Gabriel Boric: un año en el sillón presidencial chileno

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Gabriel Boric

Gabriel Boric en la toma de posesión como presidente de Chile el 11 de marzo de 2022. CC: Gobierno de Chile

 

Santiago. — Ciertos reconocidos columnistas chilenos suelen decir que en el corazón de la idiosincrasia de Chile vive un venezolano: Andrés Bello. Bello redactó el Código Civil chileno, y fue un hombre vitalmente apasionado por la búsqueda del orden político, social y existencial. No un inmovilismo, sino un orden agradecido de la herencia, que tiende a emerger de las transformaciones o quiebres como un norte que permite superarlos. Chile es un país sísmico que construye edificios y política buscando estabilidad. Hay algo de razón en la opinión de aquellos columnistas, y este primer año de presidencia de Gabriel Boric es un excelente ejemplo.

En octubre de 2019, Chile experimentó uno de esos quiebres. La búsqueda de orden para superar el caos que reinaba en las calles derivó en el consenso político y social que acordó por amplia mayoría (78%) redactar una nueva Constitución. Por otro lado, como la derecha chilena había sido incapaz de explicarse y manejar la fiebre que se había apoderado del país, el rédito político fue capitalizado en mayor medida por el Frente Amplio, conglomerado de izquierda progresista radical inspirado en Podemos. Esto se tradujo en la candidatura presidencial de Gabriel Boric, uno de los diputados frenteamplistas de más reconocida trayectoria.

Durante la primera vuelta electoral, Boric se mostró como el joven revolucionario que fue en el Congreso. Sin embargo, los resultados no fueron alentadores para él, ni hablaban de una convicción revolucionaria demasiado enérgica. Durante la segunda vuelta, se presentó entonces como un hombre más calmado, maduro y dialogante. Respetuoso de las instituciones, pero anhelante de cambios. El pueblo chileno quiso creerle –o descartó al adversario– y le entregó su voto mayoritario.

La fallida baza de la Constitución

Boric asumió el mando del país en marzo de 2022, en pleno proceso constitucional. Su gobierno había puesto sus esperanzas en el nuevo texto, que tendría la cara del octubre revolucionario que la gestó. De hecho, sostuvo expresamente que las reformas del programa no podrían impulsarse sin la nueva Constitución. Así, el primer error grave del presidente fue ligar su gobierno a esa propuesta de Constitución.

Resultó que la convención electa encargada de escribirla, embriagada aún de la adrenalina incendiaria de 2019, redactó un texto que intentaba refundar el país desde sus cimientos políticos, jurídicos y económicos. Diluía el Senado, ponía en serio riesgo la separación de poderes, decretaba que Chile era un país plurinacional según su multiplicidad étnica, afectaba la facultad de los padres de ser los primeros educadores y elegir su sistema educativo, consagraba el aborto libre como derecho constitucional, y volvía incierto el derecho de los ciudadanos sobre sus fondos de pensión. Encima, la convención plagó las sesiones de performances que incluían disfraces infantiles, canciones que modificaban el himno nacional, o cuerpos pintados.

El primer error grave del presidente fue ligar su gobierno a la nueva Constitución

Para muchas personas, en vez de resolver algún conflicto, la nueva Constitución vendría a instalar muchos problemas que hasta el momento Chile había logrado evadir. Las encuestas señalaban el creciente descontento y decepción que la gente sentía respecto del trabajo de los constituyentes, pero estos hicieron caso omiso de las advertencias. Para ellos, las encuestas estaban manipuladas por grupos de poder. La gente –estaban seguros– se sentiría plenamente identificada con las propuestas. Además, la novedad de una Constitución feminista, indigenista y progresista contaba con el beneplácito de organismos internacionales. ¿Qué podía salir mal?

Todo salió mal para los cálculos de una izquierda progresista demasiado ensimismada y arrebatada. El 4 de septiembre de 2022, cuando Boric llevaba siete meses en la presidencia, el mismo pueblo chileno que había aprobado por una abrumadora mayoría la idea de redactar un nuevo texto constitucional, rechazó en las urnas la propuesta con el 62% de los votos, en la votación con la participación más alta en la historia del país.

La tesis inicial del gobierno fue que ese resultado se debía a una campaña de desinformación por parte de los medios, aunque también se dejó entrever que, para ellos, los chilenos no estaban suficientemente avanzados para apreciar las bondades del proyecto. Lógicamente, este sutil desprecio por la ciudadanía introdujo una nueva fractura con ella. Pero, además de ofensiva, la explicación no era capaz de dar con el asunto de fondo: el país, aunque anhelaba cambios importantes que solucionaran problemas sociales, no estaba dispuesto a lanzarse al vacío de la refundación.

En busca de orden público y estabilidad económica

Sin el apoyo de la Carta Magna bajo su brazo, Boric se vio obligado a comenzar a gobernar en un sillón presidencial que, de pronto, se volvió sumamente incómodo. El rechazo a la nueva Constitución también lo era del programa de gobierno y sus condiciones de posibilidad, y en consecuencia se vio sin programa. Para colmo, tuvo que empezar a hacerse cargo de dos grandes problemas que él mismo contribuyó a gestar en sus días de diputado de barba descuidada, pelo semirrasurado y tatuaje descubierto. Se trata del orden público y la estabilidad económica, las nuevas preocupaciones centrales de la ciudadanía.

Octubre de 2019 trajo consigo gravísimas manifestaciones de violencia, incluyendo la quema sincronizada de setenta estaciones de metro, de iglesias y locales comerciales. Como esos actos delictivos se entrelazaban con legítimas protestas sociales pacíficas, el relato de una parte importante de la izquierda consideró que ambas cosas eran equivalentes, y que la violencia era un medio necesario para visibilizar las protestas. Las fuerzas de orden público eran esencialmente represoras del pueblo, defensoras de las elites dominantes. El propio Gabriel Boric, entonces diputado, increpó a un grupo de militares frente a las cámaras. “¡Llevan armas de guerra!”, gritaba indignado. Para él, como para sus compañeros políticos, los agentes de Estado solo tenían permitido el uso del diálogo, jamás el de las armas.

Pero la venia a la violencia salió cara. Una vez en la presidencia, Boric tuvo que enfrentarse al incremento en número y gravedad de los delitos. Ya no se trata de protestas, sino de un complejo entramado que integra terrorismo en el sur del país, presencia nueva de narcotraficantes y migración sin control. Así, las prioridades de la gente paulatinamente se concentraron en las demandas por la seguridad. Consciente de ello, el presidente comenzó a responder a la angustia ciudadana en sus discursos, pero fue tomado por traidor por sus bases políticas.

Estas exigieron entonces el cumplimiento de una antigua promesa de campaña, que ahora se volvía políticamente muy delicada: la liberación de algunos detenidos durante las manifestaciones violentas de octubre del 2019. La policía aconsejó en contra: se trataba de delincuentes comunes con gruesos prontuarios. A pesar de ello, Boric, presionado, accedió y trece presos fueron indultados. Segundo error severo, que le costó la confianza del país. Mientras la policía, reivindicada a los ojos de la ciudadanía, ya lamenta varios uniformados muertos a manos de los criminales, el presidente se presenta en los funerales, abraza a los familiares de los fallecidos entre discursos de apoyo y promete poner un alto a la delincuencia mediante leyes contra el crimen organizado. Incluso admite que es necesaria una reflexión sobre aquel pasado que hoy lo atenaza, pero no resulta creíble.

El control de la delincuencia y el equilibrio fiscal, que no habían sido una preocupación del diputado, se vuelven urgentes para el presidente

Por otro lado, Chile enfrenta un escenario de inflación como no había visto en décadas. Aunque varios países de Occidente también experimentan severas alzas de precios, la situación chilena tiene sus particularidades. Durante la pandemia, se aprobaron proyectos de ley que permitían que las personas retirasen sus fondos de pensión anticipadamente. La medida trajo serias consecuencias previsionales y en el mercado de capitales, y la rápida liquidez agravó la inflación. Todo había sido advertido por los economistas. El entonces diputado Boric votó a favor de la iniciativa, y ahora no solo debe dar cuenta de ese voto, sino también detener los intentos de repetir la experiencia.

¿Un nuevo Boric?

Así las cosas, el gobierno se ve en la imposible situación de tener que “aliarse con la derecha” para responder a las demandas ciudadanas actuales, porque orden y economía son las fortalezas de la oposición. El control de la delincuencia y el equilibrio fiscal, que no habían sido una preocupación del diputado, se vuelven urgentes para el presidente. En cambio, las reformas que lo alinean con su bancada de origen no tienen mayoría parlamentaria.

Todo lo anterior redunda en una crisis de imagen para Boric. En un año, pasó de ser rockstar a un simple presidente con baja aprobación, que en vez de vítores y regalos recibe insultos. No es de extrañar: él mismo ató su destino al de la nueva Constitución, y ha sido profundamente inconsistente en sus dichos y hechos. Porque, ¿quién es Boric? ¿Acaso el exdiputado revolucionario? ¿Ha dado realmente un giro de sensatez junto al país, y gobernará para dirigirlo de vuelta a la estabilidad? Aún no estamos seguros. Sí sabemos, en cambio, quiénes son los chilenos: el pueblo que edifica tras terremotos, pero con materiales y diseños propios, adecuados a su tierra, que aseguren solidez. Si Boric aprende a leer la huella de Andrés Bello en la idiosincrasia del pueblo que gobierna, tendrá más probabilidades de éxito de las que ha tenido hasta ahora.

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