La OPA política de Tony Blair

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El laborismo se desprende del lastre ideológico
Tras una travesía de quince años por el desierto de la oposición, el laborismo británico parece haber recuperado el favor popular y ve la tierra prometida en las elecciones previstas para 1997. Más que el humor del electorado, lo que ha cambiado es el programa laborista, al precio de una dolorosa ruptura con los dogmas del socialismo. Pues su líder, Tony Blair, no ha dudado en adoptar un nuevo discurso, libre de hipotecas ideológicas, y en defender valores tradicionales que hasta ahora se identificaban con los conservadores.

El socialismo europeo, que tiene últimamente pocos motivos de satisfacción, necesita encontrar algún correligionario en estado de gracia. Durante un tiempo lo fue Felipe González, en el poder desde 1982 y hoy en caída libre. Pero ha nacido una estrella precisamente en la galaxia laborista, donde el socialismo estaba más anquilosado. Y ahora las miradas se dirigen a Tony Blair, que ha levantado de la lona a un partido que estaba groggy tras cuatro derrotas electorales sucesivas. Su triunfo aplastante en las elecciones municipales de la pasada primavera ha confirmado la esperanza de que sea el hombre que dé la estocada final a los conservadores.

Para convencer al electorado de que cambie su voto al laborismo, Tony Blair tenía que provocar un cambio en su partido. Dicho y hecho. Con una OPA política bien llevada, se hizo con las riendas del partido en julio de 1994 y en poco más de un año ha impuesto su visión de un nuevo laborismo. Puede discutirse la profundidad del cambio. Unos dicen que con Tony Blair la cúspide laborista cambia de generación: los militantes forjados en las luchas sindicales ceden el paso a jóvenes cuadros salidos de las universidades que dicen adiós sin nostalgia a un pasado «rojo». Otros creen que, después de cuatro derrotas electorales sucesivas, los laboristas están dispuestos a cerrar filas tras un candidato con «gancho» popular, aunque no hagan suyas sus ideas.

Abandono de vestigios marxistas

Pero lo cierto es que en el congreso anual del partido, celebrado el pasado octubre en Brighton, los delegados aplaudían a rabiar ideas que antes habrían tildado de conservadoras. Como también ha sido sorprendente que Tony Blair recibiera una cálida acogida y una ovación de casi un minuto al pronunciar un discurso el pasado día 13 ante los líderes empresariales, en la asamblea de la Confederación de la Industria Británica (CBI). ¿Habrá dejado de ser sospechoso el laborismo para el mundo de los negocios?

En lo económico, Tony Blair está haciendo todo lo posible para disipar las prevenciones del público y de los empresarios, que asocian el laborismo con la estatalización, la voracidad fiscal y el gasto público sin freno.

El cambio más emblemático, aprobado el pasado mayo en un congreso extraordinario del partido, fue el abandono de la «Cláusula IV» de los estatutos, que preconizaba «la propiedad común de los medios de producción». Los laboristas abandonaban así este vestigio del marxismo, con un retraso de varias décadas respecto a otros correligionarios europeos y todavía con un 35% de votos en contra. Tony Blair lograba romper un tabú, contra el que se habían estrellado otros intentos de reforma. Blair alegaba que la «Cláusula IV» confundía los fines del partido, tales como la libertad y la igualdad, con los medios. A su juicio, la propiedad pública es sólo un medio y, por tanto, revisable.

El texto original de la cláusula prometía a los trabajadores «el fruto de su trabajo y su distribución lo más equitativa posible sobre la base de la propiedad colectiva de los medios de producción, distribución e intercambio (…)». En la nueva, más larga, el partido laborista se plantea como objetivo «proporcionar a cada uno los medios de realizar sus verdaderas posibilidades y a todos una comunidad en la que el poder, la riqueza y las oportunidades estén en manos de la mayoría y no de unos pocos, en la que nuestros derechos reflejen nuestros deberes, y donde vivamos juntos libremente, en un espíritu de solidaridad, de tolerancia y de respeto».

Entre los medios para conseguir ese objetivo, el laborismo se compromete a impulsar una economía en la que «la iniciativa del mercado y el rigor de la competitividad se unan a las fuerzas de la asociación y de la cooperación para producir la riqueza que necesita el país y para dar a cada uno su oportunidad de trabajar y prosperar, con un sector privado floreciente y servicios públicos de calidad (…)».

Reconciliarse con la cultura empresarial

Pero, ¿qué servicios deberían seguir en manos del Estado? Aunque los laboristas hayan criticado la fiebre privatizadora de los conservadores, tampoco pretenden volver a lo de antes. Prueba de ello es que los radicales no consiguieron que el congreso aprobara textos sobre la renacionalización de los servicios públicos. Los dirigentes laboristas precisan que seguirían siendo servicios públicos los ferrocarriles, el correo y la sanidad. Otros que han sido privatizados, como la electricidad y el agua, serían sometidos a una regulación más estrecha.

En lo que respecta a la educación, Blair ha moderado la tradicional hostilidad de su partido hacia la enseñanza privada. De hecho, provocó cierto resquemor en el partido al inscribir a su hijo en una escuela católica subvencionada. Sin embargo, el programa laborista quiere suprimir una medida adoptada por los conservadores por la que el Estado financia becas para que 30.000 alumnos con buenas notas y de familias desfavorecidas puedan estudiar en escuelas independientes de pago.

Blair tampoco quiere que los sindicatos vuelvan a gozar del fuerte poder que tenían antes. Por ejemplo, el congreso rechazó la propuesta de suprimir la necesidad de votación secreta antes de una huelga, que hizo aprobar en su día Margaret Thatcher. Más que ampliar el poder de los sindicatos, Blair ha dado pasos para reducir su influencia dentro del partido. Según los estatutos, cada central sindical que pertenece al laborismo vota en bloque en el congreso del partido; pero el voto sindical, que antes suponía el 70%, se ha reducido tras el congreso al 50%.

El nuevo enfoque laborista de la cultura empresarial se puso de manifiesto en el discurso de Tony Blair a los empresarios de la Confederación de la Industria Británica. Quiso dejar claro que un gobierno laborista no exprimiría a los ricos con impuestos desorbitados: «Las tasas confiscatorias no tienen sentido económico ni político. Se han ido para no volver. Quiero un régimen fiscal en el que, mediante el trabajo duro, el riesgo y el éxito, la gente pueda hacerse rica».

En cuanto a la legislación laboral, dijo que si ganara las elecciones aceptaría la Carta Social europea (documento que establece unos derechos laborales básicos en la Unión Europea, y que el gobierno conservador no ha reconocido). Pero también advirtió que no tenía por qué aceptar todos los aspectos de la Carta Social. Restaurar el salario mínimo, abolido por los conservadores, es otro de los puntos aprobados en el congreso laborista. Pero Blair se ha resistido a fijar ya el importe de ese salario, en contra de las pretensiones sindicales.

Blair quiso transmitir el mensaje de que la aspiración a la justicia social no está reñida con la eficacia empresarial y la creación de riqueza. Quizá no consiguió despejar todas las dudas de los empresarios sobre la política fiscal y laboral de un futuro gobierno socialista. Pero dejó la impresión de que el cambio del laborismo es real y permanente. Adair Turner, director general del CBI, reconoció «un cambio significativo en la actitud [laborista] hacia el mundo de los negocios, cosa que celebramos». Tampoco dio a entender que el mundo de los negocios fuera a invertir en la empresa laborista. Pero ya sería un triunfo que Tony Blair lograra su neutralidad.

El discurso de los valores

Esta incursión en un terreno tradicionalmente tory se ha visto también en los aspectos sociales. ¿Quién ha dicho que hablar de valores, de la familia estable o del patriotismo haya de ser conservador? Convencido de que a la mayoría de la gente le preocupan estas cosas, Tony Blair no tiene empacho en defenderlas.

A la hora de explicar su idea del socialismo, Blair aclara que «no es el socialismo de Marx o del control estatal… sino la comprensión de que el individuo no puede dar lo mejor de sí mismo más que en una comunidad decente y fuerte, con principios, objetivos y valores comunes». Se trata de «cooperar para lograr juntos lo que no podemos hacer solos», y de ser «solidarios con el prójimo, al que no se le puede dejar abandonado por el camino».

Acusando de inconsecuentes a sus adversarios, les ha atacado en su propio terreno. «El partido de la ley y el orden es el laborista», frente a una política conservadora que engendra la fragmentación social, caldo de cultivo de la delincuencia. Sí, ciertamente, también el Labour quiere «más policías en las calles». Pero advierte que «la mejor prevención de la criminalidad es la familia estable, junto con el empleo». De modo que el Estado «no puede permanecer neutral respecto a la familia», pues es «el fundamento de toda sociedad decente». Y no serán los políticos conservadores, protagonistas de clamorosos líos de faldas, los que vayan a dar lecciones de moral a este padre de familia felizmente casado. Él no se priva de invocar una necesaria «regeneración espiritual nacional». En su discurso al congreso laborista en Brighton, esta apelación a valores tradicionales se mezclaba con proyectos ambiciosos (otros los han calificado de utópicos) sobre las autopistas de la información y la enseñanza.

Los conservadores, como todo partido que quiere seguir en el poder, aseguran que en realidad los laboristas no han cambiado y que, en todo caso, sus nuevos planteamientos los han sacado del programa conservador. Por eso acaban de anunciar un paquete legislativo -sobre seguridad ciudadana, educación, Estado de bienestar y economía-, para obligar a definirse a Tony Blair y mostrar el bache que hay en el laborismo entre «realidad y retórica».

Pero, sea mayor o menor la dosis de retórica, lo significativo es que el laborismo haya comprendido que debe adoptar este discurso para cautivar al electorado.

Juan DomínguezUn líder laborista de nuevo cuño

Tony Blair es un político controvertido. A los laboristas tradicionales les sorprende su insistencia en confiar en la responsabilidad de los empresarios y en la influencia estabilizadora de las fuerzas del mercado. Ha rechazado abolir las escuelas privadas subvencionadas, enfrentándose a quienes afirman que esas escuelas estimulan privilegios injustos; su propio hijo asiste a una de esas escuelas. Al haber crecido en una familia de clase media, Blair no percibe la situación de los menos favorecidos del mismo modo que lo hacen los viejos líderes sindicalistas, o quizá está convencido de que ahora el mejor modo de conseguir votos es ocuparse de las preocupaciones de la clase media.

Blair ha valorado prudentemente los grados de disensión en su partido, y ha mantenido reuniones en privado con sindicatos y otros grupos antes del congreso del partido, para escuchar sus opiniones y fomentar la unidad que se necesita para ganar las elecciones. A pesar de que sus puntos de vista se separan de la tradición laborista, no ha despertado disensiones significativas. Esto hace pensar en un hombre que no sólo está seguro, sino que es capaz de proyectar esa seguridad y saber hasta dónde puede llegar.

Algunos le han tildado de charlatán. Pero esto es realmente un irónico cumplido habida cuenta de la influencia que ejerce su personalidad. Es difícil juzgar hasta qué punto su popularidad depende de su extremadamente cuidada imagen en los medios de comunicación, la sonrisa y los elegantes trajes, pero esto tiene su efecto.

Es más pragmático que apegado a la ideología. Sus oponentes dicen que tiende hacia unas políticas que agradan a los que están subiendo y a los ambiciosos -algo que recuerda al thatcherismo-; pero no se puede negar que es preciso atraer a estas personas, ya que son quienes tienen más influencia en la sociedad.

La conferencia del partido laborista de este año mostró hasta dónde han evolucionado las tendencias en el partido. Los sindicatos, tradicionalmente con fuerte poder de voto en el partido, se han mantenido a la espera, en vez de enfrentarse directamente con los controvertidos puntos de vista de Blair. Todo el partido parece estar de acuerdo en que es necesario un líder fuerte para ganar las próximas elecciones, y esa victoria es la cuestión prioritaria. Las encuestas de opinión están fomentando la confianza en que estas elecciones llevarán a los laboristas de nuevo al poder, y gran parte de este cambio en la opinión pública se debe a la personalidad de Tony Blair, y sólo en segundo lugar al descontento con el gobierno conservador.

Incluso los críticos en el seno del partido le ven como la persona adecuada para llevar al laborismo a la victoria, y reconocen que ha calibrado bien las preocupaciones del electorado. Una vez en el poder, es probable que los elementos radicales vuelvan a defender su programa tradicional, pero por ahora están satisfechos haciendo el juego a las propuestas moderadas de Blair. Unas propuestas que podrían calificarse de «populistas», si tenemos en cuenta que la mayoría de la gente en Gran Bretaña se considera de clase media. Lo que preocupa a la mayoría no es el salario mínimo: los asuntos que pueden hacer cambiar al electorado son más bien los impuestos y la educación, y son esos temas a los que Blair ha dado prioridad. Sin embargo, hay puntos clave de la política laborista que él mantiene. Su defensa de «una red ferroviaria pública», como reacción a los recientes intentos de privatizar los ferrocarriles, fue una llamada a que sigan siendo públicos los servicios que no sea necesario privatizar por razones económicas.

El periodo pre-electoral es peculiar en muchos sentidos. Con tal de crear una buena imagen, todo el mundo oculta sus cartas, incluidos los elementos más izquierdistas del laborismo. Por eso sólo será posible prever la actuación de Blair como líder de gobierno, una vez que su partido haya triunfado en las elecciones, y los programas se llenen de contenido.

Ben KobusEl camino hacia el poder

A sus 42 años, Tony Blair ha mantenido una trayectoria vital e ideológica muy distinta a la de los anteriores pesos pesados del laborismo. Desde unos orígenes humildes, su padre terminó por convertirse en un abogado con una buen situación y en orador tory. Tony Blair fue enviado al mejor colegio privado de Escocia, Fettes College, conocido como «Eton en kilt». Después estudió Derecho en Oxford, donde se mostró más interesado por las chicas y por la participación en conjuntos de rock que por la política estudiantil.

Sin embargo, al abandonar Oxford en 1975 ha desarrollado su pasión por las ideas políticas, unida a una religiosidad que estimula su conciencia social. Los valores puritanos de Escocia, la Biblia y un vago humanismo son sus principales puntos de referencia. Desde luego, ha leído más los libros de Derecho que a Marx.

Su trabajo con un abogado laborista le llevará en 1975 a unirse al partido. En 1983 es elegido diputado, y va ascendiendo rápidamente en las filas laboristas, donde ocupa puestos de portavoz en distintas materias.

En general, se lleva bien con todos los sectores, excepto con la izquierda más radical. Abierto, sonriente y telegénico, nadie le discute su buena imagen, sino en todo caso su peso específico. Al morir de una crisis cardíaca el anterior secretario general, John Smith, Tony Blair fue elegido líder del partido con el 57% de los votos.

Tony Blair es un anglicano practicante, mientras que su mujer, Cherie Booth, vive su catolicismo con la misma seriedad. Tienen tres hijos. Cherie Booth es una brillante abogada, conocida también por sus compromisos políticos.

Juan Domínguez

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