Cruzadas y «yihad»

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El presidente de Estados Unidos, George Bush, causó un revuelo no pequeño cuando, a raíz de los atentados del 11 de septiembre, usó la palabra cruzada para referirse a la lucha contra el terrorismo. A propósito de esto, el especialista en cuestiones árabes Bernard Lewis aclara en The Wall Street Journal (27 septiembre 2001) los significados que han tenido los términos cruzada y yihad o guerra santa. Lewis, profesor emérito de Estudios sobre Oriente Próximo en Princeton, es autor de libros como Los árabes en la Historia (ver servicio 11/97).

La palabra cruzada, señala Lewis, se suele usar hoy en Occidente con un significado distinto del original: como «una campaña enérgica a favor de una buena causa», por ejemplo, social, moral o ecológica. En cambio, «cruzada todavía toca una fibra sensible en Oriente Próximo, donde se ve y se presenta a los cruzados como los precursores medievales del imperialismo europeo». Sin embargo, precisa Lewis, el paralelismo con los imperialistas es erróneo; las Cruzadas fueron más bien «una respuesta limitada, tardía y a la postre ineficaz a la yihad: un intento fallido de recuperar por medio de una guerra santa cristiana lo que se había perdido a consecuencia de una guerra santa musulmana».

En la época de las Cruzadas, los musulmanes no parecían muy conscientes de la naturaleza de las campañas cristianas. Ni siquiera la conquista de Jerusalén causó gran preocupación a los príncipes musulmanes, que desoyeron las peticiones de auxilio que hicieron los correligionarios atacados.

La verdadera contra-cruzada no comenzó hasta que los europeos cometieron el error de hostigar los lugares santos musulmanes, en Arabia. Sin embargo, en la amplia historiografía árabe sobre el periodo, no aparecen las palabras Cruzada o cruzados: los invasores europeos son llamados siempre francos o infieles.

Solo a partir del siglo XIX empezó a usarse el término Cruzada por parte de escritores árabes que tuvieron conocimiento de la historiografía occidental. Hoy el término se ha hecho común entre los musulmanes, de modo que Osama Bin Laden ha podido usarlo para aprovechar las resonancias que evoca.

En cuanto a la palabra yihad, originalmente significa esfuerzo, como aparece en la expresión coránica «esforzarse en los caminos de Dios». Algunos musulmanes modernos la entienden en sentido espiritual y moral. Pero «la interpretación más común, que es también la de la gran mayoría de los comentaristas y juristas clásicos, presenta la yihad como una lucha armada por la causa del Islam contra infieles y apóstatas. A diferencia de cruzada, yihad ha conservado su connotación religiosa y militar hasta los tiempos modernos».

El propio Mahoma dirigió la primera yihad contra los paganos de Arabia. Sus sucesores prosiguieron las campañas militares: primero sometieron el Oriente Próximo, y más tarde se dirigieron al este (Asia), al oeste (África) y tres veces a Europa (la invasión mora de España, la tártara de Rusia y la turca de los Balcanes). Las Cruzadas fueron parte del contraataque cristiano, que finalmente recuperó los territorios europeos, pero no Tierra Santa.

En todas las tradiciones islámicas, el que muere luchando en la yihad es tenido por mártir, y su premio es el paraíso. En cambio, el Islam nunca ha permitido el suicidio, sino que lo ha considerado un pecado castigado con la condenación eterna [ver servicio 129/01]. Solo en los últimos años, algunos juristas islámicos han equiparado con el mártir al que realiza un ataque suicida como el del 11 de septiembre o tantos otros en Palestina.

Por otra parte, la tradición coránica regula con detalle la guerra santa. «Las leyes de la yihad excluyen categóricamente las matanzas arbitrarias e indiscriminadas. Los guerreros de la yihad tienen que abstenerse de hacer daño a no combatientes, mujeres y niños, ‘a no ser que te ataquen ellos primero’. Incluso se contemplan cuestiones como el uso de misiles (los proyectiles lanzados mediante manganeles y catapultas) y de armas químicas (flechas envenenadas, contaminar el agua del enemigo). En esto los juristas discrepan: unos permiten tales métodos bélicos, otros los restringen. Un punto en el que todos insisten es la necesidad de declarar la guerra y de no romper una tregua sin avisar.

«Lo que los juristas clásicos del Islam no contemplaron ni de lejos es una matanza masiva de civiles no implicados, sin provocación ni advertencia previa, como la que hemos visto en Nueva York hace dos semanas. Sobre eso no se encuentra en el Islam precedente ni juicio autorizado alguno».

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