Navidad sin sucedáneos

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Umberto Eco reflexiona sobre el valor de las tradiciones cristianas de la Navidad frente a la inanidad de su versión mercantilista («The Daily Telegraph», 27 noviembre 2005).

Eco empieza refiriéndose al comportamiento consumista que se observa con ocasión de la Navidad, que parece convertir la fiesta religiosa en una celebración del materialismo. Sin embargo, el hombre siempre necesita de la religión, y si no la encuentra o la rechaza, se busca un sucedáneo. Y la razón es que necesitamos resolver el gran problema humano: cómo hacer frente a la muerte inevitable.

«Si uno sólo cree en el dinero, tarde o temprano descubrirá la gran limitación del dinero: no puede dar cuenta de nuestra condición mortal. Y cuanto más intenta uno esquivar esta realidad, más se le impone la evidencia de que sus posesiones no pueden dar sentido a su muerte.

«Es cometido de la religión proporcionar esa explicación. Las religiones son sistemas de creencias que nos permiten dar razón de nuestra existencia y nos reconcilian con la muerte.

«En los últimos años hemos visto cómo en Europa se debilitaba la religión institucional y en las Iglesias cristianas la fe estaba en declive. Las ideologías como el comunismo, que prometían suplantar la religión, han fracasado de manera estrepitosa ante la vista de todos. Así que seguimos buscando algo que nos reconcilie con el hecho ineludible de nuestra propia muerte».

Eco recuerda un dicho atribuido a Chesterton: que cuando uno deja de creer en Dios, acaba creyendo en cualquier cosa. Así sucede hoy, comenta Eco: «Se supone que vivimos en una era escéptica. En realidad, nuestra época es de una credulidad atroz. La ‘muerte de Dios’, o al menos la agonía del Dios cristiano, ha venido acompañada por el nacimiento de una plétora de nuevos ídolos. Se han multiplicado como bacterias en el cadáver de la Iglesia cristiana: desde extraños cultos y sectas paganas a las supersticiones tontas y subcristianas de «El Código Da Vinci»».

Eco cita luego al pianista Arthur Rubinstein, que cuando le preguntaron si creía en Dios, contestó: «No, no creo en Dios. Creo en algo más grande». Prosigue Eco: «Nuestra cultura padece la misma tendencia inflacionista. Las religiones existentes no son bastante grandes: exigimos de Dios algo más que lo que ofrece la fe cristiana. Por eso nos volvemos a lo oculto. Las llamadas ciencias ocultas no revelan ningún secreto genuino: solo prometen que hay algo secreto que explica y justifica todo. La gran ventaja de esto consiste en que permite que cada quien llene el ‘recipiente’ vacío del secreto con su propios miedos y esperanzas».

Así, a Eco, que se declara hijo de la Ilustración, le deprime no la pervivencia de la fe cristiana, sino la proliferación de supersticiones, de la que son prueba los estantes dedicados al ocultismo en tantas librerías. Y concluye: «Fui educado en el catolicismo, y aunque he abandonado la Iglesia, este diciembre, como de costumbre, pondré el belén para mi nieto. Lo haremos juntos, como mi padre hacía conmigo cuando yo era niño. Tengo profundo respeto por las tradiciones cristianas, que -en cuanto ritos para hacer frente a la muerte- tienen más sentido que las alternativas puramente comerciales».

Guerra contra el «Feliz Navidad»

The «Wall Street Journal» cuenta la guerra contra el «Feliz Navidad» que se está librando en Estados Unidos (9 y 16 diciembre 2005).

En Estados Unidos, desde algunas instancias (quizás la más ruidosa sea la American Civil Liberties Union), se ha desatado una peculiar batalla para eliminar signos y símbolos religiosos de las celebraciones navideñas. Algunos comercios, por ejemplo, han instruido a sus empleados para que deseen a los clientes unas «Felices Vacaciones» en lugar de una «Feliz Navidad». Algo parecido ocurre con las felicitaciones impresas -la de la Casa Blanca desea este año una «Happy Holiday Season»- o las campañas publicitarias. Algunos comercios venden «Árboles de Vacaciones»…

Según el diario, detrás de todo esto está el deseo de no excluir a nadie, de no imponer nada a los no cristianos. Sin embargo, el editorial del 9 de diciembre recoge las declaraciones de un musulmán, nacido en Afganistán, al que le gusta repetir «Feliz Navidad» siempre que tiene ocasión: «Muchos inmigrantes hacen lo mismo en su tierra de adopción. Al proceder de lugares con historias, culturas y tradiciones muy antiguas, tienen un profundo respeto por las fiestas religiosas de los demás. Y cuanto más observantes son de su propia religión, más respeto sienten».

El artículo del 16 de diciembre, firmado por Daniel Henninger, dice que «los estadounidenses, auténticos expertos en el arte del ‘vive y deja vivir’, han transformado la Navidad en un día para todos: un día con un profundo sentido para los cristianos pero también en una de las mayores fiestas seculares para los demás».

«Cualquier judío, musulmán, budista o ateo que reciba durante estos días una felicitación con la imagen de Santa Claus y el deseo de que pase una ‘Feliz Navidad’ y piense que el remitente trata de ‘imponerle’ sus creencias cristianas, sencillamente debería relajarse. La historia no se acaba si en los próximos días millones de católicos y cristianos acuden a la iglesia para recordar el nacimiento de Cristo, mientras los demás se limitan a desearse unas Felices Navidades», dice.

Y concluye: «A lo largo de la historia, la Navidad ha sido una época de celebración, alegría, buenos deseos y regalos. Desear ‘Felices Vacaciones’ es marcar una diferencia y afirmar una separación. Y esto no es una guerra».

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