El cardenal Ratzinger y las críticas a la «Dominus Iesus»

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Buena parte de las reacciones contra la declaración Dominus Iesus se limitan a repetir algunas críticas predefinidas, que se vierten con independencia del tema de que se trate, o manifiestan una visión politizada, según la cual el Magisterio de la Iglesia es un poder al que hay que contraponer otro poder. Es lo que afirma el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una entrevista publicada por el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung (22-IX-2000) y reproducida por L’Osservatore Romano.

Refiriéndose a determinado tipo de crítica, dijo que conocía de memoria ese vocabulario «en el que nunca faltan expresiones como fundamentalismo, centralismo romano y absolutismo». Lo que se echa en falta, añadió, es el desarrollo de los argumentos. «Ciertas críticas podría formularlas yo sin esperar a recibirlas, porque se repiten continuamente, sea cual sea el tema del que se trate». En el fondo, subyace una visión política, el Magisterio como poder.

En relación con contenidos más teológicos, el prelado alemán subrayó que manifiestan cierta incoherencia algunas quejas de origen protestante: por un lado, pretenden que se les considere como a la Iglesia católica; pero por su origen, planteamientos eclesiológicos y modo de funcionar hacen todo lo posible, a la vez, por demostrar que tienen una visión de la Iglesia muy lejana de la visión católica.

«El hecho de que todas las comunidades eclesiales existentes recurran al mismo concepto de Iglesia -afirma Ratzinger- me parece contrario a la conciencia que tienen de sí mismas. Lutero creía que la Iglesia en sentido teológico y espiritual no podía encarnarse en la gran estructura institucional de la Iglesia católica, a la que, más aún, consideraba un instrumento del Anticristo».

En referencia a los orígenes históricos de esas comunidades, el cardenal añadió que le parecía poco lógica «la pretensión de nuestros amigos luteranos de que nosotros consideremos como Iglesia esas estructuras surgidas de contingencias históricas, del mismo modo que creemos Iglesia a la Iglesia católica, arraigada en la sucesión de los Apóstoles en el episcopado. Sería mejor que nuestros amigos evangélicos nos dijeran que para ellos la Iglesia es algo diverso, una realidad más dinámica y no tan institucionalizada, ni siquiera en la sucesión apostólica (…). No ofendemos a nadie diciendo que las estructuras evangélicas efectivas no son Iglesia en el sentido en el que la Iglesia católica quiere serlo. Ellas mismas no desean serlo».

Otra manifestación de esa distancia real es la tesis protestante de que el sucesor de los Apóstoles no es el obispo sino el canon bíblico: «Es un rechazo claro del concepto de Iglesia católica. Sin embargo, a la vez, se pretende que nosotros apliquemos ese mismo concepto [de Iglesia católica] para definir a las Iglesias de la Reforma. Francamente, es una lógica que no entiendo».

Frente a la idea de que la Iglesia de Cristo -una, santa, católica y apostólica- subsiste solo en la Iglesia católica, ha habido respuestas por parte de los evangélicos de que todas las Iglesias «a su modo» quieren ser esa única Iglesia. Ratzinger responde que ese no es un modo de resolver la cuestión de la unidad de la Iglesia: «Estas numerosas ‘Iglesias’ se contradicen. Si todas son Iglesia ‘a su modo’, entonces esta Iglesia es un conjunto de contradicciones y no es capaz de ofrecer a los hombres indicaciones claras».

En cuanto a si ha habido algún cambio respecto a lo que afirmó el Vaticano II en este asunto, el cardenal recuerda que la declaración «solo recogió los textos conciliares y los documentos posconciliares, sin añadir ni quitar nada».

El Vaticano II dice que la Iglesia de Cristo «subsiste en la Iglesia católica», precisamente, aclara Ratzinger, para no dar la impresión de que fuera de la Iglesia católica no hay Iglesia. Según la doctrina católica, «las Iglesias locales de la Iglesia oriental separada de Roma son auténticas Iglesias locales. Las comunidades surgidas de la Reforma están constituidas de modo diverso».

Muchos contemporáneos, observa el entrevistador, consideran que no existe una sola Iglesia, sino que está disgregada en fragmentos. «Si así fuera -replica Ratzinger- se consagraría el subjetivismo: entonces cada uno debería formarse su propio cristianismo y al final resultaría decisivo el gusto personal».

«La Iglesia de Cristo existe verdaderamente y no en jirones. No es una utopía inalcanzable, sino una realidad concreta», afirma Ratzinger. El que la Iglesia de Cristo «subsiste» en la Iglesia católica, quiere decir que «el Señor garantiza la existencia de la Iglesia a pesar de nuestros errores y pecados, que sin duda y de modo evidente están presentes en ella. Con el término subsistit se quiso decir asimismo que, aunque el Señor mantenga su promesa, existe una realidad eclesial fuera de la comunidad católica y esta contradicción es precisamente el más fuerte estímulo a buscar la unidad. Si el Concilio hubiera querido decir simplemente que la Iglesia de Jesucristo está también en la Iglesia católica, hubiera dicho una tontería. El Concilio hubiera entrado en contradicción con toda la historia de fe de la Iglesia, lo cual no entraba en la intención de ningún padre conciliar».

Por otro lado, el cardenal dijo que compartía la opinión de quien piensa que «el lenguaje doctrinal clásico, tal como está utilizado en nuestro documento, siguiendo la línea de los textos del Concilio Vaticano II, es completamente diverso del de los periódicos y los medios de comunicación. Pero, entonces, el texto hay que traducirlo, no despreciarlo».

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