La Iglesia greco-católica rumana no ha recuperado aún sus templos

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Apesar de los diez años de democracia y de la recuperación de la libertad religiosa en Rumania, persiste la desconfianza entre las Iglesias de este país ex soviético, si bien se perciben indicios de reconciliación. Más del 80% de los 23 millones de rumanos pertenecen a la Iglesia ortodoxa. Unas 700.000 personas forman la Iglesia greco-católica, que en 1700 se separó de la Ortodoxia para volver a unirse a Roma, sin por ello renunciar al rito bizantino. Por su parte, la Iglesia católica de rito latino abarca casi dos millones de creyentes, en su mayoría de origen húngaro.

Los cristianos greco-católicos sufrieron mucho a causa de la discriminación y persecución durante el régimen comunista. En 1948, el gobierno disolvió sus diócesis y sus templos fueron entregados a los ortodoxos.

El origen de los problemas de los católicos está, por un lado, en que el Estado rumano privilegia a los ortodoxos, y por otro, en la cuestión de las casi 1.700 iglesias que en su día pertenecieron a los greco-católicos. Estos recuperaron el reconocimiento oficial en 1990, pero la restitución de los templos y centros parroquiales sigue siendo un problema por resolver. Lugoj es la única de las cinco sedes episcopales de los greco-católicos donde los ortodoxos devolvieron en 1989 la catedral.

Según el metropolita de Rumania, el arzobispo Luciani Muresan, la visita del Papa el año pasado no ha tenido efecto, de momento, sobre el peliagudo asunto de las propiedades de la Iglesia. Mons. Muresan asegura que se ha roto el hielo en la cúpula de la jerarquía, pero todavía no se vislumbran mejoras concretas para los creyentes.

A pesar de las malas experiencias, los greco-católicos confían en el diálogo. En otoño del año pasado se celebró, por quinta vez, una reunión con los obispos ortodoxos. «Somos realistas. Solo luchamos por las iglesias vacías que los ortodoxos apenas utilizan», resalta Mons. Muresan. «No tiene sentido seguir esperando años y años, sin hacer nada, a que nos las restituyan». Su diócesis, Blaj, es el centro espiritual y cultural de los greco-católicos rumanos. Y allí no se ha podido recuperar ni un solo templo desde 1990. En la actualidad, la asociación internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) presta apoyo económico a unos 300 proyectos de los greco-católicos, dando prioridad a la construcción de iglesias y centros parroquiales.

En Blaj se encuentra el seminario mayor central, con un centenar de candidatos al sacerdocio. Más abiertos y menos marcados por la persecución que sus hermanos mayores, se dedicarán a la reconstrucción de la Iglesia.

Blaj, con sus 360.000 fieles, es la mayor de todas las diócesis greco-católicas de Rumania. Su superficie abarca un tercio de todo el territorio nacional. Pese a todos los problemas, la convivencia entre creyentes funciona bastante bien. «Nadie discrimina al otro por su pertenencia a una u otra Iglesia. Los problemas surgen cuando son instigados desde arriba -resalta Mons. Muresan-. La cuestión ecuménica no es, en Rumania, un problema del pueblo».

Johannes Mehlitz (AIN)

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