La ley de la jungla financiera

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Exigencias éticas y finanzas
La reciente reunión del Grupo de los Siete se ha ocupado de manera especial de las turbulencias que afectan a los mercados financieros internacionales. Y es que la actividad financiera ha experimentado en los últimos tiempos un notable desarrollo: nuevos instrumentos financieros, creciente importancia de las finanzas en la actividad empresarial, crisis monetarias internacionales… Estos cambios plantean también nuevas cuestiones éticas. Hasta el momento, las finanzas en cuanto tales apenas se han abordado en la doctrina social de la Iglesia. Ahora, el Consejo Pontificio «Justicia y Paz» ha publicado un documento titulado «El desarrollo moderno de las actividades financieras a la luz de las exigencias éticas del cristianismo» (1).

El texto no pretende presentar posturas definitivas, sino «abrir una discusión». Sus ideas sólo comprometen a los autores, Antoine de Salins y François Villeroy de Galhau, funcionarios del Ministerio de Economía de Francia, que, desde sus creencias cristianas, reflexionan sobre este asunto.

Los autores desean responder a los interrogantes éticos de los problemas financieros a partir de tres niveles de reflexión: las afirmaciones tradicionales de la Iglesia sobre la economía; la relación entre la esfera financiera y la esfera real -productiva- de la economía; y las cuestiones de ética social relacionadas con la relevancia de los aspectos financieros en la actividad económica.

Los grandes principios que guían las enseñanzas de la Iglesia respecto a la actividad económica pueden sintetizarse en el principio de solidaridad y en la subordinación del capital al trabajo, tanto en su origen como en su destino.

Los autores del documento buscan algunos criterios generales que sirvan para la actividad financiera respecto a estos dos planos. En cuanto al origen, cuestionan la moralidad del «beneficio fácil» de la actividad financiera (los beneficios rápidos que se obtienen por un trabajo insignificante), y se preguntan también por los efectos perversos de la especulación sobre la esfera productiva. Respecto al destino, insisten en la enseñanza tradicional de la Iglesia, de que las inversiones sirvan al empleo.

Las finanzas y la economía real

Se ha cuestionado, a menudo, si la esfera financiera no ha viciado el modo de funcionamiento de la economía real -productiva-, desviándola de sus verdaderos fines. La respuesta que dan los autores pretende poner en su verdadero lugar la actividad financiera, que debe cumplir un papel complementario respecto a la actividad industrial y comercial.

Los dos autores dibujan la realidad cambiante con la que se ha enfrentado el mundo económico recientemente: los desequilibrios económicos a nivel mundial, el elevado endeudamiento de algunos países; la aparición de un sistema monetario internacional caracterizado por la extrema variabilidad de sus parámetros, con las evoluciones erráticas de los tipos de cambio y de los tipos de interés… En este clima inestable, los instrumentos financieros han permitido dotar a los actores económicos, y en especial a las empresas, de los medios técnicos para guiarse en la incertidumbre.

«El desarrollo de la esfera financiera -concluyen los autores- se inscribe de lleno en el marco de las disfuncionalidades de la economía real, pero ofrece a los agentes de esta economía los medios para moverse en un universo más inestable y complejo. De ahora en adelante, juega un papel indispensable en la protección de los intereses y del futuro de la empresa. A pesar de todo esto no significa que no se deba estar precavido ante excesos peligrosos, cuando la función financiera abandone su estatuto subordinado para invadir todo el objeto social de la empresa».

¿Hay un buen especulador?

Las críticas se han hecho especialmente fuertes respecto al papel de la especulación en la actividad financiera. De nuevo los dos autores matizan las afirmaciones genéricas y -sin ocultar los posibles efectos perversos de una actitud especuladora- señalan el lugar apropiado de la especulación dentro de la esfera financiera.

Las críticas que se hacen a la especulación pueden resumirse así: el especulador olvida la responsabilidad económica y social que le confiere la propiedad sobre un bien, en provecho de una lógica que acepta un riesgo con vistas a un beneficio rápido; al actuar así, causa perjuicio al buen funcionamiento de la economía productiva.

Ante estas críticas los autores del documento hacen, entre otras, estas consideraciones:

– La actitud especuladora puede criticarse como un ejemplo concreto de una visión del hombre que afirma la autonomía del individuo y niega su carácter social, o de la que considera el mercado como la expresión ipso facto del óptimo colectivo; pero es aceptable si se explica desde la capacidad que tiene el hombre de utilizar más inteligentemente y más rápidamente los elementos de análisis de que dispone.

– No se puede identificar especulación con «dinero fácil», ni con utilización abusiva de información privilegiada.

– Aunque los mercados financieros pueden adolecer de una cierta miopía, también es verdad que a veces el productor -ante la incertidumbre del entorno- recurre a los mismos elementos que utiliza el especulador.

Puestos a señalar los posibles efectos perversos de la especulación, los autores destacan tres graves: el efecto propiamente corruptor, mediante el enriquecimiento a toda costa incluso en actividades ilícitas; la disolución de las finalidades de la economía; y el efecto anestesiante de la sensibilidad de los responsables públicos y profesionales ante estas actuaciones.

En resumen, concluyen los autores, «una condena universal de la especulación se hace imposible, puesto que existe en el corazón de toda decisión económica un arbitraje temporal, explícito o implícito», y las finanzas son, en este sentido, observación (especulación) del futuro, anticipación de las consecuencias, apreciación del valor económico en el tiempo. Sin embargo, conscientes de los peligros, afirman que las finanzas «forman parte de esas ‘tierras desconocidas’ peligrosas donde el individuo y la empresa no deben aventurarse sin que se establezcan unos límites claros».

Esos límites son, para el individuo, el deseo exclusivo de beneficio, que es el camino más corto hacia la avaricia; para la empresa, el olvido de sus finalidades, en las que el objeto social constituye un primer test; y, para las autoridades, la negligencia en asegurar que la especulación no se produzca por un funcionamiento desviado del mercado, y que se respetan las prioridades del desarrollo económico y del bien común.

El capitalismo financiero y las OPAs

Este juicio motivado sobre el desarrollo de la esfera financiera no supone admitir una supuesta neutralidad ética de las finanzas. La actividad financiera suscita cuestiones que exigen una respuesta ética. En concreto, los autores se centran en dos ámbitos: el equilibrio de poder entre los participantes en la actividad económica y el horizonte temporal en que se inscribe dicha actividad.

La creciente importancia de las finanzas ha hecho posible que un mayor número de personas accedan al accionariado de las empresas. Esta actitud está en consonancia con el principio de la doctrina social de la Iglesia sobre la relación del trabajo con el capital.

Pero hay que señalar también las ambigüedades de ese «capitalismo popular». Por ejemplo, con el desarrollo actual de la esfera financiera, la propiedad de la mayor parte de los títulos ya no se ejerce personalmente, sino a través de fondos gestionados por profesionales. En estas condiciones, se puede creer que el accionariado responde a una lógica de participación en un proyecto a largo plazo, cuando en realidad puede significar una lógica financiera de búsqueda rápida de plusvalías.

Junto con el «capitalismo popular», los autores del documento llaman la atención sobre otro fenómeno, el «capitalismo financiero», y una de sus técnicas más emblemáticas, las OPAs.

El capitalismo financiero se caracteriza por dos elementos: uno, la toma de decisiones y la apreciación de los rendimientos se fundan en criterios financieros; otro, la relación entre empresas se basa en la dominación y en la agresividad, y el hombre no es más que un instrumento subordinado.

En este contexto, una OPA puede significar un elemento de libertad, al permitir a cada uno ejercer su derecho de propiedad; pero, al mismo tiempo, entraña el peligro de invertir la relación entre trabajo y capital, y de romper la armonía de la comunidad humana que constituye la empresa. Por eso se hace necesario determinar unos puntos de referencia que permitan analizar una OPA desde el punto de vista ético, como son: el carácter agresivo o amistoso de la OPA; la distinción entre las operaciones estrictamente financieras y aquellas que responden a una lógica industrial que trata de asegurar una sinergia entre dos o más empresas; la credibilidad profesional y moral de las personas que intervienen en la operación; y la transparencia con que se realiza la OPA.

El reparto de la riqueza

El desarrollo de las finanzas ha influido no sólo en las relaciones de poder, sino también en el reparto de las riquezas creadas. Para ilustrar esta afirmación sólo es preciso constatar algunos hechos: el nivel históricamente elevado de los tipos de interés real, que ha primado a las ganancias de capital sobre las de trabajo; el desarrollo de técnicas de gestión del dinero y del patrimonio que ha permitido a los adinerados sacar más partido a su patrimonio; o la globalización de los mercados financieros que ha debilitado la eficacia de las políticas de redistribución.

Todas estas consideraciones llevan a los autores a hacer una reflexión final. El desarrollo de la esfera financiera ha dado al capital una mayor libertad -una mayor movilidad- y los medios técnicos para optimizar su uso, permitiéndole, al mismo tiempo, liberarse en buena parte de las reglas de reparto de riqueza que se da cada sociedad para atender al bien común. Y así queda en pie el peligro de que la justicia social resulte afectada, si se olvida que el desarrollo del hombre está por encima del derecho de propiedad.

El segundo aspecto que las finanzas han puesto de relieve ha sido el cambio del horizonte temporal de la actividad económica. Frente a una relación estable con las cosas, que responde a la noción habitual de propiedad, las finanzas ponen el acento en la rentabilidad a corto plazo y en la movilidad del capital, manifestando con ello una preferencia por el presente.

Este nuevo enfoque permite analizar las políticas de endeudamiento adoptadas en todos los niveles de la actividad económica (empresas, países, etc.), como instrumento de una actividad financiera que privilegia la atención al presente. El «efecto palanca» del endeudamiento -especialmente en periodos de crecimiento regular- permite un dinamismo positivo. Pero también es un signo de una preferencia por el presente que suscita inquietud.

Por esto, una correcta política de endeudamiento precisa atender a estos tres factores: responsabilidad al determinar las posibilidades de devolución de los créditos, sin tener que recurrir a la «generosidad forzosa» de los contribuyentes; eficacia en el empleo de los préstamos para cosas útiles; finalidad apropiada, sin perder de vista que el derecho de propiedad no autoriza a disponer de los bienes como titulares y beneficiarios exclusivos.

Exigencias de la moral de las finanzas

El último apartado del estudio sintetiza las responsabilidades éticas de los distintos agentes en el mundo de las finanzas. Todos estamos involucrados con las finanzas, como ahorradores o como deudores. Pero, sin duda, tienen especial responsabilidad quienes desarrollan su actividad profesional en el mundo financiero y están directamente expuestos a los riesgos de concentración de poder, y a la consideración del dinero como un fin en sí mismo. Esta situación requiere una ética personal fuerte.

Otro aspecto en el que deben esmerarse es en la generación de confianza, que se encuentra en el corazón de todas las funciones de intermediación, también de las financieras. La confianza puede verse favorecida por la existencia de una reglamentación o una deontología profesional, que aseguren un adecuado clima social. Sin embargo, es siempre decisiva la dimensión individual, basada en la competencia profesional y la ética personal. Por último, tienen un deber de información y de consejo, a la vez que la obligación de no usar una información confidencial para provecho personal.

Los responsables de empresa deben asegurar que la empresa sea fiel a su objetivo social -dando prioridad al largo plazo sobre el corto plazo- y que la actividad financiera esté subordinada a la protección de la competitividad industrial.

Por último, los gobernantes, como garantes últimos de la justicia, deben legislar sobre aquellos aspectos que afectan al bien común: OPAs, especulación, fraude fiscal… Su actuación debe buscar la cooperación internacional, como contrapartida a la apertura de los mercados financieros, y debe estar dominada por la preocupación por el largo plazo, para contrarrestar la miopía de las finanzas. Esto entraña preguntarse por las finalidades del hombre, ya que, concluye el documento, «frente a las opciones de las finanzas y de la economía no puede haber una respuesta puramente financiera y económica».

Los bandazos de los mercados financieros

En un artículo publicado en Le Monde (19-V-94), Éric Le Boucher comenta que en los últimos tiempos, los mercados financieros muestran reacciones irracionales, al margen de la economía real. Hasta el punto de que tanto en Estados Unidos como en Europa se elevan voces que piden un mayor control de estos mercados, habida cuenta de que la «desregulación» ha desencadenado mecanismos que pueden amenazar el crecimiento económico mundial.

En teoría, no debería ser así. «Los economistas dicen que cuanto más vastos son los mercados, más racionales son. Las ‘impurezas’, causadas por el peso excesivo de tal o cual actor, deberían ahogarse en la masa». Por lo tanto, la desaparición de los controles a la libre circulación de capitales y el conocimiento en tiempo real de las cotizaciones en las Bolsas de todo el mundo deberían favorecer esta racionalidad.

«Pero los acontecimientos de los últimos meses hacen pensar justo lo contrario. Los procedimientos informatizados de venta o de compra automáticas han engrosado las sumas comprometidas hasta un montante inaudito (…). De paso, el flujo se ha transformado en olas muy desestabilizadoras. Cada día, o mejor cada segundo, miles de millones de dólares se colocan y se descolocan en bloques febriles, a la búsqueda del beneficio más rápido».

Ningún campo de las finanzas escapa a este fenómeno, asegura Le Boucher. El crack bursátil de 1987 reveló la mundialización de la colocación de títulos y la aparición de «burbujas especulativas»; en 1992 y 1993 los ataques contra monedas del sistema monetario europeo demostraron que podían barrer los mecanismos de estabilización de cambios; incluso parecen contaminados los mercados de obligaciones, aunque se trate de inversiones a largo plazo.

«Globalización, informatización y visión a corto plazo uniformizan toda forma de ahorro. El sentido común de ayer -las inversiones a largo plazo son financiadas por obligaciones a largo plazo- ya no es válido. Las consecuencias son múltiples. Como se sabe desde hace años, los mercados limitan estrechamente el poder de los Estados. Por ejemplo, los gobiernos no pueden poner impuestos al capital, so pena de que éste huya en masa. Sus políticas económicas son sometidas regularmente a juicio, pero de modo aleatorio. Los mercados ‘condenan’ sin apelación a tal o cual país, devaluando brutalmente su moneda u obligándole a elevar considerablemente sus tasas de interés».

Los bancos centrales sienten inevitablemente la tentación de orientar sus políticas monetarias en función de las reacciones de los fondos de pensiones norteamericanos, que cambian cada día sus perspectivas sobre la evolución económica. Pero esto tiene un inmenso riesgo, advierte Le Boucher: «Los mercados no son más que los elementos de transmisión de las decisiones de los bancos centrales a los particulares y a las empresas (la economía real) y no los destinatarios de esas decisiones. Si no, la política monetaria llega a ser ilegible en el mejor de los casos y, en el peor, cerrada sobre la economía financiera y desconectada de la esfera real».

Los gobiernos cuentan con pocas armas para poner orden en las reacciones de los mercados financieros. «Dar marcha atrás e imponer reglamentaciones que limitarían la fluidez del capital mundial (introduciendo costes por cada transferencia) es una posibilidad que se considera, pero difícil de llevar a la práctica. Haría falta una unanimidad mundial para evitar que los funds se refugiaran en los paraísos fiscales. Incluso una coordinación limitada en el seno del Grupo de los Siete encuentra resistencias, salvo, eventualmente, bajo el prudente control de los bancos. La mejor manera de limitar el torbellino, subraya el Bundesbank, sería ir a la raíz, reduciendo los déficits presupuestarios y la emisión de deuda pública, que es la fuente en la que beben los especuladores».

Joan FontrodonaJoan Fontrodona es profesor adjunto de Comportamiento Humano en la Organización y Ética de la Empresa, en el IESE._________________________(1) Antoine de Salins y François Villeroy de Galhau. Le développement moderne des activités financières au regard des exigences étiques du christianisme. Libreria Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano (1994). 55 págs. 5.000 liras. Hay también edición en inglés.

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