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Grandes líneas de la encíclica “Caritas in veritate”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.

Para gobernar los desequilibrios de la globalización económica es preciso partir de la “globalización” sobre la verdad del hombre, es decir, del redescubrimiento del orden inscrito en el mundo por el Creador, que nos permite distinguir lo que está bien de lo que está mal. Sin ofrecer soluciones técnicas, la nueva encíclica de Benedicto XVI, “Caritas in veritate”, examina las diversas facetas del problema del desarrollo y recuerda los principios indispensables para construir -en los próximos años- un verdadero desarrollo humano.

La encíclica, particularmente extensa y objeto de un detenido estudio, plantea una nueva reflexión sobre las cuestiones sociales de interés general, al hilo del magisterio precedente de la Iglesia, especialmente de la encíclica Populorum progressio de Pablo VI (1967), de la que celebra el 40 aniversario de su publicación.

La caridad y la justicia

Benedicto XVI introduce el nuevo documento recordando que la caridad es “la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia”. Pero la caridad necesita de la verdad, pues “un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales”. La caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la persona y de la humanidad. Solo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano.

El Papa pone el acento en dos criterios fundamentales para el desarrollo de la sociedad: la justicia y el bien común. La caridad va más allá de la justicia, pero al mismo tiempo yo no puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Amar a alguien es querer su bien y actuar en esa dirección. Pero junto al bien individual existe también un bien ligado al vivir juntos, el bien común. Gracias a él, la caridad adquiere una dimensión social.

Es dentro de esas coordenadas en las que hay que leer todo el documento: las reflexiones sobre la crisis financiera, la parte dedicada al ambiente (con referencias a la necesidad de redistribuir los recursos energéticos), las cuestiones bioéticas, el llamamiento al riesgo que supone un planteamiento meramente tecnicista de cuestiones como la cooperación internacional o la salvaguardia de la paz.

El Papa recordará también que entre los grandes principios indispensables para construir el desarrollo humano figuran el respeto a la vida, núcleo de todo progreso auténtico; el derecho a la libertad religiosa; el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que lo considere artífice absoluto del propio destino.

Distorsiones del desarrollo

El primer capítulo está dedicado al mensaje de la Populorum progressio, que traza algunas líneas decisivas y siempre actuales para el desarrollo integral del hombre y del mundo. El Pontífice evidencia que las causas del subdesarrollo están no solo en las desigualdades materiales, sino en la voluntad, el pensamiento y en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos.

En el segundo capítulo, el Papa señala que “el objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”. Y enumera algunas distorsiones del desarrollo, cuestión de gran actualidad en los últimos meses: una actividad financiera en buena medida especulativa, los flujos migratorios no gestionados adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra. Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca “una nueva síntesis humanista”, constatando también que crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades y nacen nuevas pobrezas.

En el plano cultural, las posibilidades de interacción han generado nuevas perspectivas de diálogo, pero hay un doble riesgo: “un eclecticismo cultural”, donde las culturas se consideran sustancialmente equivalentes, lo que induce a un relativismo que no favorece el diálogo intercultural; y el peligro opuesto, “homologar los estilos de vida.”

Benedicto XVI recuerda “el escándalo del hambre”. Para eliminarlo, se necesita “un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular “ como de afrontar “las emergencias de crisis alimentarias reales”.

Asimismo, el Pontífice evidencia que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” y afirma que “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre”. “Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social”.

La experiencia de la donación

El tercer capítulo se abre con un elogio de la experiencia de la donación, no siempre reconocida a causa de “una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad”. Por el contrario, si quiere ser auténticamente humano, el desarrollo necesita dar espacio al principio de gratuidad. Por su parte, la lógica mercantil debe estar “ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política”.

Benedicto XVI recuerda cómo la encíclica Centesimus annus indica la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil. Por lo que se refiere a la economía, subraya que hacen falta “formas de economía solidaria”. “Tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”. El Papa hace una nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo como un proceso socio-económico: la globalización necesita “una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia” y “capaz de corregir sus disfunciones”.

Los deberes delimitan los derechos

En el cuarto capítulo, habla de la relación entre derechos y deberes en la vida social. Advierte que “los derechos individuales, desvinculados de un conjunto de deberes que les den un sentido profundo, se desquician y dan lugar a una espiral de exigencias prácticamente ilimitada y carente de criterios. La exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Los deberes delimitan los derechos porque remiten a un marco antropológico y ético en cuya verdad se insertan también los derechos y así dejan de ser arbitrarios.”

En cambio, si los derechos del hombre dependen solo del acuerdo de una asamblea de ciudadanos, pueden ser cambiados en cualquier momento, y ”se relaja en la conciencia común el deber de respetarlos y de tratar de conseguirlos”. A este respecto, se detiene en las problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico y reafirma que los Estados ”están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia”.

“La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. La misma centralidad de la persona debe ser el principio guía de las intervenciones para el desarrollo de la cooperación internacional. “Los organismos internacionales deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos”, que son “con frecuencia muy costosos”.

En referencia a las cuestiones energéticas, el Papa constata que el acaparamiento de los recursos por parte de Estados y grupos de poder constituyen “un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres”. “Las sociedades tecnológicamente avanzadas pueden y deben disminuir la propia necesidad energética”, mientras debe “avanzar la investigación sobre energías alternativas”.

Una sola familia humana

En el quinto capítulo, Benedicto XVI pone de relieve que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”, como propone la revelación cristiana.

El Papa hace referencia al principio de subsidiariedad, que ofrece una ayuda a la persona a través de la autonomía de los cuerpos intermedios. La subsidiariedad “es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista” y es más adecuada para humanizar la globalización.

Benedicto XVI exhorta a los Estados ricos a destinar mayores cuotas del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Esta solidaridad “se manifiesta ante todo en seguir promoviendo, también en condiciones de crisis económica, un mayor acceso a la educación”.

El Papa afronta a continuación al fenómeno de las migraciones, que requiere “una fuerte y clarividente política de cooperación internacional para afrontarlo debidamente”. Es un fenómeno complejo de gestionar, pero en cualquier caso el emigrante no puede ser visto como una mera fuerza laboral. Todo emigrante es una persona humana que posee derechos inalienables que deben ser respetados.

La última parte del capítulo está dedicada “a la urgencia de la reforma” de la ONU y “de la arquitectura económica y financiera internacional”. Urge “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” que goce de poder efectivo.

La técnica no basta

El sexto y último capítulo está centrado en el tema del “Desarrollo de los pueblos y la técnica”. El Papa pone en guardia ante la “pretensión prometeica” según la cual “la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los ‘prodigios’ de la tecnología”. “El absolutismo de la técnica tiende a producir una incapacidad para percibir todo aquello que no se explica con la pura materia. Sin embargo, todos los hombres tienen experiencia de tantos aspectos inmateriales y espirituales de su vida”·.

El campo primario de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética. “La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. La cuestión social se convierte aquí en “cuestión antropológica”.

En la conclusión, el Papa subraya que no hay desarrollo pleno del hombre cuando se excluye a Dios: “La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas.

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