“Hay que construir una alianza entre mercado y solidaridad, entre democracia y verdad”

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Tras el descrédito de las ideologías, se intenta hoy presentar el relativismo ético como un requisito para la democracia. Al mismo tiempo, el fracaso de la crítica marxista al capitalismo puede hacer creer que toda crítica de los valores mercantiles es un vano moralismo. Sin embargo, también se ve la necesidad de repensar los fundamentos de los sistemas democráticos, que no están respondiendo a lo que exige la nueva situación mundial. Este es el tema de la entrevista con el pensador italiano Rocco Buttiglione, realizada por Christiane Raczynski, corresponsal del El Mercurio de Santiago de Chile, que reproducimos en parte (1).

Rocco Buttiglione, de 45 años, ha sido profesor de Filosofía Política en la Universidad de Urbino. Actualmente es vicerrector de la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein y ha sido elegido recientemente miembro de la Comisión Política de la Democracia Cristiana italiana.

La libertad está hoy en boca de todos y parece ser objeto de profundas reflexiones. A su juicio, el discurso de la sociedad libre ¿puede también ideologizarse?

— Vivimos en un tiempo dominado por la llamada crisis de las ideologías, término en el que se incluye también y al mismo tiempo la crisis de todos los valores, con excepción quizás de los simples valores vitales. Estos últimos son aquellos que no requieren ningún esfuerzo consciente para realizarlos. El dinero es un valor, y lo sigue siendo en una sociedad desideologizada, porque no necesitamos hacer un esfuerzo para considerarlo como tal. Se impone por sí mismo, porque está en relación inmediata y directa con las pulsiones vitales del hombre. El resultado es que vivimos en una sociedad en que todos los valores se acaban y sólo sobreviven los que están incorporados a la estructura social misma. El dinero, el placer sexual, el deseo de autoafirmarnos o triunfar.

En cambio, todos esos otros valores que necesitan una justificación intelectual y un esfuerzo personal para ser vividos, son considerados actualmente como ideologías. Aceptar esto es, a mi juicio, un gran error. Se ha llegado a esta situación como resultado de la crisis del marxismo. Parece como si los marxistas hubieran pretendido, para abandonar su ideología, que también los otros abdicaran de sus filosofías y posiciones frente a los valores. El resultado es un marxismo sin revolución. La idea de revolución como transición a una situación cualitativamente diferente del hombre ha fracasado; pero permanece como herencia del marxismo y del materialismo la convicción de que todas las filosofías o religiones son sólo maneras de legitimar ideológicamente intereses materiales. Como fracasó la crítica materialista del capitalismo, se deduce que una crítica no materialista, ética, es imposible y que es vano también limitar de alguna manera el dominio del principio de mercado de que todo se puede vender y comprar. Creo que ése es el gran problema filosófico y político de nuestro tiempo.

Un moralismo cómodo

— ¿Quiere esto decir que detrás de muchos discursos moralistas existe una posición materialista, fruto más bien de una conveniencia que de un compromiso?

— Sí. Actualmente existe un moralismo que entusiasma a todos. Defendemos valores pero sólo cuando éstos no nos quiten nada a nosotros mismos y mucho a los otros. Nietzsche escribió que el amor a lo lejano es mucha veces una transfiguración del odio a los vecinos, a los más próximos. Queremos ayudar a seres de otros países, a menudo lejanos y ajenos a nuestra existencia, porque no queremos comprometernos con nuestros conciudadanos. Además, actualmente con frecuencia, cuando afirmamos un valor, pensamos que la tarea de realizarlo no es nuestra, sino de otros: del Estado, de la comunidad internacional, de los ricos… Pero, cuando la defensa de un valor implica el compromiso personal -por ejemplo, recibir a un hijo no planificado u ocuparnos de un hombre que el destino nos ha puesto delante- siempre encontramos buenos motivos para no hacerlo. (…)

— Frente a esta situación, ¿qué proposiciones concretas tiene?

— (…) Tenemos una democracia, pero es una democracia que no cree en el valor de la persona humana y que ha establecido una alianza con el relativismo ético. No hay valores trascendentes, sólo se defienden principios de simple convivencia. La consecuencia de eso es que la lógica del intercambio de los equivalentes se hace la lógica social dominante y se destruye la lógica de la gratuidad. (…)

Toda sociedad necesita vivir con ambas. La relación entre mi mujer y yo, entre mis hijas y yo, no puede ser una relación de equivalentes, es siempre una relación de intercambio gratuito, en la que la forma del intercambio es el don y no el precio. Esta dimensión de la gratuidad es fundamental para la familia y también en la relación de Estado. Cuando se pierde el sentido de pertenecer a una familia, que es lo más grande que tenemos, la lógica del intercambio se hace lógica social universal.

(…) ¿Cuál es el problema del político actual en las democracias occidentales? Detener este proceso. Ello se logra si se rompe la alianza entre democracia y relativismo ético y se sustituye por un encuentro entre este sistema político y los valores objetivos de la persona humana. Y ésa es la proposición de la doctrina social de la Iglesia, especialmente en la formulación de Juan Pablo II en el camino que va de la encíclica Laborem exercens a la Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus. (…)

Las raíces del optimismo

¿Hasta qué punto las personas insertas en nuestras culturas son capaces de reconocer esos valores básicos de la persona humana?

— Creo que encontrar los valores básicos de la persona humana está ligado con dos factores. El primero de éstos es la naturaleza humana. Estos valores son inherentes a la naturaleza humana y se descubren en el encuentro del hombre con el hombre. (…) Dice el Concilio Ecuménico Vaticano II que la persona es un ser que sólo puede realizarse a sí mismo a través del libre don de sí. Y eso creo que es evidente en la experiencia humana fundamental del enamorarse y entregarse, pero también en la de tener amigos, de encontrar a otros hombres. Por eso hay que mantener ese optimismo, porque todo esto está enraizado en la naturaleza.

Por otro lado, la naturaleza humana está herida. Eso significa que muchas veces nosotros tenemos la experiencia del valor de esta dimensión de comunión de la persona humana y, a la vez, de cómo esta dimensión es traicionada y negada por los otros y por nosotros mismos. (…)

La segunda fuente cultural de la afirmación de la persona es la gracia. Ella consiste en el conocimiento de que Dios puede hablar en el corazón del hombre y de que existe la realidad del perdón. Podemos afirmar el bien sin desconocer la debilidad humana y sin convertirnos en fariseos que pretendan imponer todo por la fuerza, porque Dios también ha dado a los hombres la experiencia fundamental del perdón.

Y ésa es la función también cultural de la Iglesia en la vida de los pueblos. Combatir un moralismo farisaico, un relativismo, un cinismo ético y afirmar esta concreta realidad humana del hombre: que es para la comunión, para el otro. Cuando eso está enraizado en la conciencia de una nación, eso hace posible también una dialéctica política sana y una alianza más efectiva entre los valores de la persona humana y la democracia. (…)

La verdad con libertad

Pero hoy las personas temen dar testimonio, porque cuando lo dan son calificadas de fundamentalistas.

— Creo que podemos usar la palabra «fundamentalista» en dos sentidos diferentes. En un sentido, el fundamentalista es el que pretende imponer a otro su verdad. Afirma una verdad universal, y de esta afirmación deduce el derecho de imponerla a la otra persona. El fundamentalista se opone al relativista, que afirma que no hay verdad. El problema es: ¿es posible una posición que no sea ni fundamentalista ni relativista? Yo creo que es posible. Un filósofo italiano, Augusto del Noce, lo formuló una vez así: la verdad metafísica es una verdad universal, pero es una verdad que nadie puede pensar para mí, es decir, tengo que pensarla yo mismo. El acto de reconocimiento de la verdad es un acto de la persona. Es posible ayudar a ésta a ver la verdad a través del diálogo libre, pero la verdad quiere ser afirmada por la libertad de la persona. Los fundamentalistas afirman una verdad que no necesita el consentimiento de la libertad de los otros y los relativistas afirman una libertad que no tiene el deber de reconocer la verdad. La posición católica, que es la de Del Noce, pero antes que de Del Noce del Concilio Ecuménico Vaticano II, es la unidad de verdad y libertad. La libertad del hombre tiene una necesidad interior de reconocer la verdad. Y por otro lado, no es posible imponer la verdad, hay que proponerla.

Hay otra interpretación según la cual fundamentalista es el hombre que afirma una verdad, no porque la impone a otro, sino porque la afirma. Esta posición es el resultado de una interpretación un poco equivocada del pensamiento de Karl Popper, especialmente de su libro más desafortunado, que es La sociedad abierta y sus enemigos. En ese texto hay una primera parte que es totalmente equivocada. Según ella, los que afirman la verdad no pueden ser demócratas. Esa es la teoría que subyace a la alianza entre democracia y relativismo. Popper es un gran filósofo y es posible encontrar en sus obras otras posiciones que son un poco diferentes. Pero esa interpretación de Popper está en directa contradicción con las grandes tradiciones democráticas.

En esa tradición es claro que la democracia necesita la virtud. Sin virtud no es posible tener este sistema político. La virtud necesita conocimiento fuerte, certeza. Sin ella no tendremos razones para defender la democracia. (…)

La idea de nación es expansiva

— ¿Cuál es en este sentido su juicio sobre la Comunidad Europea? ¿Existen en su seno aquellas razones profundas de unidad?

— Maastricht está fracasando o está fracasado. Y una razón fundamental es exactamente que la unidad se construyó sólo económicamente y no cultural ni políticamente. Por otro lado, necesitamos hoy esta unidad. La idea de nación debe ser pensada como un concepto articulado. El nacionalismo ha cerrado el concepto de nación. Es decir, en una perspectiva nacionalista, si yo soy chileno no puedo ser latinoamericano o si yo soy italiano no puedo ser europeo. Eso no es verdad; la idea de nación es una idea expansiva, pertenezco a una comunidad que está en una familia de comunidades. (…)

Hoy ha llegado el tiempo de la formación de grandes comunidades continentales. Y especialmente en Europa esto es una necesidad, porque hay conflictos que pueden ser arbitrados sólo por una autoridad continental fuerte. Y eso puede permitir con el tiempo, quizás en uno o dos siglos, la articulación de toda la humanidad como comunidad. Eso significa que hoy necesitamos una unidad europea, pero diferente de la del pasado, una unidad no sólo de ricos, sino también de los pobres; una unidad que abarque también a los Estados de Europa central y oriental y también a Rusia. No podemos definir culturalmente la identidad europea sin Dostoievski, sin Tolstoi, sin Soloviev, sin Kafka o sin Norwid. Pero en este momento en que se afirma este materialismo, este marxismo sin revolución, falta la energía política para construir esta comunidad. Y Bosnia es la vergüenza de Europa, es el símbolo de esa incapacidad.

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(1) Cfr. El Mercurio (18-IV-93).


“Necesitamos actitud empresarial y solidaridad”

En la Academia Internacional de Filosofía funciona un seminario permanente sobre la metodología de las ciencias económicas y la política social. Buttiglione explica el diálogo que allí mantiene con filósofos de la economía norteamericanos, que antes de 1989 habían mostrado una posición bastante crítica de la doctrina social de la Iglesia.

¿Qué es lo que aporta el economista norteamericano Michael Novak, por ejemplo? El descubrimiento de la importancia también ética de la economía y del mercado y la necesidad de que los católicos entiendan este valor ético de la empresa y del mercado.

Construir una empresa significa tener inteligencia para descubrir las necesidades de la gente, ubicar los recursos para satisfacer esas demandas, los hombres capaces de trabajar la materia prima, juntar el resultado y llevarlo al mercado con un costo posible. Todo eso necesita un conjunto de virtudes noéticas, como la inteligencia, pero también prudencia, decisión, coraje, capacidad de liderar a los hombres, capacidad de constituir la empresa también como comunidad de hombres y no simplemente como comunidad de capitales o de técnica.

Necesitamos, en especial en Latinoamérica, educar a una generación de jóvenes para que entiendan cómo el construir una empresa puede ser un servicio a la nación, tan grande o valioso como el del magistrado, político o filósofo. Nos falta esta idea en nuestra cultura, el convencimiento de que el trabajo de la construcción económica es tanto o más importante que el trabajo político. Entre nosotros a menudo ha predominado la idea de que la política es un servicio a la nación, y la economía, algo un poco sucio. Eso no es verdad.

Lo que Michael Novak siempre intenta explicarnos es el valor de la empresa. Lo que nosotros intentamos explicar a Michael Novak es que la empresa no lo es todo. Es decir, que en primer lugar la empresa está hecha por hombres, seres humanos que son producidos en la sociedad y que las virtudes necesarias para que el mercado funcione no viven en éste, sino que se crean en la gratuidad. (…) Hay una lógica de la gratuidad no sólo en la familia, sino también en la sociedad. El hombre tiene dignidad y ello implica que cuando sus necesidades no pueden ser satisfechas a través del intercambio de equivalentes, tiene que entrar la lógica de la gratuidad, la solidaridad. Por su dignidad tienen derecho a una ayuda los minusválidos, por ejemplo.

Por otro lado, también sostenemos que para estar en el mercado, muchas veces el hombre necesita ayuda, necesita educación, capacitación técnica, acceso al mercado de capitales. Muchos no tienen esta posibilidad o la tienen en una proporción muy pequeña. Están como en un cuello de botella y su vida controlada por otros. (…) Decir a un campesino del sur de Chile que tiene que competir en el mercado con un agricultor de Ohio no es realista si no le damos capacitación, conocimientos, etc. Y eso es una tarea ético-política, no es una cosa que el mercado por sí mismo puede hacer.

En el mundo hay hombres que no tienen ninguna oportunidad. Necesitamos actitud empresarial, pero también solidaridad. Hay que construir una alianza entre mercado libre y solidaridad, exactamente como hay que construir una alianza entre los valores de la persona humana y la democracia. Y hay que romper la vinculación entre mercado libre y consumismo, entre democracia y relativismo ético. Es la misma cosa en el plano económico y político. Y creo que este trabajo es interesante e importante.

Puede parecer difícil actuar en la dirección señalada, pero hay que recordar los dos elementos que hemos considerado al inicio de esta conversación: la naturaleza humana y la gracia. Miren lo que pasa en Europa: la gente no tiene hijos, pero el futuro pertenece a los que tienen hijos; los que no los tienen desaparecen de la historia. Los que tienen hijos son los hombres que tienen valores que comunicar, que tienen una motivación adecuada como para enamorarse, casarse y asumir la responsabilidad de procrear a los hijos, educarlos, etc. Eso indica que culturas que no tienen la capacidad de dar esa motivación no perviven en la historia, pasan y desaparecen.

El otro aspecto que quiero recordar es la gracia. Su presencia se advierte en la historia a través de los santos. Los valores abstractos se hacen concretos cuando encontramos hombres que los viven. Ellos hacen evidente la atracción del valor, y en la religión cristiana eso significa la fascinación por lo que constituye el centro de los valores, que es la persona de Cristo, que vive en cada santo. Los santos no faltan nunca en la historia de la Iglesia. Hay tiempos en que los hombres no descubren a los santos porque no saben ver lo que Dios les da. La primera responsabilidad es ver los santos que Dios nos ha dado y nos da.

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