Las últimas rebajas de los derechos humanos

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El relativismo ético, a menudo invocado como un requisito democrático, demuestra su fragilidad cuando otros lo utilizan para no respetar los derechos humanos. Así se ve en un editorial de Le Monde (10-IV-96), que no duda en apelar a Juan Pablo II.

Occidente está en trance de renunciar a defender uno de sus principios fundadores, el de la universalidad de los derechos humanos. Esto sucede bajo la presión de algunos grandes países, especialmente China, cuyo primer ministro, Li Peng, visita Francia. Como si quisiese adelantarse, éste ha declarado (…) que «en el mundo, países diferentes tienen concepciones diferentes sobre el problema de los derechos del hombre».

Es la versión asiática del debate sobre los derechos del hombre: las diferencias culturales justificarían un enfoque diferente -en realidad, un rechazo puro y simple a hablar de la cuestión-. Europa, desgraciadamente, ha suscrito esta versión (…). Los Estados Unidos siguen la misma línea: han abandonado la idea de establecer una relación entre los derechos humanos, especialmente en China, y el desarrollo de los intercambios económicos.

La nueva divisa es: ante todo, comercio. Los más idealistas arguyen que las fronteras, abiertos a los bienes y servicios del Oeste, se abrirán también a las ideas. Los realistas afirman que las amonestaciones públicas jamás han hecho progresar la causa de los derechos humanos. Los cínicos observan que el mercado que pierda Francia por un discurso valiente sobre los derechos humanos, se lo llevará, de todas formas, otro país.

Pero el ropaje más perverso de esta evolución sigue siendo el que se puede llamar discurso sobre la especificidad: a las claras, que Occidente vuelve a aceptar la famosa tesis asiática de la «diferencia». Apenas unas horas antes de que la cadena de televisión France 2 difundiese las declaraciones de Li Peng, Jacques Chirac, en la Universidad del Cairo, hacía una nueva concesión a la tesis de la pretendida diferencia: «Nuestra fidelidad a los derechos del hombre, a los valores universales -decía el presidente francés-, no nos debe impedir reconocer que esos valores pueden expresarse bajo diferentes formas».

Si la observación es ya difícilmente justificable cuando se trata de las formas que puede tomar la democracia (…), es inaceptable cuando se habla de los derechos del hombre. Porque si no prestamos atención a esta cuestión, se abre la puerta a la más dudosa de las lógicas: la que termina por decir que habría una «especificidad» de China, del mundo árabe o de África que les dispensaría de respetar plenamente los derechos humanos. En materia de derechos humanos, no hay relativismo cultural: la tortura sigue siendo tortura, intolerable en cualquier lugar y momento. En el momento en que el Papa Juan Pablo II ataca el «relativismo ético», Chirac, que pretende inspirarse en su doctrina, le contradice en un punto esencial. Poco importa cómo lo disfrace; la nueva vía del discurso occidental sobre los derechos humanos representa una regresión, política y moral.

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