Solzhenitsyn prepara su vuelta a Rusia en 1994

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Aleksandr Solzhenitsyn tiene previsto regresar a Rusia el año próximo. El escritor ruso, expulsado de su país y privado de la ciudadanía en 1974, fue rehabilitado oficialmente por Gorbachov en 1991. Pero, aunque expuso en un libro sus ideas sobre Cómo reorganizar Rusia tras la caída del comunismo, ha seguido en su casa de Vermont, en Estados Unidos. Lo que no ha impedido que sea el escritor ruso más leído en su país.

Solzhenitsyn sigue dedicado a componer el gran fresco histórico sobre la Revolución que arruinó Rusia, bajo el título general de La rueda roja, del que se publica ahora un nuevo volumen: Marzo 17. El autor de Archipiélago Gulag, que cumplirá 75 años el próximo diciembre, rara vez hace declaraciones. Por eso, cuando se producen son más valoradas. Así ha ocurrido con el discurso pronunciado al recibir el doctorado honoris causa por la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein el 14 de septiembre.

En su discurso, Solzhenitsyn vuelve a abordar temas que considera decisivos para el futuro de nuestra civilización: la base moral de la política, el sentido del progreso, el uso de la libertad, la dimensión espiritual del hombre.

Solzhenitsyn señala las limitaciones de una concepción del progreso entendido como mero desarrollo material. Había una confianza ciega en que el desarrollo económico bastaría para mejorar todos los aspectos de la existencia. Pero aunque la civilización tecnológica ha satisfecho las esperanzas de elevación material, el progreso ha tenido consecuencias imprevisibles.

El primer punto descuidado hasta hace poco ha sido la preservación de la naturaleza, que fue saqueada sin tener en cuenta que «el medio ambiente es también nuestro destino común». Solzhenitsyn no considera que este deterioro sea achacable sin más al desarrollo. Al contrario, advierte que «uno de los efectos más positivos del desplome del comunismo es haber desmantelado la economía más demencial del mundo, en la que hacía estragos un despilfarro sin límites».

El segundo error fue creer que por sí solo el progreso material civilizaría al hombre. Se olvidaba así el alma humana. «Frente al ritmo espasmódico de ese progreso centrado en la técnica, frente a la información superficial, a los espectáculos triviales que nos sumergen, el alma apenas se desarrolla; al contrario, se encoge, y la vida espiritual se reduce. Nuestra cultura se empobrece poco a poco. Y el estrépito con que son acogidas tantas novedades vacías subraya más ese declive».

La abundancia de bienes materiales, advierte Solzhenitsyn, «nos enriquece, pero también nos esclaviza (…). Todo se reduce a luchar por los bienes materiales; pero una voz interior nos dice que hemos abandonado algo puro, superior y frágil. Ni tan siquiera discernimos ya el sentido, la finalidad de nuestra existencia».

No se trata de renegar del progreso, sino de «ponerlo al servicio de los intereses del espíritu humano; no hemos de ser juguetes del progreso, sino encontrar los medios para emplearlo en la realización del bien (…). Nada expresa mejor nuestro desconcierto intelectual que la imposibilidad actual de afrontar la muerte con serenidad. (…) El hombre, aunque sea el único ser vivo dotado de conciencia, ya no se ve como un punto limitado en el seno del Universo. Se ha considerado como el centro de todo, adaptando el mundo a él, en vez de adaptarse él al mundo. Entonces, la idea de su muerte se le ha hecho insoportable, porque representa la desaparición súbita de todo el Universo».

Ahora, una vez terminada la guerra fría y alejado el riesgo de holocausto nuclear, vuelve al primer plano la vieja cuestión sobre el sentido de la existencia.

El implacable crítico del sistema comunista no se hace ilusiones sobre la situación actual de la ex URSS. «Las raíces del comunismo siguen metidas en la conciencia y en la vida cotidiana de la gente». A la vez, ha surgido un capitalismo «de comportamientos improductivos, salvajes, (…) como Occidente jamás ha conocido. Y así, la gente modesta, mal preparada, llega a tener nostalgia de la igualdad en la pobreza». Los problemas históricos que pretendió resolver el comunismo subsisten: «la utilización cínica de las posiciones sociales y el poder desmesurado del dinero».

Frente a las ambiciones desmedidas de las personas y los Estados, Solzhenitsyn señala que ha llegado el momento de limitar nuestros deseos. «La autolimitación es la acción primordial y la más sabia para todo hombre que accede a la libertad. Para los que tratan de obtenerla, es también el camino más seguro».

Esta actitud puede parecer difícil, pero es indispensable. «Si se tienen en cuenta todos los lazos mutuos que se establecen en las sociedades contemporáneas, sólo a través de la autolimitación llegaremos poco a poco, y con dificultades, a sanar la vida política y económica. (…) Frente a las condiciones cada vez más complejas de la modernidad, limitarnos a nosotros mismos es el único camino para la preservación de todos. Lo cual nos ayudará a volver a encontrar la conciencia de lo Alto, que está ahí, por encima de todos, así como un sentimiento totalmente perdido: la humildad ante Él».

Fiel a su escala de valores, el escritor ruso concluye que «no puede haber más que un único progreso verdadero: la suma de los progresos espirituales realizados por los individuos. El grado de su perfeccionamiento moral durante toda su vida».

En declaraciones a Le Figaro poco antes de que Borís Yeltsin disolviera el Parlamento, Solzhenitsyn dio su opinión sobre la situación de Rusia. Elogió al presidente ruso, de quien dijo que «es un hombre sincero y valiente, y lo ha demostrado al ser uno de los primeros políticos en nuestro país que abandonó el partido comunista». Pero señaló que Yeltsin ha cometido graves errores, en primer lugar «no haber acabado de una vez por todas con el sistema comunista». Concretamente, Yeltsin debería haber disuelto el Parlamento, ya que «data del viejo régimen» y «no ha salido de elecciones libres».

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