La difícil reactivación de la Iglesia ortodoxa rusa

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Un reportaje de The Economist (23 diciembre 2000) destaca que la Iglesia ortodoxa rusa no acaba de encontrar su camino para evangelizar la sociedad postcomunista.

«Los jóvenes rusos viven en un vacío moral y espiritual. Un decenio después de la caída del comunismo, hay poco con que llenar el hueco. Las escuelas, la mayoría en mal estado, son deprimentes y no tienen dinero más que para lo mínimo imprescindible. Los clubes juveniles, los campamentos de verano y otras actividades de la era soviética han desaparecido por falta de recursos. Las instalaciones deportivas son caras».

Hay, pues, señala el semanario, oportunidades para cualquiera que ofrezca algo valioso a los jóvenes. El movimiento scout ha florecido, y otras organizaciones -algunas llegadas de Occidente- trabajan con éxito entre la juventud rusa. En cambio, la Iglesia ortodoxa brilla por su ausencia.

Paradójicamente, la Iglesia ortodoxa es la entidad mejor situada para cubrir el vacío de los jóvenes. Dispone de dinero en abundancia; está presente en todo el país; sus sacerdotes tienen -a diferencia de los ministros de otras confesiones- abierto el acceso a escuelas, orfanatos, cuarteles y prisiones. De hecho, el interés de la gente por la Iglesia resurgió con fuerza hacia 1990, cuando se acabó la persecución religiosa. Desde entonces se ha multiplicado por tres el número de parroquias, por nueve el de seminarios, por 25 el de monasterios. Pero después ha decaído el interés de los jóvenes y «la Iglesia, a su vez, no parece muy interesada en ellos».

«Un problema es que gran parte de la Iglesia sigue anclada en el pasado soviético». Muchos jerarcas -algunos aún en activo- eran colaboradores del KGB. Tras la caída del comunismo, la Iglesia ortodoxa mantiene su estrecha relación con el Estado y dedica muchos esfuerzos a obtener recursos mediante actividades comerciales y financieras. En cambio, se ha preocupado poco de adaptar su labor pastoral a los nuevos tiempos. No llega con incisividad a sus fieles, y a veces gasta más energía en protestar contra la actividad de los misioneros extranjeros. «El nivel de los seminaristas parece bajo, y la formación teológica, poco profunda y anticuada».

Es verdad, sin embargo, que ese tradicionalismo resulta atractivo para algunos rusos. En efecto, «por reacción contra la obsesión soviética por la modernidad ha surgido su contrario: un aprecio sentimental por la tradición». Algunos de los grupos más activos dentro de la Iglesia son los que cultivan este conservadurismo chapado a la antigua, mezclado con patriotismo y añoranza de la época zarista.

Tal tendencia es la dominante, de modo que, por ejemplo, la Iglesia ortodoxa ha endurecido su posición con respecto al ecumenismo, como muestra la oposición a que el Papa visite Rusia. «Si la jerarquía ortodoxa fuera más abierta, podría hacer una reflexión sobre la popularidad de Juan Pablo II entre los jóvenes de otros países ex comunistas e intentar sacar provecho del interés que tal visita sin duda suscitaría aun entre la potencial grey ortodoxa».

Según The Economist, si la Iglesia ortodoxa rusa mantiene su identificación con el Estado, corre peligro de acabar siendo «una figura decorativa de la vida pública, en especial para los grandes actos oficiales, en vez de una parte integrante de la espiritualidad de la gente». Según una encuesta del Keston Institute, en el este de Rusia católicos, protestantes y fieles de religiones no cristianas ya superan en número a los ortodoxos.

La Iglesia ortodoxa, dice The Economist, podría aprender de la preocupación de la Iglesia católica por la cultura, que en Polonia se mostró tan decisiva para mantener la fe bajo el comunismo. El semanario cita algunos ejemplos de la acción pastoral católica en los ámbitos intelectuales de la Rusia actual. Otro es el de la Iglesia católica ucraniana de rito oriental, que «ha contribuido de manera destacada a restaurar la vida académica».

En fin, concluye el reportaje, sobre la Iglesia ortodoxa rusa sigue pesando la herencia del pasado soviético. El comunismo mantuvo congelada a la Iglesia durante 70 años y suscitó en ella una actitud defensiva. En consecuencia, «quiera o no la Iglesia rusa abrirse a nuevas ideas, el caso es que la mayoría de sus principales figuras se ha pasado la vida haciendo justo lo contrario».

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