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Pío XII, Hitler y los aliados

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DURACIÓN LECTURA: 5min.

Análisis

Dentro de la notable mejora de las relaciones entre la Iglesia católica y los judíos, aún sigue presentándose como un obstáculo el «silencio» de Pío XII ante el genocidio perpetrado por los nazis. Curiosamente, muchas veces se aborda la cuestión como si solo el Papa hubiera podido frenar a Hitler. Pero ¿qué sabían y qué hicieron por los judíos Roosevelt, Churchill, Stalin? Sobre esta cuestión arroja nueva luz, a partir de documentos inéditos, el libro de Richard Breitman, Official Secrets (1), publicado el año pasado y recientemente traducido al italiano.

El autor, profesor de Historia en la American University (Washington, D.C.), ha publicado anteriormente The Architecte of Genocide: Himmler and the Final Solution y ha sido el coordinador de Holocaust and Genocide Studies. Para su nueva obra se ha basado en documentos acumulados por los británicos durante la guerra, material secreto hasta 1997.

Durante la II Guerra Mundial, los británicos tuvieron más éxito que los alemanes para descifrar los códigos secretos del enemigo. En particular, desde septiembre de 1939 empezaron a leer regularmente los mensajes de la Ordnungspolizei (Orpo), una vasta organización que agrupaba a las fuerzas de policía municipal y rural. Cuando estalló la guerra, la Orpo se había militarizado y, como ejército de ocupación, había empezado a colaborar estrechamente con la SS en los territorios ocupados.

En muchas de las comunicaciones descifradas por los ingleses hay noticias de las operaciones de exterminio sistemático contra los judíos. Las noticias son más abundantes y claras en la «primera fase» del exterminio, efectuado sobre todo contra los judíos polacos, lituanos y rusos a medida que el frente de guerra se extendía hacia el este. Después, a partir de 1942, comienzan a organizarse los grandes campos de exterminio, de los cuales se empieza a tener noticia a través de los mensajes interceptados. De esta «segunda fase» se tuvo un conocimiento más claro en Occidente solo más tarde.

A partir del estudio de este material original y de primera mano, Breitman se pregunta qué sabían y qué hicieron los aliados ante las noticias que comenzaban a llegar sobre el triste fin de los hebreos europeos en los países dominados por los nazis. El autor sostiene que los gobiernos aliados, primero el británico y luego el norteamericano, tenían conocimiento de lo que estaba sucediendo en los países ocupados, no solo de fuentes polacas y judías, sino por las interceptaciones. Al mismo tiempo, había desacuerdo sobre la exactitud y la relevancia de estas noticias, así como lo que se podía hacer contra la persecución nazi.

Entonces, ¿por qué no hubo acciones directas de los aliados para parar el exterminio? Los motivos se pueden resumir sintéticamente así: la prioridad absoluta dada al esfuerzo bélico respecto a cualquier otro objetivo; el hecho de conocer otras muchas barbaridades realizadas por los nazis (contra los polacos, los gitanos, los prisioneros de guerra rusos, etc.) y, por lo tanto, la tendencia a dar una importancia relativa a las acciones contra los judíos; la convicción de la inutilidad de tratar con los nazis; una fuerte resistencia a acoger una oleada de judíos europeos; por parte inglesa, el filoarabismo y el temor a provocar desequilibrios en Oriente Medio si se hubiera permitido una emigración excesiva a Palestina.

¿Pudieron hacer más?

Como síntesis de su estudio el autor hace el siguiente juicio: «El carácter inaudito del Holocausto y sus efectos devastadores nos inducen, incluso mucho tiempo después de los hechos, a tratar de comprender de qué modo el mundo hubiera podido evitar la catástrofe. Podemos quizá echar la culpa a quien en aquella época no supo encontrar o buscar activamente vías de fuga que permitieran a los hebreos escapar a la creciente persecución nazi. Pero prevenir o bloquear el Holocausto durante la guerra a través de acciones militares o de presiones políticas estaba más allá del poder de los aliados». Breitman pone de manifiesto inercia y lentitud para reaccionar por parte de los aliados, sobre todo de los ingleses. Pero su análisis es siempre realista, y pone también de relieve las dificultades objetivas de obtener resultados tangibles.

Con más razón vale tal análisis sereno para juzgar la actitud de Pío XII, que, además de no tener ninguna fuerza militar, se encontraba, también diplomáticamente, en posición de debilidad frente al gobierno del Reich. Aun así, la Santa Sede hizo todo lo que podía para salvar a los judíos; por ejemplo, fue la primera que presionó al almirante Horty, regente de Hungría, para que suspendiese la deportación de los hebreos húngaros querida por Hitler. El historidador hebreo Pinchas Lapide sostiene que los judíos salvados por la acción de la Santa Sede fueron cerca de 850.000.

Respecto a las críticas dirigidas a Pío XII por su «silencio», se da por supuesto que una declaración pública de condena habría tenido efectos positivos. Sin embargo, conviene recordar lo sucedido en Holanda con los judíos católicos, que fueron deportados tras una toma de postura del episcopado contra la persecución de los judíos.

También es interesante ver cómo se comportaron Churchill y Roosevelt frente al mismo problema. Ante la presión de los ambientes hebreos en Inglaterra y en Estados Unidos y del gobierno polaco en el exilio, solo el 17 de diciembre de 1942 publicaron una declaración conjunta en la que denunciaban por primera vez el exterminio de los judíos. Pero después los dos gobiernos se negaron a hacer o a autorizar otras: «La declaración de 1942 no había tenido éxito y además había puesto en dificultad a los aliados… la declaración de 1942 había además acentuado la persecución antisemita… una ofensiva propagandística era absolutamente desaconsejable, ya que los nazis habrían reaccionado acelerando el genocidio».

Paolo Calzona_________________________(1) Richard Breitman. Official secrets: What the Nazis Planned, What the British and Americans Knew. Hill & Wang, 1999. 336 págs. Traducción italiana: Il Silenzio degli Alleati. Mondadori, 1999.

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