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Alvin Plantinga, defensor del teísmo

publicado
DURACIÓN LECTURA: 11min.

Muchos de sus colegas cuestionan y debaten los intrincados argumentos que ha propuesto Alvin Plantinga para demostrar la existencia de Dios. Pero nadie, ni siquiera sus principales críticos, duda de que ha sido él –al que la revista “Time” llamó el “filósofo de Dios”– quien ha revitalizado en las últimas décadas la filosofía de la religión y ha contribuido a que en el seno de la filosofía analítica se reflexionara sobre las grandes cuestiones metafísicas.

El año pasado, Plantinga fue galardonado con el Premio Templeton por convertir el teísmo en “una opción filosófica seria y aceptable dentro de la filosofía académica”, como señaló el jurado. Conocido principalmente por su sutileza lógica y sus prolijos razonamientos, ha desarrollado una personalísima teodicea y combatido los prejuicios antirreligiosos, realizando importantes contribuciones a la epistemología, la lógica y la metafísica. Además, ha sido presidente de la Asociación Americana de Filosofía, fundador de la Sociedad Cristiana de Filosofía y profesor en la Universidad de Notre Dame desde 1983 hasta su jubilación, en 2010.

Educación cristiana

De confesión calvinista –pertenece a la Iglesia Cristiana Reformada–, Plantinga ni ha ocultado ni se ha avergonzado nunca de sus convicciones religiosas. En sus textos autobiográficos se ha mostrado especialmente agradecido a sus padres y ha recordado con cariño la forma en que se vivía la fe en su hogar. Es esa experiencia la que le ha confirmado en la importancia de la formación religiosa durante la infancia y ha hecho nacer en él un sano escepticismo hacia los proyectos educativos que se proponen, por una mala concepción de la libertad, ser “neutrales” desde un punto de vista religioso.

A juicio de Plantinga, el hombre posee diversas fuentes de conocimiento, y la fe es una de ellas

Tampoco cree que sus convicciones cristianas entren en conflicto con su vocación filosófica; al contrario, gracias a ellas ha visto fortalecido su interés por la verdad. De ese modo, su trayectoria filosófica no ha estado guiada por la ceguera del fundamentalista o la obstinación del fanático, sino por la obligación de mantenerse fiel a un mensaje que considera verdadero, a pesar de la hostilidad hacia él que ha experimentado en el ambiente académico.

Una anécdota ilustra su grado de compromiso con la fe cristiana: decidió abandonar sus estudios en Harvard tras encontrar en sus aulas una especial aversión hacia todo lo religioso. Prefirió continuar su carrera en una universidad de inspiración calvinista –en la que, por cierto, también ha enseñado–. Ha reconocido que aquella fue “la mejor decisión” de su vida, pues, de haber continuado en Harvard, seguramente “habría perdido la fe”.

Deberes de un filósofo creyente

Pero ¿qué es para Plantinga la filosofía? ¿Es relevante para el ejercicio de la reflexión filosófica las creencias que se profesen? En su opinión, la filosofía tiene como objetivo “sistematizar, desarrollar y aclarar” las opiniones, ideas y suposiciones prefilosóficas. En su obra es fácil descubrir una parte dedicada a la apologética, en la que reivindica la racionalidad de las creencias religiosas y del teísmo, y otra en la que desarrolla sus intuiciones en el campo especializado de la lógica y la metafísica modal.

“La cultura intelectual de nuestros días no es teísta. Tampoco es cristiana. Por el contrario, es antiteísta”, ha escrito. A diferencia de Heidegger, para quien la expresión “filosofía cristiana” no tenía sentido, Plantinga considera que una filosofía de inspiración religiosa no solo es posible, sino que resulta en el contexto actual más necesaria que nunca para contrarrestar el ateísmo, tan pernicioso también para el pensar filosófico. Y urge al filósofo creyente a ser audaz en la defensa de su fe.

Tal vez la labor que ha realizado para restaurar el orgullo intelectual del teísmo y la dignidad de la filosofía cristiana sea su contribución más relevante, incluso más que sus argumentaciones –muchas veces bizantinas para el no especializado– sobre el argumento ontológico o su compleja forma de aplicar el cálculo de probabilidades para despejar la incógnita sobre la existencia de Dios. Para él, el filósofo cristiano debe ser autónomo e independiente, lo que no significa que haya de aislarse, sino que su agenda no pueda estar marcada por el mainstream.

Creer es razonable

Al comienzo de su andadura filosófica, Plantinga tuvo que vencer las resistencias que, heredadas del positivismo lógico, imponía la filosofía analítica a todo lo que tuviera que ver con lo religioso. La cuestión no era si Dios existía o no; tampoco si su existencia podía ser probada. Lo que se ponía en duda era que el propio término, Dios, tuviera sentido.

Su primera obra importante, publicada en 1967, se titula God and Other Minds; en ella repasaba, con su peculiar exquisitez discursiva, los clásicos argumentos empleados para demostrar la existencia de Dios. Tras un minucioso examen, concluía sorprendentemente que no lograban su propósito y que no eran lógicamente aceptables.

¿No suponía eso asestar un golpe definitivo al teísmo? En apariencia, sí. Pero Plantinga procedía a continuación a analizar con la misma rigurosidad los argumentos suscritos por el ateísmo, y tampoco los veía terminantes. De este modo, mostraba algo trascendental: la razón no exige aceptar la concepción atea como condición y, por lo tanto, creer no es en principio más irracional, contra la postura de algunos.

Desde entonces, y hasta sus últimas obras, Plantinga no ha cesado de combatir cualquier intento de restringir la extensión de la razón. A su juicio, el hombre posee diversas fuentes de conocimiento, y entre ellas, la fe es también importante. Cualquier teoría del conocimiento que estreche el ámbito de la racionalidad y elimine arbitrariamente las creencias es empobrecedora.

“Sensus divinitatis”

¿Es posible entonces demostrar racionalmente la existencia de Dios? Algunos dudan de que la respuesta de Plantinga sea afirmativa y juzgan que su filosofía de la religión rechaza la teología natural y se aproxima al fideísmo. Él juega con la probabilidad: no podemos saber apodícticamente si existe Dios, dice, pero es muy probable, dado nuestro conocimiento sobre el mundo. Pero si no está de acuerdo con la teología natural, no es tanto porque desconfíe de la capacidad de la razón como por su interés en equiparar las exigencias cognitivas del creyente con las de quien no lo es.

Plantinga no cree que sus convicciones cristianas entren en conflicto con su vocación filosófica; al contrario, gracias a ellas ha visto fortalecido su interés por la verdad

Es este el motivo por el que opina que el estatuto epistemológico de la creencia en Dios es similar al de otras que mantiene el hombre, como la creencia en el pasado o en la existencia de otras mentes. En estos últimos casos, al igual que en otros muchos, no exigimos demasiadas justificaciones ni garantías, e incluso recurrimos al sano sentido común. ¿Por qué debemos requerir evidencias en el caso de la existencia de Dios? ¿No supone esto imponer una excesiva carga al creyente?

Creer en Dios es, pues, una creencia básica, y no podemos ponerla en duda sin que se vengan abajo otras muchas. Plantinga defiende lo que ha denominado una “epistemología reformada” que, con base en Calvino y otros reformadores, afirma la existencia en el hombre de una suerte de inclinación natural, inspirada por Dios, a creer en un ser supremo. Esta tendencia humana –el sensus divinitatis– es la garantía epistemológica y la prueba última para sostener el teísmo, afirma en Warranted Christian Belief (2000), una de sus obras principales.

La irracionalidad del ateo

Todo hombre posee esa facultad, explica, y aunque el pecado puede oscurecer y obstaculizar nuestro conocimiento natural de Dios, no desaparece nunca por completo. En sus últimas obras, en las que estudia el funcionamiento de la mente humana, Plantinga va un poco más allá para combatir la presunta superioridad intelectual del ateísmo.

En efecto, si es natural y, por tanto, racional, creer en Dios, porque poseemos una inclinación innata, es el ateísmo, que sofoca el sensus divinitatis, lo que resultaría irracional e incomprensible. En el ateo, viene a decir, hay algo que no funciona.

Si esto resulta discutible, más problemático es el alcance que, según Plantinga, tiene esa creencia inspirada. Porque, al parecer, el sensus divinitatis no solo abarcaría la existencia de Dios, sino que podría llegar a incluir otras verdades reveladas. Es innegable la pretensión, por parte de este pensador, de aclarar las garantías cognitivas del teísmo. Pero a veces da la impresión de que rebaja la dimensión sobrenatural de la creencia. ¿No sería superflua, en ese caso, la fe teologal?

En defensa de san Anselmo

Una de las pruebas de que Plantinga no rechaza de plano la teología natural es su esfuerzo por reformular el famoso argumento ontológico de san Anselmo, así como su apoyo a la tesis del ajuste fino (ver segunda parte). Ciertamente, la formulación clásica del argumento no la estima aceptable, aunque las razones que aduce son bien distintas a las ofrecidas Kant. Pero gracias a su conocimiento de la lógica y la metafísica modal, elabora una versión más refinada.

En su reflexión, comienza aclarando el sentido que atribuimos a la expresión “ser necesario”. Y en este punto resulta clave la noción de “mundos posibles”: algo es necesario si, y solo si, se da en todos los mundos posibles que podamos pensar. Simplificando, su razonamiento se podría resumir de la siguiente manera: es posible que Dios (ser máximamente perfecto) exista. Ese ser ha de existir en todos los mundos posibles al ser máximamente perfecto. Por consiguiente, Dios existe en el mundo real, porque el mundo real está incluido entre los mundos posibles.

Las enmiendas a san Anselmo no hacen válido el argumento, ni resultan suficientes para superar la crítica que santo Tomás de Aquino hizo en su día, ya que el punto de partida sigue siendo conceptual. El propio Plantinga es consciente de que por mucho que su argumentación sea impecable desde la perspectiva de la lógica, no basta el razonamiento abstracto para convencer al escéptico.

Teodicea y libre arbitrio

Es importante tener en cuenta una distinción –en la que también ha insistido este autor– para entender mejor la relevancia de sus contribuciones: hay que diferenciar entre la realidad y nuestro acceso a ella, es decir, entre el nivel metafísico y el plano epistemológico. Toda su obra se ha movido en este último y ha servido para aclarar la racionalidad de la creencia, pero le ha faltado alcance metafísico, como ha señalado Enrique Moros, experto en su obra (cfr. “Alvin Plantinga”, en Philosophica, Enciclopedia filosófica online).

De todos los argumentos que manejan los ateos, Plantinga cree que solo hay uno que merece ser atendido: el llamado argumento del mal, según el cual resultaría incompatible la existencia de un ser perfecto y, por tanto, bueno, con la del mal. Esa hipotética contradicción lógica se desmonta introduciendo el factor del libre albedrío.

Salvando las distancias, esto recuerda algo que ya había sido puesto de manifiesto por gran parte de la tradición cristiana: no hay elección entre el bien y el mal absoluto, sino que en muchas ocasiones suprimir radicalmente el mal supondría al mismo tiempo impedir un bien mayor. Así ocurriría en el caso de que Dios sacrificara el preciado don de la libertad humana con el fin de desterrar el mal en el mundo.

El mejor mundo posible

Pero el filósofo norteamericano no se lleva a engaño y es consciente de las limitaciones que tiene su teodicea, construida a golpe de abstracción y limitada a mostrar solo que Dios y mal no son excluyentes. Porque ninguna argucia lógica suprime el doloroso misterio de un Dios que permite el sufrimiento. La experiencia del dolor, de la enfermedad y de la muerte es, como él mismo ha señalado, la objeción más contundente contra la existencia de Dios.

Si abandona su atril de académico, Plantinga no tiene más remedio que reconocer que la experiencia del mal resulta sobrecogedora y que, ante su misterio, la filosofía debe dar paso al consuelo. Aunque, como creyente, está convencido de que “Dios permite el mal porque tiene buenas razones para hacerlo, razones que somos incapaces de discernir”.

Y propone una hermosa reflexión. A pesar de tanto mal y tanta tragedia, nuestro mundo está lleno de bondad; sobre todo, existe en él algo que, como enseña el cristianismo, lo hace sumamente bueno: el sufrimiento redentor de Dios por amor al hombre. “Esta sobreabundante muestra de amor y gracia no es meramente la mayor historia jamás contada; es la mayor historia que podría ser contada. Ninguna otra propiedad que hace un mundo grande puede parangonarse a esta”, escribe.

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