El papel de la Santa Sede en las organizaciones internacionales

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El pasado 30 de agosto, el cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado, reflexionó sobre la presencia de la Santa Sede en la vida internacional, en un discurso que pronunció durante el Meeting por la amistad de los pueblos, celebrado en Rímini. Seleccionamos algunos fragmentos de su intervención, publicada ahora en la revista 30 Días, nº 120, 1997.

En estos últimos años, bajo el pontificado de Juan Pablo II, se ha intensificado además la presencia de los representantes pontificios ante las organizaciones internacionales. El objetivo sigue siendo el mismo: llevar el fermento del Evangelio también a los foros internacionales, donde se debaten los problemas de la convivencia humana, de los derechos de los hombres y los pueblos, los problemas de la justicia y la paz, los temas de la colaboración para el desarrollo, como todos los complejos aspectos de la vida de los pueblos. (…)

Es indudable que la globalización del mundo está creando nuevos desafíos a los diferentes Estados, pero también le ofrece a la Iglesia nuevas oportunidades de acción, para llevar a todos los pueblos de la tierra la palabra de verdad que recibió de Cristo.

La ONU en estos últimos años ha tratado de coordinar y guiar, en cierto sentido, esta globalización, promoviendo también conferencias internacionales sobre problemas globales interdependientes.

Era, pues, necesario que la Santa Sede siguiera de cerca estos esfuerzos, aunque a veces éstos quedaban alterados por la cultura relativista existente en muchos países occidentales. Motivo de más para estar presente, colocando, si fuera el caso, a las autoridades de las naciones frente a sus propias responsabilidades. La idea de adoptar la política de la «silla vacía» o, peor aún, de «dar el portazo» no podía ser tomada en consideración. Y así es como la Santa Sede ha podido actuar desde dentro, como el clásico fermento de la mujer del Evangelio. (…)

Los temas [tratados en estas Conferencias Internacionales] comportaban una visión de la vida, una determinada concepción sobre la dignidad del hombre, de la mujer, de la familia, como también de las bases morales de la convivencia nacional e internacional.

Por ello el Papa Juan Pablo II quiso que la Santa Sede, como organismo representativo de la Iglesia Católica y ente soberano del derecho internacional, estuviera presente en estos foros. Aquí podía verse como a contraluz la contraposición de modelos de vida muy diferentes, como teorías diferentes sobre el desarrollo y el destino del hombre. Desde el primer momento tuvo gran influencia la visión de un individualismo amoral, propugnado por bastantes países occidentales. Fue por ello oportuno que los representantes de la Santa Sede recordaran los grandes principios éticos que fundamentan la vida individual y social.

En algún caso, visto lo infructuoso de los esfuerzos para conseguir un diálogo constructivo, se trató de oponerse claramente a lo que hubiera ofendido la dignidad del hombre y la mujer, que hubiera conculcado los derechos de la familia y las legítimas aspiraciones de los pueblos.

La oposición de la Santa Sede fue decidida y llegó incluso a la protesta en algunos casos. Ordinariamente, la Santa Sede ha preferido siempre, sin embargo, la presencia constructiva, incluso a coste de mil sacrificios, grandes esperas, participación en los comités preparatorios, contactos informales, sensibilización de los más cercanos y reuniones de expertos. De este modo, la Santa Sede ha querido llamar a la ONU a su vocación originaria, salvando, en cierto sentido, la identidad de la organización de pueblos unidos en el reconocimiento de los derechos fundamentales del hombre.

Esta es también la invitación que el Papa dirigió personalmente a los representantes de todos los países del mundo, conmemorando en Nueva York, el 5 de octubre de 1995, el cincuenta aniversario de las Naciones Unidas. Llamó a los individuos y los pueblos a hacer un uso responsable del gran don de la libertad, recordando que la libertad va dirigida a la verdad y se realiza en la búsqueda y puesta en práctica de la libertad. Separada de la verdad, la libertad se convierte en licencia, en la vida individual y política, se convierte en el arbitrio de los más fuertes y en la arrogancia de los poderosos. El Papa mismo recordó a las Naciones Unidas que si quieren abandonar el frío estadio de institución de tipo administrativo para pasar a ser un centro moral, en el que todas las naciones se sientan en su propia casa, han de dar un salto de calidad, promoviendo los valores que otorgan una base orgánica a la convivencia internacional.

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