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Debate racional, sí, pero con dosis de sentimientos

Fuente: The Economist
publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.

Si desde el siglo XVII las sociedades occidentales colocaron la razón por encima de los sentimientos como base para la acción política, esta dimensión “ha encallado”, explica William Davies, experto en Economía Política en la University of London, en su último libro: Estados nerviosos, que documenta la rivalidad entre razón y sentimientos en la política actual.

Según la reseña publicada por The Economist, Davies recuerda que las naciones europeas construyeron, por medio de la razón, el fundamento de la arquitectura intelectual que aún pervive en ellas: las “Reales Sociedades”, las academias de ciencia, las universidades y los medios de difusión, que codificaron el conocimiento y desarrollaron el razonamiento lógico-deductivo.

En esos tiempos de predominio de la razón, “la acusación de ser emocional implicaba que uno había perdido objetividad y había dado paso a fuerzas irracionales”. Pero por una variedad de motivos, algunos, médico-científicos; otros, sociológicos, y otros, políticos, la cuidada distinción entre razón y sentimientos se ha venido abajo.

Como argumenta Davies, “los expertos y los hechos no parecen ya capaces de llevar los debates hasta el punto en que una vez los llevaron”. De hecho, la propia formación del experto está sometida a crítica. Muchos sondeos demuestran cómo se ha hundido la confianza en la arquitectura intelectual de la razón, incluida la confianza en la mayoría de las profesiones y, de modo particular, en los gobiernos, los políticos y los medios. La gente ahora expresa sus propios sentimientos como “hechos alternativos”.

Por ejemplo, no importa qué tan bien van las cifras macroeconómicas citadas por los expertos, si a la gente común no llega la misma sensación de bienestar. “Si hay una cosa más importante para el bienestar de la gente que su prosperidad, es su autoestima –señala Davies–. Aquellos que sufren un colapso de su autoestima, por cualquier razón, son a menudo más receptivos a la retórica nacionalista”.

El experto aconseja, pues, tomarse los sentimientos de las personas como un tema político, y no desecharlos por irracionales. Lo ilustra con el Brexit: la campaña para que el Reino Unido permaneciera en la Unión Europea confió todos sus argumentos a tendenciosos pronósticos económicos, sin hacer apenas apelaciones emocionales a un futuro europeo compartido. La campaña a favor de la salida fue justo lo contrario, al fiarlo todo casi exclusivamente a los “sentimientos” de nostalgia y patriotismo, y perfilarse como una rebelión contra la tiranía de los expertos y los grandes medios.

“Las democracias –señala– están siendo transformadas por el poder de los sentimientos, en modos que no pueden ser ignorados o revertidos. Esa es nuestra realidad ahora”.

¿Cómo responder a la tendencia? Para Davies, liberales y racionalistas deben reconocer las cosas que no han funcionado, como cierta fe en estadísticas y pronósticos que, al final, se demostraron errados.

Asimismo, anima a los racionalistas a advertir que el “story-telling” (el arte de contar historias) tiene tanto impacto como las estadísticas a la hora de moldear las opiniones, y que si bien puede usarse como herramienta para aportar buenos argumentos, también sirve a los populistas para movilizar a la gente.

Dado que los sentimientos han llegado a dominar la política, en detrimento de la buena gobernanza y de las políticas basadas en evidencias, entonces los racionalistas necesitan  reafirmarse, mostrar cierta emoción y traer de vuelta la gobernanza.

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