí, para rendir un homenaje al «Papa de Hitler» (título del libro de Cornwell).

Dalin advierte que negar el testimonio de las personas que vivieron los acontecimientos es perturbador, «pues equivale a negar la credibilidad de su testimonio y de su juicio personal sobre el mismo Holocausto».

El artículo de Dalin concluye así: «El Talmud enseña que ‘quien salva una vida, la Escritura lo cuenta en su haber como si hubiera salvado todo un mundo’. Pío XII cumplió esta sentencia talmúdica más que cualquier otro dirigente del siglo XX, cuando estaba en juego el destino de los judíos europeos. Ningún otro Papa ha sido elogiado por tantos judíos, y al hacer así no se engañaron. Su gratitud, así como la de toda la generación de supervivientes del Holocausto, testifica que Pío XII fue, en sentido genuino y profundo, un gentil justo».

_________________________(1) John Cornwell, Hitler’s Pope (ver servicios 127/99 y 134/99); Pierre Blet, Pius XII and the Second World War (Pie XII et la Seconde Guerre Mondiale d’après les archives du Vatican); Garry Wills, Papal Sin; Margherita Marchione, Pope Pius XII: Architect for Peace; Ronald J. Rychlak, Hitler, the War and the Pope; Michael Phayer, The Catholic Church and the Holocaust, 1930-1965; Susan Zuccotti, Under His Very Windows; Ralph McInerny, The Defamation of Pius XII; James Carroll, Constantine’s Sword.¿Denunciar o callar?: el dilema de Pío XII¿Debía Pío XII haber hablado públicamente y de modo totalmente explícito contra el exterminio de judíos mientras se producía el Holocausto? Emilia Paola Pacelli explica que en aquel momento Pío XII tomó -dolorosamente- la decisión de ayudar en secreto a los perseguidos, convencido de que las denuncias serían contraproducentes. Así lo expone en un artículo publicado en L’Osservatore Romano (edición en español, 24 noviembre 2000), del que recogemos algunos fragmentos.

Se necesita paciencia y prudencia, que tienen algo de heroico, para enfrentarse a las exigencias contradictorias de un ministerio pastoral sentido y vivido -así lo admite el mismo Pío XII- como una corona de espinas, un ministerio que exige con frecuencia «esfuerzos casi sobrehumanos»: «Por desgracia, donde el Papa quisiera gritar con fuerza, hay un silencio de espera que a veces le viene impuesto; donde quisiera actuar y ayudar, le es impuesta una espera paciente». Y también se necesitan para poder gestionar el dolor del angustioso dilema -«es dolorosamente difícil decidir si convienen una discreción y un silencio prudente o palabras decididas y una acción enérgica»-, en el lúcido conocimiento de las incalculables consecuencias que podría desencadenar una palabra de más.

(…) El Vicario de Cristo conoce bien la tremenda responsabilidad que pesa sobre él. No puede arriesgar: la mínima ligereza podría tener repercusiones devastadoras para miles de inocentes. La consigna puede ser solamente una: «¡Salvar en primer lugar vidas humanas!».

(…) Bendito, divino silencio, si vale para alejar de los otros cualquier reacción injuriosa, aunque el precio inevitable que haya que pagar sea una extrema crucifixión interior. Tanto es así que Fulton Sheen vio en Pío XII «un drymartir», «un mártir incruento», no inclinado -decía- como Atlas bajo el peso del mundo, sino erguido bajo el peso de la cruz.

Y es precisamente esta la imagen que se nos presenta esculpida en el testimonio que dio de Pío XII, en mayo de 1964, el siervo de Dios don Pirro Scavizzi, y nuevamente publicado por el padre Rotondi el 1 de junio de 1986.

Al volver del frente ruso por segunda vez, en 1942, con el tren hospital en el que trabajaba como capellán de la Orden de Malta, visitó al Papa para informarle del éxito de la misión de ayuda a los perseguidos, realizada secretamente por encargo del mismo Pontífice, y sobre los horrores nazis en Austria, Alemania, Polonia y Ucrania. Don Scavizzi declara textualmente lo siguiente:

«El Papa, de pie junto a mí, me escuchaba emocionado y conmovido; alzó las manos al cielo y me dijo: ‘Diga a todos los que pueda que el Papa agoniza por ellos y con ellos. Dígales que muchas veces he pensado en fulminar con la excomunión el nazismo, en denunciar ante el mundo civil la bestialidad del exterminio de los judíos. Hemos escuchado amenazas gravísimas de represalias no contra Nuestra persona, sino contra los pobres hijos que se encuentran bajo el dominio nazi. Por diversos trámites, nos han llegado encarecidas recomendaciones para que la Santa Sede no tome una actitud drástica.

’Después de muchas lágrimas y muchas oraciones, he llegado a la conclusión de que una protesta de mi parte no solo no habría ayudado a nadie, sino que habría suscitado las iras más feroces contra los judíos y multiplicado los actos de crueldad, pues están indefensos. Quizá mi protesta me habría procurado la alabanza del mundo civil, pero habría provocado una persecución contra los pobres judíos todavía más implacable que la que sufren’». (…)

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