De judío a judío: el deber de hacer la paz en Palestina

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En una carta abierta dirigida a Ariel Sharon a través de Le Monde (6 septiembre 2001), Théo Klein, presidente de honor del Consejo representativo de las instituciones judías de Francia, le advierte que la violencia no produce seguridad y que el reconocimiento del Estado palestino sería un requisito para la paz.

«Hay que decir alto y fuerte que la política de réplica de Israel ha alcanzado el culmen del absurdo. No se trata ya de una política -lo que implica un pensamiento y un objetivo reconocido como posible- sino de una pelea trágica en la que, por desgracia, todos nuestros valores morales están a punto de sucumbir.

«Esta acción es absurda porque no hace más que alimentar la pasión y el odio, porque moviliza a la población palestina en torno a los que considera como combatientes, y porque mantiene a la población israelí en la ilusión de una falsa seguridad.

«¿Cuándo admitiréis que son los carros israelíes y los misiles los que agitan el viento de una rebelión alimentada cada día por los bloqueos, los cacheos, la desconfianza sistemática que da a nuestros vecinos la sensación de ser sospechosos de terrorismo en todo momento, por el simple hecho de no ser israelíes? (…)

«Nosotros, que hemos aprendido por el dolor y el sufrimiento a sobrevivir contra la fuerza bruta, ¿cómo podríamos olvidar que un pueblo no se doblega nunca sin haber combatido? Usted, que invoca tanto la tradición judía, ¿se acuerda de las palabras de nuestros profetas? ‘Pues no es la fuerza la que hace al vencedor’, decía Samuel».

Klein piensa que corresponde a Sharon hacer el gesto político que puede poner fin al engranaje de la violencia. «El primer paso que hay que dar, que es a la vez una necesidad histórica y un imperativo legal, es reconocer a los palestinos la libertad de proclamar su Estado», «un Estado con el cual Israel debe compartir una tierra común».

«Vuestro problema no es medir la credibilidad del jefe de los palestinos -eso es asunto suyo-. Vuestro deber es ofrecer, de igual a igual, la apertura de una nueva era, en la que cada uno de los dos pueblos pueda vivir y desarrollarse en las fronteras de su Estado. El honor de Israel, que tenéis a vuestro cargo, debe ser ofrecer la paz sin someterla ni abandonarla al arbitrio de los extremistas.

«Poner fin a una guerra fratricida, que enfrenta a los dos herederos de una misma tierra, no puede lograrse más que por un justo reparto. Jerusalén, hacia la que van siempre nuestra mirada y nuestra nostalgia, debe convertirse en el símbolo de un porvenir compartido.

«¿Y el terrorismo?, me preguntaréis. No puede ser combatido más que dentro de cada pueblo, en la medida en que éste deje de considerarlo una forma de combate. Si el pueblo lo sostiene, el terrorista se convierte en un combatiente».

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