Serio retroceso para la normalización de la jerarquía católica en China

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Obispos en China

Iglesia católica del Salvador, en Pekín (Foto: Fotokon)

 

Un mes después de que se renovara por dos años más, el acuerdo entre China y la Santa Sede para el nombramiento de obispos, firmado en 2018, ha sido violado con la designación de un prelado sin consentimiento del Vaticano. Esto supone un paso atrás en el laborioso proceso para asegurar que todos los obispos del país sean dignos y legítimos. También muestra que el gobierno comunista tiene la sartén por el mango.

El 24 de noviembre se celebró en Nanchang la toma de posesión, como obispo auxiliar, de Mons. Peng Weizhao, que había sido consagrado por mandato del Papa Francisco y hasta ahora no había podido ejercer su cargo legalmente. El hecho podría parecer positivo: las autoridades chinas reconocen a un obispo legítimo, hasta ahora “clandestino”.

En realidad, es un nombramiento sin mandato pontificio para una diócesis que Roma no reconoce. Sí, como se ha destacado desde el principio, el fruto más importante del acuerdo con China es que dejó de haber obispos que no estuvieran en comunión con el Papa, ya no es así. Ahora hay un obispo ilegítimo, a no ser que la Santa Sede convalide el último nombramiento.

Una historia compleja

La historia de Mons. Peng es ilustrativa de la complejidad de la situación de la Iglesia católica en China. Ordenado en secreto por mandato del Papa en abril de 2014 para suceder a Mons. Zeng Jingmu –un obispo “clandestino” que pasó 23 años en prisión– en la sede de Yujiang, fue detenido poco después. Liberado en noviembre siguiente, no obtuvo reconocimiento oficial del gobierno y estuvo muy limitado en el desempeño de su ministerio.

El gobierno, entre tanto, decidió fundir la diócesis de Yujiang y otras cuatro limítrofes en una, Jiangxi, sin permiso de la Santa Sede. De esas cinco diócesis, solo tenían obispos Yujiang y Nanchang, la capital de la provincia de Jiangxi. El de esta sede es el “patriótico” Mons. Li Suguang, vicepresidente de la Conferencia Episcopal China –organismo que la Santa Sede no reconoce–, que fue convalidado por Roma a raíz del acuerdo de 2018.

Tras ocho años de resistencia, Mons. Peng anunció el 22 de septiembre pasado que aceptaba el plan de reestructuración de diócesis y renunciaba a la sede de Yujiang, para la que fue nombrado por el Papa. Así, se adhería a la Asociación Patriótica de Católicos Chinos (APCC) y podía pasar a ser oficialmente auxiliar de Mons. Li, que a su vez se convertía en obispo de la nueva diócesis de Jiangxi. Cabe plantearse si también Mons. Li se ha hecho ilegítimo al aceptar la fusión, aunque él no se ha trasladado de Nanchang, sino que ha ampliado su jurisdicción a toda la provincia.

En la noticia sobre la toma de posesión de Mons. Peng, la web de la APCC señaló que el obispo había pronunciado un juramento en el que se obligaba, entre otras cosas, a “mantener el principio de la Iglesia independiente y autogestionada”, así como a “guiar activamente al catolicismo a adaptarse a la sociedad socialista”. Es un cambio drástico en alguien que sufrió privación de libertad por su fidelidad a Roma y se opuso al dominio del régimen sobre la Iglesia. Para Giorgio Bernardelli, de AsiaNews, el interés de la APCC para divulgar tal juramento es indicio de que Mons. Peng ha sido muy presionado para “oficializarse”.

Primera acusación a Pekín

Lo mismo venía a decir la Santa Sede en el comunicado en que expresa “sorpresa y pesar” por el hecho. “El reconocimiento civil de Mons. Peng ha estado precedido por una prolongada y fuerte presión por parte de las autoridades locales”. Esta declaración se distingue por un tono enérgico que el Vaticano no había empleado hasta ahora para referirse a las dificultades con el gobierno chino. De hecho, es la primera vez que acusa expresamente a Pekín de incumplir el acuerdo.

En efecto, el nombramiento de Mons. Peng “no tuvo lugar –dice el comunicado– en conformidad con el espíritu de diálogo existente entre el Vaticano y China, ni con lo estipulado en el acuerdo provisional sobre nombramiento de obispos”. Se insiste en la voluntad de continuar la relación con el gobierno. Pero a la vez se señala que “la Santa Sede espera que no se repitan episodios similares” y “aguarda las comunicaciones oportunas sobre el asunto por parte de las autoridades”.

Hasta ahora, reacciones públicas del gobierno chino solo se conoce una, poco concreta además. En una de sus reuniones regulares con la prensa, el 28 de noviembre, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Zhao Lijian, dijo que no estaba al tanto del caso de Mons. Peng, según informa AP. El resto fueron buenas palabras genéricas: “China desea seguir ampliando el entendimiento amistoso con el Vaticano y mantener el espíritu de nuestro acuerdo provisional”. Las relaciones entre China y la Santa Sede, añadió, han mejorado en los últimos años, en provecho del “desarrollo armonioso” del catolicismo chino.

Una relación desigual

Si se toma en serio a Zhao y se admite que el gobierno o su órgano de control, la APCC, no han querido violar el acuerdo, cabe pensar, supone Massimo Introvigne, que Pekín y la Santa Sede lo interpretan de maneras distintas. Tal vez el gobierno cree que solo se aplica a los nuevos obispos, no al traslado de obispos reconocidos por Roma u ordenados con mandato pontificio antes de 2018. Pero está claro que en todo el mundo, la Santa Sede se reserva una y otra cosa, así como erigir nuevas diócesis y redistribuir los territorios asignados a distintas sedes. Por tanto, cree Introvigne, “China manipula el acuerdo en interés propio y lo viola cuando le conviene”; el Vaticano, añade, es consciente de ello, aunque no lo reconozca oficialmente.

Para Bernardelli, es significativo que el acuerdo con la Santa Sede ni siquiera aparezca citado en los documentos oficiales de la Asamblea de Católicos Chinos, organizada por la APCC, que se celebró en Wuhan el verano pasado. Esto, junto con el nombramiento de Mons. Peng, “confirma una vez más la poca trascendencia que Pekín concede al acuerdo sobre el nombramiento de obispos”. La Santa Sede parece no tener opción mejor que intentar que no se rompa la cuerda, sabiendo que Pekín siempre tiene la ventaja para tirar de ella hacia su lado.

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