Razón y fe se encuentran en el Jubileo de los Científicos

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En un clima de colaboración entre científicos, filósofos y teólogos se desarrolló el congreso internacional sobre el diálogo ciencia-fe, celebrado en el Vaticano el 23 y 24 de mayo, como parte del Jubileo de los Científicos. En cuatro sesiones se abordaron prácticamente todos los puntos de contacto: los fundamentos (filosofía y teología, y su relación con las ciencias), las ciencias de la naturaleza, las ciencias de la vida y las ciencias sociales.

En estas jornadas se ha percibido un mayor entendimiento entre ciencia y fe. Eso, sin negar que, en las ciencias de la vida, algunos desarrollos de la biotecnología parecen ceder a la tentación de convertir al hombre en objeto de experimentación.

Los participantes en el Jubileo, cerca de 350, procedían de variadas instituciones, como la Royal Society de Londres o la Academia de las Ciencias parisina, pasando por universidades e institutos de investigación, no solo de ámbito católico. Entre los científicos que intervinieron en el congreso se encontraban el matemático Edward Nelson (Princeton), John Searle (Universidad de California), que habló de sus investigaciones sobre inteligencia artificial, y el economista Rubens Ricupero (Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo).

En el discurso inaugural, el Card. Paul Poupard, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, puso de relieve que así como la ciencia ha contribuido a purificar la religión de supersticiones, también la religión puede liberar a la ciencia de la idolatría de las ideologías materialistas y reduccionistas, que en definitiva se vuelven contra la dignidad del hombre.

A eso se refirió Juan Pablo II en su alocución a los participantes en el Jubileo, el día 25. Les dijo que la investigación científica «tiene necesidad de una base ética y de una sabia apertura a una cultura respetuosa de las exigencias de la persona». Y la teología y la filosofía pueden ayudar a los científicos a liberar sus programas de investigación de la ilusión de falsos absolutos y a ampliar sus horizontes a los valores morales y estéticos, tan importantes para el ser humano, afirmó el arzobispo de Lublin (Polonia), Jozef Zycinski, miembro del Pontificio Consejo para la Cultura.

Resistencias en los ambientes científicos

Mons. Zycinski aludió también el caso Galileo, que definió como «la deplorable sentencia de 1633». El veredicto, dijo, no fue el resultado de un conflicto real interno entre teología y ciencia, sino un hecho condicionado socialmente que reveló la supremacía del derecho canónico sobre la reflexión teológica en la Iglesia post-tridentina. Hoy, admitió, deberíamos seguir a Galileo en el reconocimiento de su tesis epistemológica de la unidad esencial entre verdad científica y religiosa.

Para superar recelos mutuos en las relaciones entre ciencia y fe, el Jubileo de los Científicos incluyó un acto penitencial, que se celebró el día 24. En este campo, la «purificación de la memoria» -uno de los temas principales del año jubilar- mira a los obstáculos puestos al entendimiento recíproco por una y otra parte. El interés de la Iglesia se advierte en iniciativas como la revisión del proceso a Galileo. Así, como señalaba el sacerdote y físico francés Thierry Magnin en declaraciones a La Croix (25-V-2000), se puede ir venciendo las resistencias al diálogo que aún persisten dentro de ambientes científicos, donde a veces la Iglesia es «una institución caricaturizada, que parece ir contra los valores científicos de autonomía y libertad». Allí se observa hoy, añade Tierry Magnin, «una verdadera apertura a la cuestión de Dios. Pero entre el grupo de los científicos todavía se oye mucho decir ‘Dios sí, la Iglesia no'». Por fortuna, existen lugares de encuentro entre la comunidad científica y la Iglesia, entre los que Magnin destaca la Academia Pontificia de las Ciencias, donde debaten «personalidades de todas las disciplinas, nacionalidades y religiones».

El día 25, el Papa resaltó que el Jubileo de los Científicos es «un aliento y un apoyo para quienes buscan la verdad sinceramente; manifiesta que es posible ser investigadores rigurosos en todos los campos del saber y fieles discípulos del Evangelio». Por eso, «si en el pasado la separación entre fe y ciencia ha sido un drama para el hombre, (…) vuestra misión consiste hoy en proseguir la investigación convencidos de que para el hombre inteligente (…) todas las cosas se armonizan y concuerdan».

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