Juan Pablo II visto por George Weigel

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George Weigel, el autor de la biografía más completa de Juan Pablo II, piensa que todo lo que hizo el Papa se derivaba de una sola razón: «Era un hombre que creía con cada fibra de su ser que Jesucristo es la respuesta a la pregunta sobre lo que es cada vida humana».

En una entrevista en «Zenit» (4-04-2005), en la que hace balance del pontificado, Weigel destaca que en el campo geopolítico, Juan Pablo II se convirtió en un punto de referencia moral para el mundo entero, recordando que «la política internacional está sometida siempre al juicio moral». Weigel subraya «el papel crucial de Juan Pablo II en el colapso del comunismo europeo, al ser el punto de ignición de una revolución de las conciencias que finalmente produjo la revolución política no violenta de 1989».

En este mismo aspecto Weigel destaca «la defensa de la universalidad de los derechos humanos que Juan Pablo II hizo en su discurso a la ONU en 1995, en un momento en que la idea de ‘derechos humanos universales’ estaba siendo negada o ridiculizada, desde distintos puntos de vista, por postmodernos, países islámicos, los regímenes comunistas aún existentes y los gobiernos autoritarios del Este asiático».

Respecto a la doctrina social de la Iglesia, Weigel estima que en la encíclica «Centesimus annus» (1991) Juan Pablo II «reconoció que una economía de mercado, apropiadamente regulada por la ley, era de hecho esa tercera vía», ni socialista ni capitalista, que otros pensadores cristianos habían buscado.

Entre el rico patrimonio doctrinal que deja el difunto pontífice, Weigel destaca como su logro más creativo la «teología del cuerpo» (sobre sexualidad y matrimonio), y sugiere que aún necesitan ser descubiertas su «teología de la divina misericordia» y el «perfil mariano» de la Iglesia, el discipulado.

Weigel opina que la principal «obra inacabada» de Juan Pablo II son «las iniciativas ecuménicas, sobre todo con la Ortodoxia». Parecía creer que la ruptura del segundo milenio entre Roma y los ortodoxos se iba a cerrar al comienzo del tercer milenio. El hecho de que esto no haya ocurrido se debe en gran parte, según Weigel, a que «para muchos ortodoxos ‘no estar en comunión con Roma’ se ha convertido en parte de su autodefinición».

El Papa luchó mucho en favor de la «cultura de la vida», pero el entrevistador señala que al cabo de 26 años de pontificado parece haber empeorado la «cultura de la muerte» (aborto, eutanasia, experimentación con embriones humanos…). Sí, responde Weigel, pero la Iglesia no es solo el Papa. «Los fracasos para superar la cultura de la muerte son fracasos de todos los católicos que tienen la oportunidad de construir una cultura de la vida y no lo hacen».

Como biógrafo, Weigel declara que el rasgo que más le impresionó de la personalidad de Juan Pablo II fue «su extraordinaria energía, y el hecho de que mirara siempre adelante, preguntándose ¿qué deberíamos hacer ahora? Pero esa energía no era la energía de un hombre frenético o excitable. Era una energía serena y firme, que nacía de su rica vida interior, de su vida de oración».

Para conservar la libertad

En «Wall Street Journal» (4-04-2005), el propio Weigel explica por qué Juan Pablo II estaba convencido de que la libertad debía ir unida a la verdad moral para no autodestruirse.

«Porque si hay solo tu verdad y mi verdad y ninguna de las dos reconoce un estándar moral trascendente (llamémoslo ‘la verdad’) por el cual podemos arreglar nuestras diferencias, entonces o tú impondrás tu poder sobre mí o yo impondré el mío sobre ti (…). Juan Pablo II enseñó que la libertad desligada de la verdad lleva al caos y de ahí a nuevas formas de tiranía.

«Porque, frente al caos, un poder bruto reemplazará inevitablemente a la persuasión, al compromiso y al acuerdo como moneda en el reino de la política. (…) Esta no es la sombría advertencia de un gruñón antimoderno: es el sabio consejo de un hombre que ha gastado su vida por la causa de la libertad desde 1939 en adelante.

«Por eso la clave para el proyecto de la libertad en el siglo XXI, exhortaba el Papa, radica en el mundo de la cultura: en culturas con una vibrante moral pública capaz de disciplinar y dirigir las formidables energías -en la economía, la política, la estética y, sí, la sexualidad- dejadas sueltas en las sociedades libres. Una vibrante cultura de ese tipo es esencial en la democracia y en el mercado, porque solo tal cultura puede inculcar y afirmar las virtudes necesarias para que la libertad funcione».

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