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¿Son eficaces los embargos comerciales?

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La visita del Papa a Cuba ha avivado el debate, especialmente en Estados Unidos, sobre la conveniencia de mantener el embargo comercial a la isla, impuesto hace 35 años. De momento, el gobierno norteamericano parece dispuesto a estudiar una iniciativa legislativa para suavizarlo permitiendo la venta a Cuba de medicinas y alimentos.

La adopción de embargos y sanciones comerciales es un arma utilizada en la política internacional. Basta recordar los decretados en el pasado contra Haití, Vietnam, Serbia, Sudáfrica o Rodesia (actual Zimbabue), o los actuales contra Irán, Irak y Libia, además de Cuba. Los motivos de embargos han ido evolucionando desde el terrorismo o el tráfico ilegal de armas hasta, más recientemente, las violaciones de derechos humanos. La cuestión es si con tales medidas se consiguen realmente los fines que se pretenden.

Los embargos suelen emplearse como métodos de presión contra determinados regímenes políticos; pero los críticos afirman que perjudican más a la población civil que al verdadero objetivo del castigo. Además, pueden suponer costes imprevistos para el país sancionador. Por ejemplo, los agricultores de EE.UU. criticaron duramente la prohibición de vender cereales a la Unión Soviética, impuesta en 1979 con motivo de la invasión de Afganistán, ya que les supuso grandes pérdidas y les colocó en desventaja con respecto a otros países competidores, como Brasil o Australia. Por los mismos motivos, algunas compañías petroleras piden hoy que se levante la prohibición norteamericana de comerciar con Irán.

Estados Unidos mantiene en la actualidad sanciones comerciales contra, al menos, 73 países (cfr. International Herald Tribune, 27-I-98). Se trata de decisiones adoptadas por separado en distintos momentos. Hasta ahora, el gobierno no se había encargado de coordinar y controlar todas esas medidas, aunque recientemente ha creado un organismo con el cometido de examinar la finalidad y eficacia de cada sanción, así como de definir criterios para las que se adopten en el futuro. Parece que el objetivo no es tanto el disminuir el número de sanciones como aumentar su efectividad. Se pretende incluso que el presidente acuda periódicamente al Congreso para informar sobre los costes de los embargos y sus verdaderas posibilidades de éxito.

Por otra parte, los países parecen estar llegando al convencimiento de que las sanciones unilaterales raramente alteran el comportamiento de los regímenes contra los que se dirigen, y que son preferibles medidas multilaterales, adoptadas por mandato de las Naciones Unidas, más efectivas y con menos posibilidades de afectar a los intereses de los países sancionadores.

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