Santidad joven para un mundo envejecido

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En el centenario de Teresa de Lisieux
El próximo 30 de septiembre se conmemora el centenario de la muerte de Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897). Nacida en Alençon (Baja Normandía), fallecida a los 24 años en el Carmelo de la vecina Lisieux, sin apenas haber salido de su región natal, pronto desbordó, con su fama de santidad y sus escritos, las fronteras de Francia. Si «la caridad nunca pasa» (1 Cor 13, 8), hoy, brillando en el rostro jovial de Teresita, irradia luz sobre la tierra entera.

Lisieux es el centro mundial de tan alta celebración espiritual: la ciudad espera alcanzar los dos millones de peregrinos, el doble de los que anualmente recibe la pequeña localidad de 23.000 habitantes. Allí residió la vivaz Teresa desde los 15 años, al entrar en el convento, hasta su muerte, nueve años más tarde, engrandecida por la gracia, las pruebas purificadoras y el gozo joven en amor divino.

Mucha vida en poco tiempo

«¿Qué podrá decirse de ella?», preguntaban a la superiora, su propia hermana, al tener que redactar su nota necrológica. Hoy la respuesta se encuentra amplificada en los medios teológicos, literarios y populares, incluso fuera de la Iglesia católica.

Enterrada sin flores ni corona, apenas treinta personas asistieron a sus funerales; beatificada en un tiempo récord para su época (en 1923, sólo 26 años después de su muerte); canonizada en 1925 por Pío XI, su exaltación a los altares supuso para la Iglesia una primavera de esperanza, quizá como la que hoy se augura para el tercer milenio.

Mientras los editores de Historia de un alma, en 1898, estimaban que dos mil ejemplares era una cantidad exorbitante, tres años más tarde comenzaba la oleada de traducciones (empezando por The Little Flower, en 1901); hoy sus obras se leen por millones de ejemplares y dan lugar a estudios teológicos y espirituales de envergadura. La revista del santuario de Lisieux es recibida en 112 países, desde Groenlandia a la selva amazónica. Las obras de Teresa (completadas desde 1971 con la edición crítica de Derniers entretiens) han sido traducidas a cerca de cincuenta lenguas.

Desde el 30 de septiembre de 1996, ha sido año teresiano en la orden carmelita y en Francia. Para prepararlo, los superiores generales de la Orden Carmelita y de los Carmelitas Descalzos dirigieron una carta circular a todos sus miembros. En ella presentaban el perfil espiritual de la santa, patrona de las misiones desde su vida de clausura, y la actualidad eclesial de su vida y escritos: «el proyecto de vida del Evangelio que nos libera y transforma», centrándonos en lo esencial.

A partir de 1995 sus reliquias recorrían ya las diócesis francesas -entre ellas París, con gran resonancia en la piedad popular-, así como numerosas ciudades de Bélgica, Italia, Alemania y Luxemburgo; en los años sucesivos, hasta mayo del año 2000, que es el 75º aniversario de su canonización, las reliquias continuarán su peregrinación mundial.

El Papa evoca su figura

Desde su viaje a Lisieux (2-VI-80), la primera vez que vino a Francia, Juan Pablo II no ha dejado de evocar las repetidas alabanzas de los romanos pontífices a la patrona de las misiones: su doctrina teológica y espiritual alimenta a millones de personas del mundo entero, de gente sencilla a grandes intelectuales. En su exhortación sobre los laicos (1988), Juan Pablo II se refirió al mensaje actual y renovador de «una santa joven, que propone hoy un anuncio sencillo y sugestivo, lleno de maravilla y gratitud: Dios es Amor, cada persona es amada por Dios; Dios espera ser escuchado y amado por cada uno». En 1992, ante los obispos de la región apostólica Oeste de Francia en visita ad limina, no dejó de recordar la universalidad de ese mensaje espiritual «que sigue llegando a fieles de todas las condiciones y de todas las culturas».

Recientemente, en el mensaje con el que convocaba a los jóvenes para las Jornadas mundiales en París, el Papa subrayaba de nuevo la juventud de Teresa como fuente ejemplar «de su entusiasmo por el Señor, de la fuerte sensibilidad con la que vivió el amor, de la audacia realista de sus grandes proyectos. (…) Recorred con ella el camino humilde y sencillo de la madurez cristiana, en la escuela del Evangelio. Permaneced con ella en el ‘corazón’ de la Iglesia, viviendo radicalmente vuestra elección de Cristo».

La evangelización interior

En un vigoroso documento colectivo sobre cómo proponer la fe en la sociedad actual (9-XI-96), la asamblea plenaria del episcopado francés no dudaba en proponer el ejemplo evangelizador de los santos, concretamente el de Teresa del Niño Jesús: «Ofreciéndose totalmente al Amor misericordioso del Padre celestial, Teresa se ha convertido en ‘apóstol de apóstoles’ y apoyo de misioneros». Un motor poderoso para la evangelización interior de los fieles y para la misión de la Iglesia hacia el exterior (no cristianos y no creyentes), una garantía segura de inculturar el Evangelio vivo en personas de diversas condiciones.

Dios cercano y misericordioso; la oración como diálogo filial transido de sencillez; la fe ardiente en caridad como energía para la misión eclesial; la urgencia de la fraternidad y de la evangelización…: temas todos puestos de relieve por los teólogos, comentadores y escritores en torno al centenario teresiano. Artículos, conferencias, obras de música y teatro, libros, discos, videocasetes difunden mensaje, historia, canto y poesía, en torno a la santa que supo abrirse al mundo entero desde su clausura.

Entre tales manifestaciones destaca el coloquio internacional, celebrado en Lisieux, en la apertura del centenario, bajo el título «Una santa para el tercer milenio».

Entre otros aspectos, se confrontó la simplicidad contemplativa de la santa y las actitudes filosóficas del mundo secularizado, como el agnosticismo y el antropocentrismo radical ateo. Ella ha experimentado los desgarramientos profundos de la condición humana, dando, desde su juventud y su fe, una respuesta esclarecida al miedo de la soledad eterna de Camus, a la angustia de Freud o Dostoievski, al abismo de la locura de Nietzsche, al absurdo del existencialismo de Sartre. Didier Decoin, escritor converso, calificará la fe de Teresa, en sus noches oscuras, de «confianza, obstinada como una rebeldía», por estar basada en la fuerza plenaria de la misericordia divina.

Unidad de contemplación y misión

Como ha dicho el dominico Bernard Bro, autor de un estudio teológico sobre la santa (Fayard, París 1996), la proclamación de Teresa como doctora de la Iglesia «ayudaría poderosamente a un nuevo equilibrio de la teología. Mientras que la teología contemporánea está tentada por el prurito hermenéutico, que se asfixia en su necesidad de verificación, ella nos dice: ‘Es la verdad lo que me interesa'». En efecto, en su experiencia espiritual se encuentra la Trinidad como fuente y meta de toda la vida humana, en la unidad de la contemplación y de la misión, en el «ecumenismo de la misericordia divina»; la importancia de lo cotidiano, esclarecida por la Encarnación; la caridad hacia la Iglesia también como institución visible; la moral de la imitación de Cristo, que da al dinamismo de las virtudes su verdadero estatuto de imitación divina.

Teresa, concluye el autor, «conduce más allá de un cristianismo anónimo, que se limitaría a proponer las Bienaventuranzas, como si fuera un puro movimiento humanitario, sin una raíz teologal en la contemplación del Dios vivo». Al mismo tiempo, Teresa rompió las cadenas de un jansenismo latente que amenazaba yugular la vida espiritual del pueblo.

Frente a un mundo que se agita sin cielo o que claudica en el cieno de la flaqueza, un relámpago de amor juvenil, hecho universal desde la tierra primogénita de la Iglesia, ha dejado ya trazas de madurez. Si la razón vegeta en la postmodernidad, si el rostro de Dios parece velado ante el sufrir cotidiano, si aún hay bautizados apocados ante el amor divino, el centenario de Teresita hace un guiño de simpatía al corazón. No hay más laberintos que los del «hombre viejo».

Triunfa aún la sabiduría del alumno de Dios: «he comprendido mejor que los ancianos, al guardar tus preceptos» (Salmo 119, 100). La gracia se resiste a envejecer.

La tercera doctora de la Iglesia

Con ocasión del centenario de la muerte de Teresa de Lisieux, Juan Pablo II la proclamará doctora de la Iglesia el domingo de misiones, 19 de octubre, en la basílica de San Pedro de Roma.

El Papa anunció este acontecimiento durante la alocución que precedía al rezo del ángelus, el domingo 26 de agosto, bajo el sol de París, acompañado por más de un millón de jóvenes en el hipódromo de Longchamp: «He querido anunciar solemnemente este acto aquí, porque el mensaje de Santa Teresa, esta santa joven presente en nuestro tiempo, os corresponde particularmente a vosotros, los jóvenes: en la escuela del Evangelio, ella os abre el camino de la madurez cristiana; os llama a una infinita generosidad».

Ya en 1932, cientos de obispos apoyaron la demanda del doctorado para Santa Teresa de Lisieux. Entonces el Papa Pío XI, que la había canonizado siete años antes, denegó la propuesta, a causa de la falta de precedente: sólo varones y clérigos habían recibido este título.

Pero, en 1970, el Papa Pablo VI proclamó doctoras de la Iglesia a Santa Catalina de Siena (1347-1380) y a Santa Teresa de Ávila (1515-1582), con lo que abría esta puerta a las mujeres.

En el caso de Santa Teresa del Niño Jesús, ha sido Mons. Guy Gaucher, carmelita, obispo de Lisieux, el coordinador de las peticiones, dirigidas al Papa, para su declaración como doctora de la Iglesia.

En 1991, el capítulo general de carmelitas descalzos y la conferencia episcopal francesa -Teresa es patrona secundaria del país- suscribieron la petición. En 1996, más de treinta conferencias episcopales se habían sumado a la petición, junto con más de cien mil firmas de fieles.

Hasta hoy la Iglesia ha proclamado a 32 doctores de la Iglesia, por su ciencia cristiana, la claridad de su doctrina y su integridad de vida. Todos los doctores son santos (o santas) canonizados: entre otros Santo Tomás de Aquino, San Juan de la Cruz o San Francisco de Sales.

Antonio Fernández MarzaloPara saber másDe Teresa de Lisieux



San Pablo (1997). 440 págs. 1.900 ptas.

Editorial de Espiritualidad. 416 págs. 1.200 ptas.

Monte Carmelo. 350 págs. 850 ptas.

Sobre Teresa de Lisieux














Pensées (I), Une tendresse ineffable. 1995. 95 págs. 40 F.

Pensées (II), Aimer jusqu’à mourir d’amour. 1996. 95 págs. 40 F.

Pensées (III), Les Yeux et le Coeur. 1996. 100 págs.


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