Un año atrás, cuando Barack Obama y Raúl Castro anunciaron el comienzo del deshielo entre EE.UU. y Cuba, las expectativas de que se verificara un despegue económico de la Isla y, por consecuencia, una mejoría del nivel de vida de sus pobladores, tuvieron buen eco mediático. Pero para reflotar la economía se necesitan cerebros y brazos, y son los que, como en torrente, se están marchando hacia EE.UU.
Para frenar el éxodo de personal sanitario, Cuba ha restablecido el “permiso de salida” en ese sector
Una de las causas de que se haya incrementado ese flujo es el temor de que, a medida que los antiguos enemigos estrechen relaciones, desaparezca una ley estadounidense de 1966 –la Cuban Adjustment Act, o Ley de Ajuste Cubano–, en virtud de la cual los migrantes cubanos que llegan a su territorio, lejos de ser deportados, reciben desde el primer momento numerosos beneficios sociales, como asistencia médica y fármacos gratuitos por seis meses, una ayuda monetaria y alimentaria de más de 500 dólares, cursos de inglés, un permiso de trabajo y, un año después, el derecho automático a obtener la residencia permanente.
El Departamento de Estado ha hecho saber en varias oportunidades, incluidas las rutinarias conversaciones migratorias con Cuba, que la administración norteamericana no tiene pensado derogar la ley –de hecho, el propio jefe de la bancada republicana en la Cámara ha aclarado que ninguna propuesta de tema migratorio volverá a ser contemplada por los legisladores hasta que Obama empaque y diga adiós–. Pero a los cubanos de a pie eso no los convence, máxime cuando escuchan los insistentes reclamos de La Habana para que Washington acabe con una política que considera “la causa de fondo de la emigración ilegal” –sin decir palabra ni achacar culpa alguna a las crónicas insuficiencias del modelo económico cubano–, que le priva de muchos ciudadanos en plena edad laboral y reproductiva, y que afecta el futuro económico de la nación.
Cómo marcharse sin marcharse
Es difícil saber con exactitud la población nacida en Cuba o de origen cubano que vive fuera de la Isla. Por fuerza hay que buscar el dato en fuentes externas, como la Oficina del Censo de EE.UU., según la cual, en 2010 eran 1,7 millones las personas en esas categorías que residían en suelo norteamericano, primer destino migratorio de los cubanos. En segundo lugar de preferencias, España acogía en 2011 a 116.852 nacidos en Cuba, de los que 61.000 tenían nacionalidad española. Los países de la OCDE que les siguen, aunque a considerable distancia, según datos de 2010-2011, son Italia, Canadá, México, Francia, etc.
Ahora bien, la población residente en Cuba hasta el 31 de diciembre de 2014 era de 11.238.317 personas, ligeramente mayor que la registrada en 2013, aunque en ningún caso un indicador de remontada demográfica, toda vez que los propios cálculos de la gubernamental Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) hablan de un imparable descenso hacia el año 2030, cuando habrá 10.843.264 habitantes en la Isla. La migración externa es, presumiblemente, el factor que más incide e incidirá en ese declive poblacional.
La ONE contabilizaba en 2009 un saldo migratorio negativo (la diferencia entre los que se marchan al exterior y los que van a vivir al país) de 36.564 personas, mientras que cifraba en -1.922 el saldo de 2014. Luego, ¿se ha reducido acaso el número de los que se van?
Pues no. La “rareza” estadística tiene su explicación en que ha habido cambios en las leyes migratorias cubanas. Hasta 2014, quien pretendía irse a vivir a otro país, era obligado a marcharse definitivamente, esto es, a entregar al Estado cubano su vivienda y sus propiedades, sin posibilidad de rectificación posible en caso de que la aventura le resultara adversa. Desde hace casi dos años, sin embargo, quien sale hacia EE.UU. u otro país no tiene por qué vender sus bienes (lo cual, por cierto, antes no era siquiera una opción), sino que puede viajar y aun asentarse en otro Estado sin perder sus derechos como residente en Cuba, a menos que no vuelva a pisar suelo cubano en 24 meses. Pasado ese lapso, a efectos de la ley local, el individuo pierde su condición de residente en Cuba.
Las entradas de inmigrantes cubanos a EE.UU. se han disparado durante el último año fiscal
El asunto tiene, pues, implicaciones que podrían clasificar como humorísticas: la ONE sigue contabilizando como residentes a los que se han marchado, con tal que al menos pongan un pie en Cuba cada 24 meses durante un día, mientras que, en EE.UU., el inmigrante beneficiado por la Ley de Ajuste dispone de tiempo de sobra para aplicar a la residencia, beneficiarse de los programas sociales de ese país y, pese a haber sido clasificado como “refugiado político”, regresar a Cuba a visitar a los suyos, además de hacer saber a las autoridades cubanas que él, legalmente, todavía reside en la isla. Curioso, ¿no?
A EE.UU., por tierra
A pesar de un saldo migratorio oficial tan exiguo, el gobierno cubano es consciente de que el país no ha perdido únicamente 1.922 habitantes en 2014, pues el requisito del regreso cada 24 meses no garantiza que el “residente” realmente viva, respire, trabaje y engendre hijos en Cuba.
En sus datos sobre la población económicamente activa, la ONE traza un recorrido desde 2011 hasta 2014 y, en el primer año mencionado, contabiliza 5,1 millones de personas insertadas laboralmente, tanto en el sector público como en el privado, una cifra que a finales de 2014 se había reducido a 4,9 millones. Sin embargo, la tasa de desempleo, que en 2011 era de 3,2%, en 2014 descendió al 2,7%.
¿”Menos personas que trabajan” conjuga con “menos desempleo”? La respuesta a esta cabriola estadística quizás esté en aquellos que se han “marchado sin marcharse”; en esos que salen de viaje “temporal”, pero que, de facto, ya no viven en la isla, y que a finales de este año serán previsiblemente muchos más, habida cuenta de la avalancha de nuevas entradas en territorio norteamericano.
Según la USCBP, la agencia de fronteras, citada por el Pew Research Center, durante los primeros nueve meses del ya finalizado año fiscal 2015, ingresaron a EE.UU. 27.296 cubanos, un 78% más que en igual período del año precedente. Y ya no son las escenas de décadas atrás, de oleadas de balseros que arribaban a las costas floridanas, sino que la mayoría cruza por tierra, por un puesto de control migratorio entre Tamaulipas y Texas, donde basta con mostrar el pasaporte para, rato después, escuchar un “bienvenido a EE.UU.”.
Aunque son calificados como “refugiados políticos” por la Ley de Ajuste en EE.UU., los inmigrantes cubanos suelen volver de visita a la isla
Puedes viajar, pero…”
Para Cuba, sin embargo, supone una verdadera sangría demográfica, que presumiblemente este año se agravará, dado que justo en estos instantes un contingente de cerca de 6.000 cubanos está estancado en Centroamérica en espera de poder continuar con rumbo norte.
A la vista de todo esto, y para intentar poner la venda antes de la herida –que ya es profunda–, el gobierno de La Habana ha anunciado el restablecimiento del “permiso de salida” para los profesionales de la salud. El éxodo de médicos y enfermeros , azuzado además por un programa de la era Bush que aún anima a los que prestan asistencia en otros países a pedir asilo en los consulados norteamericanos (Aceprensa, 13-10-2014), está haciendo peligrar la viabilidad de la salud pública, una de las conquistas que, junto con la educación gratuita, se mantiene entre las ya pocas joyas de la corona del sistema cubano.
En este aspecto, y para “tranquilizar” al personal sanitario, La Habana aclara que el retorno del “permiso de salida” –durante décadas uno de los mecanismos más odiados por la ciudadanía–, no supone una prohibición de viajar, sino que “se analizarán las fechas de salida del país, teniendo en cuenta el relevo de cada profesional”, aunque se deja la facultad de autorizar los viajes en manos de los “jefes de órganos, organismos, entidades nacionales y consejos de la Administración”, una complicada maraña burocrática que, como todo cubano sabe, es exquisita en todo cuanto sea obstaculizar y denegar.
A la larga, sin embargo, es difícil retener al que tiene puestas sus aspiraciones en otro sitio. “El último que se vaya, que apague el Morro”, suelen bromear los de la isla, en referencia al faro del castillo que guarda la entrada a la bahía de La Habana, y a menos que la situación interna dé un vuelco rotundo, con seguridad alguien habrá que en algún momento baje el interruptor.