“La otra cara del permisivismo es más Estado”

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Nacido en el ambiente obrero de los arrabales de Liverpool, Phillip Blond estudió filosofía y ciencias políticas en la Universidad de Hull y teología en Cambridge. Es el fundador de ResPublica, un think tank que se define como independiente si bien está vinculado ideológicamente a los conservadores británicos. Le hemos entrevistado con ocasión de su visita a Madrid para inaugurar el EncuentroMadrid 2011.

Blond se mueve a gusto en el terreno de las ideas políticas. En pocas palabras, condensa mensajes atractivos a los que podría sumarse fácilmente gente de las más variadas tendencias ideológicas. A estas alturas de la crisis económica, ¿quién no desea humanizar el mercado o fortalecer el poder de los ciudadanos?

   
 
Phillip Blond  
   

Añádase a esto la vaguedad característica de los teóricos de las terceras vías como Wilhelm Röpke, Karl Mannheim, Anthony Giddens o Amitai Etzioni. Todos ellos coinciden en afirmar que la suya es una propuesta “renovada y moderna”, bien del liberalismo, del socialismo, de la socialdemocracia o –ahora con Blond– del conservadurismo.

¿El ideólogo de Cameron?

Algunos dicen que usted es el inspirador del “nuevo conservadurismo” de David Cameron como en su día lo fue el sociólogo Anthony Giddens del “nuevo laborismo” de Tony Blair. ¿Cuánto hay de Phillip Blond en la idea de la Gran Sociedad?

— Sinceramente, no lo sé. Mantengo buenas relaciones con Cameron y con varios de sus ministros; en nuestras conversaciones, yo expongo mis ideas y lo cierto es que, de una forma u otra, van teniendo eco en su gobierno.

Buena parte de lo que defiendo en el libro Red Tory (1) y en los informes de ResPublica se han plasmado ya en políticas concretas. La idea de la Gran Sociedad está en el núcleo de mi propuesta. Así que es justo reconocer esa influencia. Pero no se me ocurriría decir que soy “el ideólogo” de Cameron. La comparación con Giddens es exagerada.

Si todo vale, más Estado

Hoy día, parece que el permisivismo (que cada cual haga lo que quiera, siempre que no dañe a terceros) se ha convertido en uno de los criterios estrella que guían las conductas. Pero, paradójicamente, cada vez se toleran más las injerencias por parte del Estado en la vida personal.

— Efectivamente, creo que ambas tendencias están relacionadas y, de hecho, cada una alimenta a la otra. El colectivismo extremo genera tal nivel de opresión y de autoritarismo que acaba desembocando, como para liberar tensiones, en el auge del individualismo.

Por otra parte, una sociedad dominada por el individualismo extremo y el libertarismo conduce a que unos individuos se impongan sobre otros. La desigualdad y la confrontación social que esto conlleva hace que, inevitablemente, aumente la demanda de “más Estado”.

Una sociedad en la que sólo cuentan los derechos individuales acaba reclamando un Estado más autoritario, que proteja esos derechos y que controle que los individuos no interfieren en la esfera de los demás.

Una ética ligada a la realidad

Una manera de resolver esta paradoja sería promover lo que usted llama “una cultura de autocontrol ético” en lugar de fiarlo todo a las regulaciones externas. La idea suena bien, pero ¿cómo construirla?

— Mediante la práctica y el discernimiento del bien común. En mi opinión, ese discernimiento nos corresponde hacerlo a los ciudadanos a partir de la noción de objetividad; atendiendo a los bienes reales.

Está claro que la gente discrepa, pero una sociedad no puede fundarse sobre las discrepancias continuas, porque entonces terminamos en la guerra de todos contra todos. Una cultura basada en el desacuerdo radical no es una cultura.

Así que, aunque existan discrepancias, lo primero que debemos buscar es el acuerdo. Necesitamos debatir y tener claros cuáles son los fundamentos morales básicos de nuestra sociedad.

Y eso de buscar un acuerdo sobre valores compartidos, ¿no es demasiado utópico?

— Por eso creo que la ética ha de estar vinculada al discernimiento de lo objetivo. No se trata de imponer mi verdad subjetiva a los demás sino de buscar, asociados, la verdad objetiva entre todos. La política tiene que ver con esa búsqueda. En el fondo, muy pocas personas niegan la existencia de unos valores comunes.

Tomarse en serio el pluralismo

Coincido con usted en que, en el plano de las relaciones sociales, casi todos tenemos claros una serie de criterios de justicia (“es bueno ayudar a los demás”, “no matarás”, “no robarás”…). Sin embargo, parece que en el ámbito personal no hay criterios objetivos.

— En este terreno siempre podemos preguntarnos qué nos hace humanos y qué consecuencias tiene aspirar a vivir de esa manera. Por eso soy partidario de favorecer una “cultura política”; la preferencia por unos estilos de vida frente a otros depende de la persuasión, no de la coerción.

Hace poco, una pareja de cristianos fue excluida como familia de acogida en el Reino Unido por no estar dispuesta a hablar a los niños a favor de la homosexualidad. Su exclusión se basa en la polémica Ley de Igualdad aprobada por el último gobierno laborista. Resulta paradójico que se proteja a un grupo de ciudadanos a costa de discriminar a otro.

— En mi opinión, el problema de este debate podría resumirse así: todos queremos ser iguales, pero todavía no hemos decidido en qué consiste esa igualdad. Y esto nos lleva a caer en el igualitarismo, que es bastante injusto y peligroso.

Al igual que las mayorías, las minorías también pueden ser autoritarias. Por eso necesitamos un debate serio sobre lo que significa convivir en una sociedad pluralista y libre.

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Notas

(1) Phillip Blond. Red Tory: How Left and Right Have Broken Britain and How We Can Fix it. Faber and Faber. (2010). 309 págs. 12.99 £.

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