La verdadera amenaza de la desinformación para Europa

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Las próximas elecciones al Parlamento Europeo (23-26 de mayo) se plantean como una batalla por contener el auge del populismo nacionalista de derechas. Parece que buena parte de esta guerra se librará en las redes sociales y que el gran peligro son las fake news. Sin embargo, un estudio detallado de esta crisis muestra que los problemas de la Unión Europea son más profundos y tienen raíces culturales.

“Pueden ser las elecciones más catastróficas que hayamos visto jamás: la victoria de los destructores, la humillación de los que aún creen en el legado de Erasmo, Dante, Goethe y Comenio, el desprecio a la inteligencia y la cultura, los estallidos de xenofobia y antisemitismo; un desastre”, se lee en el manifiesto La Casa Europea, en llamas impulsado por el intelectual francés Bernard-Henri Lévy y firmado por casi una treintena de personalidades de la cultura de diferentes ciudades europeas. Este texto, publicado a principios de 2019, habla de las próximas elecciones al Parlamento Europeo como de “una nueva batalla en defensa de la civilización”. Ni más ni menos. El auge de la extrema derecha y la posibilidad de que los euroescépticos y eurófobos formen una minoría de bloqueo es percibido por muchos como una amenaza para la democracia y para la Unión Europea. Por su parte, los populismos nacionalistas alertan sobre peligros asociados a la inmigración y la seguridad frente al discurso de las élites y los medios del establishment, que descalifican como “lo políticamente correcto”.

“La visión del patriotismo liberal ha sido abolida hace muchos años, y eso ha permitido el auge del nacional-populismo” (Joseph Weiler)

Tal como se plantea, esta lucha se dirimirá en las urnas a finales de este mes de mayo. Por esto, la campaña institucional del Parlamento Europeo para estos comicios tiene como objetivo prioritario estimular el voto (la tasa de participación ha ido bajando en cada nueva elección). De esta forma, posiblemente se haya aprendido una lección importante tanto del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea como de las presidenciales estadounidenses de 2016. En ambas la movilización de los electorados fue muy desigual ya que los partidarios del Remain no veían que el Brexit fuera una amenaza real; algo similar sucedió con Donald Trump. Posiblemente este fenómeno no se repetirá en las europeas.

Los bulos preocupan

Tres años después, el recuerdo del shock de las victorias del Leave y del candidato republicano sigue fresco en la memoria. Así, las elecciones posteriores se han visto en muchas ocasiones a través de este prisma particular. Esto quiere decir –entre otras cosas– el miedo a lo que se identificó en su momento como la causa de estos resultados electorales: las fake news.

Las elecciones presidenciales francesas de la primavera de 2017 fueron un claro ejemplo. Hubo todo tipo de bulos e incluso una filtración de supuestos correos de Macron con contenido comprometedor dos días antes de la segunda vuelta. En aquella ocasión se planteó la contienda electoral como una lucha por la supervivencia del proyecto europeo. Se consideraba que si el eje franco-alemán dejaba de funcionar, esto significaría el fin de la Unión. Entre otras iniciativas, se estableció por primera vez una alianza entre medios y plataformas digitales para verificar contenidos, coordinados por la organización de fact-checking First Draft. Ahora parece que la historia se repite y Europa vuelve a estar en peligro. No es extraño entonces que en Francia se compare el escenario político europeo con una nueva guerra fría en la que dos bandos pugnan por establecer su influencia.

La preocupación por las llamadas noticias falsas es una herencia de nuestra historia reciente hasta el punto que puede condicionar nuestras percepciones. Así, según un Eurobarómetro específico sobre fake news y desinformación online publicado en marzo de 2018, casi el 70% de los encuestados afirma estar expuesto a fake news por lo menos una vez a la semana (la mitad de los cuales afirma encontrarlas diariamente o casi diariamente). Los que consideran que la existencia de fake news es un problema en alguna medida en su país y los que piensa que se trata de un problema para la democracia en general superan el 80%.

Sin embargo, un estudio del Reuters Institute de la Universidad de Oxford publicado también a principios de 2018 arrojaba unas conclusiones un tanto diferentes. Este análisis, que se centraba en Francia e Italia durante 2017, reconocía el éxito que tienen en Facebook las publicaciones de algunas de las webs consideradas como productoras de fake news. No obstante, el porcentaje que representan sus visitantes respecto del total de la población online y el tiempo global invertido en esos sites indican que su impacto es limitado.

Esta preocupación social se ha traducido en una presión sobre las plataformas tecnológicas para que hagan más en la lucha contra la desinformación online. Si bien es cierto que a finales de 2018 firmaron un código de buenas prácticas, desde la Unión Europea dicen que no es suficiente. Estos movimientos han tenido su reflejo en una cierta autorregulación de la red social de Mark Zuckerberg. En esta línea, la red social ha variado las condiciones para utilizar su plataforma publicitaria, que requiere muchos más datos a quien quiera contratar anuncios con fines políticos. De esta forma, Facebook quiere evitar injerencias externas y aumentar la transparencia relacionada con este tipo de publicidad. Además, ha creado un equipo en Dublín para monitorizar casos de desinformación relativos a estas elecciones y ha expandido su red de colaboraciones con fact-checkers para cubrir las diferentes lenguas que se hablan en la Unión. Así, una vez se detecta una historia como falsa, esta aparecerá más abajo en el News Feed. De esta forma, según Facebook, se puede llegar a reducir el alcance de estos contenidos en un 80%.

Problemas de imagen

La crisis asociada a la desinformación online conecta con los problemas de imagen que tienen tanto la Unión Europea como Facebook. En el caso de la red social, su punto débil ha sido siempre la privacidad. Tras las revelaciones de un antiguo empleado de Cambridge Analytica en marzo de 2018, la reputación de la compañía cayó en picado. Un año después, no ha remontado y los analistas avisan que puede llegar a ser un problema si afecta al tiempo que pasan los usuarios en la plataforma.

A esto han de sumarse los pasos que están dando organismos reguladores de diferentes países para limitar a Facebook con normas más estrictas en este ámbito. Estos problemas con la privacidad parece que están afectando a la configuración de la plataforma social por excelencia. En su conferencia anual celebrada el pasado abril, Mark Zuckerberg presentó los planes para rediseñar Facebook y potenciar la comunicación privada. Esto tendría como efecto una reducción del volumen de contenidos para moderar pero también más dificultades a la hora de detectar comportamientos abusivos, además, de una posible afectación a su negocio de publicidad.

Mientras los ciudadanos pueden debatir más fácilmente de política en las redes sociales, se siente alejados de sus representantes institucionales

Como decíamos antes, la Unión Europea tiene problemas de reputación. Por un lado, está la queja eterna hacia los Estados miembros, que –dicen– capitalizan como propios los éxitos de Bruselas y le traspasan sus problemas. Por otro lado, están las diferentes crisis que se han concentrado en los últimos años: la del euro, la de la deuda, la de los refugiados y la de la seguridad. Según una encuesta reciente del Pew Research Center, parece que el euroescepticismo, que marcó un pico hace tres años, va remitiendo y los ciudadanos reconocen que la UE ha promovido la paz y la prosperidad en Europa. Sin embargo, la siguen viendo como lejana a los intereses y las necesidades de la gente. En este sentido, la Unión Europea tiene una oportunidad de hacerse valer como una entidad útil haciendo frente a los gigantes tecnológicos (y más en un momento de techlash o reacción negativa contra las grandes corporaciones de Silicon Valley).

Facebook, en campaña

De esta forma, la desinformación se ha convertido en un terreno en el que los esfuerzos de la UE por mejorar su imagen parece que perjudican los de Facebook y viceversa. La Unión podría ganar credibilidad al imponer sanciones o aplicar una regulación más restrictiva. La red social, por su parte, intenta evitarlo haciendo valer algunas de las iniciativas que se han explicado más arriba mediante grandes esfuerzos de relaciones públicas. Así, organiza eventos en Bruselas con su nuevo “head of global communications”, el político británico Nick Clegg; ofrece visitas a las oficinas de Dublín donde han instalado su equipo de verificación…

Sin embargo, diferentes observadores han criticado la falta de transparencia de la compañía pese a haberse comprometido a raíz de las sesiones del Grupo de Expertos de Alto Nivel convocados por la Comisión Europea durante el primer trimestre de 2018. “Los algoritmos fundamentales siguen siendo ‘de caja negra’, la recopilación y el uso de los datos personales de los usuarios es opaco, y la moderación del contenido a menudo carece de supervisión pública”, alerta un estudio encargado recientemente por el Parlamento Europeo refiriéndose a todas las redes sociales. Aun así, es cierto que Facebook ha iniciado la publicación de un informe trimestral (aunque circunscrito a unas pocas métricas) y también ha convocado una beca para hacer investigación en ciencias sociales sobre su plataforma (que solo podrán disfrutar una sesentena de personas).

Como vemos, hay margen de mejora pero todo hace pensar que los avances serán lentos. Aun así, en la esfera pública hay otros actores que también aportan su granito de arena. Es el caso de las organizaciones de verificación de datos. Estas van haciendo una labor de concienciación y también coordinan sus actividades para grandes eventos electorales como podrían ser las próximas europeas. De aquí nació la alianza FactCheckEU, compuesta por 19 organizaciones europeas de 13 países diferentes, entre las cuales están dos españolas: Maldita.es y Newtral. Por otro lado, hay una parte importante que corresponde a los públicos. Es relevante que una de las recomendaciones del Grupo de Expertos de Alto Nivel fuera la inversión en alfabetización mediática y tecnológica. España, por ejemplo, es un país en el que esta es baja pese a la preocupación que suscita la desinformación.

Política digital

Hasta aquí hemos visto algunas de las dinámicas de la desinformación y también los esfuerzos de distintos actores para combatir el fenómeno. Ahora intentaremos comprender un poco más el contexto en el que tiene lugar, que no es otro que los efectos de la disrupción digital en el ámbito político.

Hace ya unos años, el académico y estudioso de la comunicación Jay G. Blumler alertaba de los peligros de una política a dos niveles, la de base y la institucional. Esta surgiría del contraste entre las posibilidades que tienen los ciudadanos para compartir proyectos y sentimientos entre sus iguales, por un lado; y las dificultades que experimentan para dirigirse a sus gobernantes, por otro. Se da un modelo de democracia deficiente en el que contrasta la autorrepresentación informal de los públicos y la representación institucional por parte de los que hablan en nombre de (pero no como o con) los públicos a los que dicen representar. En el caso de los miembros de la Comisión o del Parlamento Europeo, este contraste es evidente, como también apuntan los datos del Pew Research Center.

Pese al éxito en Facebook de algunas webs de fake news, el número de sus visitantes y el tiempo que les dedican muestran que su impacto es limitado

Las implicaciones de la extensión de Internet en la democracia forman parte de las dificultades de los Estados-nación en una era de fuertes tendencias globalizadoras, que conectan con el auge de la derecha populista. En el estudio encargado por el Parlamento Europeo citado más arriba, ya se advierte que “aunque inicialmente se entendió como un reflejo de las inquietudes económicas provocadas por la crisis financiera de 2008, se ha hecho evidente que la reciente oleada de partidos antiestablishment se vio reforzada por los crecientes temores de la liberalización cultural, la inmigración masiva y el abandono de la soberanía nacional a los dictados de las élites globalizadas.” Si bien el informe apunta a la digitalización como uno de los factores que pueden haber potenciado la polarización de nuestras sociedades, también advierte que es un fenómeno complejo en el que actúan diferentes fuerzas.

En este sentido, es interesante anotar que algunos reclaman un nuevo pacto social y un esfuerzo por democratizar las instituciones europeas. Entre otros, puede resultar iluminador el manifiesto de Thomas Piketty: “Nuestro continente se encuentra hoy atrapado entre, por un lado, unos movimientos políticos cuyo único programa es la persecución de extranjeros y refugiados, un programa que ya han empezado a aplicar; y, por otro, unos partidos que se dicen europeístas, pero que en el fondo siguen considerando que el liberalismo puro y duro y la aplicación de la competencia a todos los ámbitos (Estados, empresas, territorios, individuos) bastan para definir un proyecto político, sin darse cuenta de que es precisamente la falta de ambición social lo que alimenta la sensación de abandono”.

Debates escamoteados

Como señalan algunos, tan amenazas son para la democracia los populismos como aquellos que utilizan la UE para escamotear ciertos debates al público. En este sentido, es posible ser europeísta y, al mismo tiempo, crítico con la deriva eminentemente economicista de la Unión Europea en la actualidad. Esta es la línea de pensamiento de Joseph H.H. Weiler, constitucionalista y experto en integración europea. Para este académico, el miedo al fantasma del nacionalismo ha eliminado un patriotismo liberal, a su juicio totalmente necesario para el buen funcionamiento de una democracia republicana: “Es una posición de responsabilidad solidaria, no narcisista, ni egoísta, en la que la persona se siente responsable de la sociedad de la que forma parte. Pienso que la gente tiene hambre de este sentimiento porque da un sentido a la vida que no es solamente el sentido neoliberal, mercantilista, de cómo puedo conseguir lo mejor a mí mismo. La visión del patriotismo liberal ha sido abolida hace muchos años y esta hambre de patriotismo liberal no ha sido satisfecha en los países europeos y ha permitido el auge del nacional-populismo.”

Volviendo al inicio, puede ser que se consiga aumentar la participación en las próximas elecciones europeas, que los bulos sean desmentidos y la desinformación contrarrestada, y que los partidos contrarios a la integración europea tengan un mal resultado que les impida bloquear la acción del Parlamento. Si todo esto sucediera, posiblemente se trasladará a la opinión pública una sensación de victoria. Sin embargo, a la luz de lo que hemos visto, esto no sería sino un engaño mucho mayor que el que puedan causar las llamadas fake news (término también él ambiguo y criticado). El día que la desinformación esté bajo control, los grandes problemas de Europa seguirán allí.

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