Contra violencia, elecciones

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¿Vale la pena celebrar elecciones en un país, como Afganistán o Irak, donde no se dan las condiciones ideales para que la votación sea completamente limpia y libre? ¿No habría que conseguir primero la estabilidad? David Brooks sostiene que las elecciones siempre son provechosas («New York Times», 28 septiembre 2004).

Cuando los salvadoreños acudieron a las urnas en marzo de 1982, recuerda Brooks, el país estaba inmerso en una guerra civil que se había cobrado ya más de 75.000 víctimas. Los rebeldes controlaban un tercio del territorio e intentaron boicotear la votación en el resto. Algunos votantes tuvieron que atravesar el fuego cruzado hasta depositar sus papeletas. A pesar de todo, el pueblo votó en masa. En las elecciones de 1984, las condiciones habían mejorado algo, pero todavía casi una quinta parte de los municipios no pudo celebrarlas.

Pero aquellas elecciones fueron muy fructuosas. De ellas salió una Asamblea Nacional y un presidente. Consiguieron, como dice Brooks, dejar sin argumentos a los violentos. Con cada una de las sucesivas elecciones se fueron dando pasos hasta que, en los años noventa, se alcanzó la paz. Ahora Brooks confía en que esta experiencia pueda repetirse en Irak y en Afganistán, «no solo porque se trate de una cosa noble, sino por razones puramente prácticas. Es más fácil sofocar una rebelión y restaurar el orden con elecciones que sin ellas».

«Como hemos visto en El Salvador, y como los rebeldes iraquíes parecen haber entendido, las elecciones dejan sin oxígeno a la insurgencia. Refutan el argumento de que la violencia es el mejor camino para cambiar las cosas. Además, hacen surgir líderes democráticos que son mucho más competentes para ganar el pulso a los rebeldes. Es difícil sofocar una sublevación ilegítima con una dictadura ilegítima. Los dictadores tienen que estimular el nacionalismo étnico para atraer soldados a su causa. Al final, empujan a la gente a sangrientas contiendas y terminan cosechando desgracias».

En cambio, un líder elegido democráticamente «puede negociar con los rebeldes, involucrarles en la toma de decisiones e invitarles a plantear cualquier queja legítima. Puede aglutinar gente de todos los colores políticos, que tengan en común el compromiso por el ideal democrático. En Irak, podría aprovechar la mayor debilidad de los insurrectos: no tienen un proyecto positivo que ofrecer».

La situación en El Salvador no es la misma que en Irak o en Afganistán. Sin embargo, recuerda Brooks, «en los últimos treinta años la democracia se ha extendido al ritmo de un país y medio nuevo al año. Se ha implantado en países sacudidos por la violencia y en 18 países extremadamente pobres. La democracia se ha impuesto no sólo porque inspira confianza, sino también porque funciona».

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