Leopoldo Abadía: “Ser normal es lo mejor que se puede decir de una persona”

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A sus 91 años, Leopoldo Abadía (Zaragoza, 1933) no parará nunca. Una biografía sin cuelgabotas. Con una voz clara, cargada de bonhomía y sentido común, este ingeniero industrial, profesor del IESE durante más de tres décadas, autor de éxito a sus 75 con La crisis ninja, y patriarca de una familia de 91 miembros, es un referente moral de andar por casa sin asomos de moralismos. Un señor con poso que habla de la vida de verdad como quien sirve un café.

Su casa en San Quirico, su Zaragoza natal, las anécdotas con sus nietos, los desayunos con amigos y su afán por no quejarse, mirando con esperanza el presente y el futuro, forman parte de un ecosistema que podría parecer costumbrista, pero que es, en realidad, una forma constructiva de resistencia. Vivir sumando, con estilo, con honestidad y con sentido del humor, es una forma de dejar huella profunda sobre el asfalto de nuestro tiempo.

Mucho pico y mucha pala. Acaba de publicar Todo lo que te hace feliz (Espasa): un libro que es camino, surco, forja y alas. Sin recetas, pero lleno de pistas para ser una persona cum laude en un mundo desorientado. Si lo hubiera escrito un coach de ocasión no habría sido lo mismo. Y está a punto de dar a luz un pódcast sobre el más allá hecho carne que promete despertar mil preguntas interiores. No hay stop para los emprendedores vitales.

Barcelona. Mar de fondo. Energía y libertad, como una canción de Serrat. Mirando de reojo a la Sagrada Familia charlamos sobre la felicidad, el envejecimiento, la reciedumbre, la fe y el valor de ser normal. Junio puede ser, también, un mes para el reset.

– Recomienda: “Deja por escrito o cuéntale a la gente cómo te gustaría que fueran las cosas una vez que ya no estés”. ¿Este libro es su visión del mundo que merece la pena?

– Muchas de las citas que aparecen en este libro son reflexiones que hago con frecuencia y manifiestan mi visión del mundo que merece la pena, porque es la que a mí me está funcionando. A veces, andamos sin darnos cuenta de que sembramos, y de que todo lo que hacemos en esta vida tiene su eco y su repercusión. A mí, al menos, me pasa.

– Le dedica estas letras a su mujer, con quien lleva 67 años de matrimonio. La primera afirmación de su testamento es que la felicidad tiene estrecha relación con un proyecto de vida coherente y a largo plazo.

– Lo admito: mi más “a largo plazo” de planificación habitual ha sido “mañana”… Hace unos días hablaba con Risto Mejide, que es muy amigo mío, y me preguntaba precisamente sobre esto: que cómo había planificado una vida tan variada. Le conté que yo había dado clases de Estrategia en el IESE para animar a las personas que dirigen las empresas a definir el futuro al que quieren llegar y ayudarles a lograr esas metas con todo tipo de detalles. “O sea, que lo que has promovido desde tu vida profesional no lo has aplicado nunca en tu vida personal”. Es así. Lo reconozco. No he planificado mi vida personal y familiar, pero las cosas han ido saliendo muy bien. Lo único que he querido es ser buena gente, tener buenos amigos, estar con la familia y ser coherente. Para mí, esa ha sido la receta.

– En el libro habla mucho de adaptarse. Se intuye que la felicidad depende en buena parte de la elasticidad de cambiar para bien. ¿Las personas muy conservadoras o muy rígidas lo van a tener más complicado?

– Todo cambia, y cada vez a más velocidad. Adaptarse forma parte de la evolución positiva. Siempre me ha sonado mal esa especie de queja de quienes repiten cansinamente: “En mis tiempos…”. Mis tiempos son los de Antonio Machín y los de Hombres G. Ambos me han gustado muchísimo. Además, soy amigo de Los Secretos, y de mucha gente que no es propiamente de mi generación, pero me adapto, porque siempre hay personas valiosas de las que merece la pena hacerse amigo. A mí eso de estar pegado al tiempo y adaptarme a la realidad en la que vivo me ha ido bien.

“Los muy conservadores o muy rígidos se ponen siempre por delante de los demás. No saben adaptarse al mundo que nos rodea”

Hace unos días hemos terminado de grabar un pódcast que se va a titular “Palabra de dos”. He hablado sobre Dios con personas interesantísimas, como Juan del Val, Irene Villa, Pedro Piqueras, Mamen Sánchez, Christian Gálvez o Marta Robles… Nos lo hemos pasado fenomenal. Hemos charlado con naturalidad sobre lo que nos sugiere la palabra “Dios” a cada uno, y yo he aprendido muchísimo.

Los muy conservadores o muy rígidos, que no saben adaptarse a los demás, no entienden el mundo que nos rodea. Es probable que sean muy buenas personas, pero, por su forma de ser, hacen mucho daño. Un buen consejo para vivir con alegría es aprender a no ser inaguantable. Merece la pena hacer esfuerzos para entenderse con el máximo de personas posible. Mi experiencia es que es muy fácil hacerse amigo de gente que supuestamente está en tus antípodas de ver el mundo. Siempre existen cosas en común y cuestiones de las que aprender. Es fácil conectar con otros cuando existe voluntad de ir por la vida con los brazos abiertos.

Los muy conservadores o rígidos se ponen siempre por delante de los demás. Equivocan la brújula, creo yo, poniendo las ideas por delante de las personas, y se pierden la ocasión de disfrutar de la enorme riqueza de la diversidad. Los que se pasan el día diciendo “en mis tiempos”, “esto es así y no hay marcha atrás” o “ese no tiene nada que ver conmigo” terminan quedándose solitos.

– Dice: “Cuando uno acierta en lo fundamental, la felicidad es una consecuencia obligada”. ¿Qué significa “acertar en lo fundamental”?

– Para mí, lo fundamental ha sido acertar con la mujer con la que me he casado, acertar con la educación de los hijos, hasta el punto de que podemos decir: ¡Qué bien nos han salido!; acertar con los yernos y las nueras, que son fenomenales y, además, se quieren mucho entre ellos. ¡Eso es una bendición! Además, ese ambiente se proyecta hacia los nietos y los bisnietos. Son todos amigos. Si aciertas con tu familia y con tus amigos, la felicidad está ahí. No hay más. No hay más.

– ¿Cómo explica que la felicidad es más una consecuencia que una obligación?

– Sólo los tontos piensan que estamos obligados a ser felices. Yo, al menos, estoy obligado a vivir de una manera y he descubierto que en este camino soy feliz. Mi felicidad no es una receta universal, pero la comparto por si ayuda a otras personas. He conocido a muchas familias muy distintas a la mía que son felices. Mi familia siempre se ha caracterizado por un desorden serio. Y conozco a familias ordenadas que son muy felices. Nunca me ha gustado imponer recetas, sino compartir las que a mí me han funcionado.

– Hablando de recetas, en el libro recalca que “la única receta es luchar”.

– Tengo como dos prohibiciones vitales grabadas a fuego: quejarse y reblar, una palabra castellana que se usa mucho en Aragón y que significa “achantarse”. Tal y como están las cosas, es evidente que merece la pena luchar. Quejarse no construye nada positivo. No tiene sentido excusarse de vivir porque todo es un desastre, como nos cuenta la tele. ¡Aquí no se hunde nada! Mira: si yo lucho por ser buena persona, por mis amigos, por mi familia, por mis hijos, por ayudar a quien lo está pasando mal, en consecuencia, seré mucho más feliz.

– ¿Luchar es una manera de amar?

– Totalmente. El verdadero amor tiene mucho que ver con ser buenas personas, ser siempre mejores y hacer las cosas bien con un enfoque honestamente generoso. Todo eso se consigue luchando.

– En el libro habla de muchas virtudes –elegancia, generosidad, humildad, fidelidad, esfuerzo, trabajo, austeridad…–. Tiene un aire de camino pisado y certificado para ser buena persona sin trampas emocionales, habituales en los discursos comunes sobre la felicidad.

– En esta vida todos estamos viviendo. Creo que las virtudes humanas nos hacen personas más sólidas en medio de una sociedad líquida. Prefiero gente dura. Gente dura y amable. Las personas eminentemente sentimentales se ahogan pronto. Dejarse llevar por la tiranía de la blandura nos termina haciendo daño. El trabajo cansa, pero no agota. Y así, todo. Ser demasiado autocomplacientes con nosotros mismos no nos sienta bien.

Me cuentan mis hijos que, en los colegios de hoy, cuando le ponen una mala nota a un alumno, la mamá llama inmediatamente: ¿Qué ha pasado con mi hijo? ¡Que lo ha hecho mal, señora! Y ya está. No tiene más importancia. Mis padres fueron muy exigentes conmigo, que fui hijo único. Y eran unos padres fenomenales. Me querían muchísimo, pero me apretaban para que fuera mejor. Necesitamos un baño de dureza amable. Se puede ser duro y amable.

– En una época en la que destacan la originalidad y el afán de diferenciarse, le da mucha importancia a la normalidad, un concepto muy poco políticamente correcto en los discursos supuestamente inclusivos más predominantes. ¿Qué es ser normal normalmente?

– Hace unos días me paró una señora por la calle: ¡Cómo le agradezco que explique usted las cosas tan claras para gente normal, porque así las entiendo hasta yo! Ser normal es lo mejor que se puede decir de una persona. ¡Lo más! ¡Normal! ¡El mundo está hecho para personas normales!

“La vida demuestra que no todo vale y que sólo vale lo bueno. Luchar contra el relativismo es luchar contra la indecencia como norma de vida”

Últimamente equivocamos los términos: lo normal puede no ser lo más frecuente. Por ejemplo: actualmente, que los matrimonios se rompan es frecuente, pero no es normal. Eso hay que tenerlo muy en cuenta, porque defender lo normal no es defender lo frecuente. Ir contra la corriente es normal, y eso a algunos les puede molestar. Bien. Pues a quien le moleste la normalidad, que no aplauda.

– Habla también sobre la importancia del criterio: esa capacidad de una persona para juzgar, discernir o decidir con sensatez, lógica y fundamento. ¿Nos ve cada vez más vulnerables a la manipulación ambiental? ¿Justo ahora que somos libres sin fronteras?

– Tener criterio es saber distinguir el bien del mal. Hoy, eso es más complejo. Hay personas responsables, con la obligación de dar buen criterio a la sociedad, que dicen auténticas estupideces. Pueden ser personas muy majas, pero sus propuestas, sencillamente, no son verdad. Se puede ser muy político, muy importante y muy famoso, y decir estupideces con recurrencia sobre diferentes temas y con excesiva influencia social. No pasa nada, pero es mejor saberlo para evitar que nos manipulen con tanta comodidad.

– Habla de ilusión a los 91.

– Por supuesto. Es una ilusión distinta, como es natural, pero igualmente entusiasmante y profunda. Estoy muy ilusionado con el nuevo pódcast. Estaba muy ilusionado con esta entrevista. ¡Todavía estoy vivo! Desde 2008 me he dedicado un poco a lo que llamo “la farándula”. Llevo 17 años de farándula y eso, a mis 75 años, era inimaginable. Por aquel entonces me pidieron que escribiera un libro. Si yo hubiese dicho que no, que estaba ya mayor para esas cosas, me hubiera perdido una temporada de una ilusión tremenda. Ahora, cuando saco un libro me parece que soy el más listo del barrio. El otro día firmé cerca de 32 libros en una hora en la tienda de Mont Blanc, en Barcelona. Sí. Salí cansado, y estaré cansado físicamente, pero vivo todo con una enorme ilusión.

– Apuesta por la decencia y la honestidad más que por tener razón todo el rato. Será usted patrón de la antipolarización.

– No sé si tengo yo porte de patrón… Pero vamos a ver: esto de la decencia es obligatorio. Ha habido una globalización de la indecencia de tal calibre que urge luchar por la globalización de la decencia. Sí. Es más difícil ir cuesta abajo, pero hay que conseguirlo, aunque nos duelan todas las articulaciones.

La indecencia es un problema de millones de actos indecentes y, por lo tanto, la contestación oportuna requiere millones de actos decentes. Oye, ¡esto es muy difícil! ¡Claro! Al final, la globalización de la decencia exige el compromiso personal de elegir el bien en unos pocos momentos al día donde se presenta la ocasión de ser decente o indecente.

Un tema que me parece muy serio son los efectos sociales que ha tenido el relativismo. La vida demuestra que no todo vale y que sólo vale lo bueno. Luchar contra el relativismo es luchar contra la indecencia, contra la indecencia como norma de vida. Las personas decentes tenemos un trabajo tremendo, y esta misión está muy relacionada con la ilusión de la que hablábamos antes. A mis 91 años quiero tener ilusión por hacer algo decente que anime a los demás a sumar.

Cuando me dicen que la juventud está muy mal, respondo que no es verdad. Yo conozco mucha juventud que está muy bien, luchando por hacer las cosas lo mejor que saben. Veo muchos jóvenes que apuestan, firmemente comprometidos, por protagonizar e impulsar vidas decentes. Sinvergüenzas los ha habido siempre y siempre los habrá, pero me parece que hay que tener el valor y la ilusión de sumar con esperanza para fortalecer de valores el mundo que habitamos.

– Habla mucho de familia: con 12 hijos y 50 nietos se lo ha ganado a pulso… ¿Ve indicios de conexión entre la crisis de las parejas estables, las familias light, el individualismo, la pandemia de soledad y el tsunami de problemas de salud mental que salpican a las sociedades occidentales?

– Todo está conectado. Yo me muevo entre familias normales, cada una con sus problemas, y en las que nadie exige la perfección. En todas se palpa una necesidad de querer y ser queridos, con sus más y sus menos, pero esa unión es la realidad más potente que lo sostiene todo, y más en sociedades que juegan descaradamente a ser tan individualistas.

“Es positivo educar a los hijos para que sepan que la vida es dura”

Hace unos años mi mujer se puso enferma y estuvimos ingresados casi todo el verano en la Clínica Universidad de Navarra, en Pamplona. Hoy, entre todos los de mi familia somos 91. Entonces éramos 70 y los 70 vinieron a estar con su madre, su suegra, su abuela… ¡Todos! Entre unos y otras se repartían las noches: los hijos, las nueras… ¡Sólo con eso ya está amortizada una familia numerosa!

Claro que se puede vivir sin hijos, pero sin hijos también es más fácil morir solos.

– Hijos recios. Fortaleza. No a la mili, pero hogares donde se tire más para arriba de la prole. ¿Cuál es el punto medio de la exigencia en casa para sacar lo mejor de uno mismo sin opción a trauma?

– Siempre apuesto por el punto medio, pero casi prefiero que, en la educación de los hijos, nos pasemos de reciedumbre. Creo que es positivo educar a los hijos para que sepan que la vida es dura. Formar hombres y mujeres recios es positivo para toda la sociedad. Prefiero unos padres que exijan, pero con amabilidad. Siempre habrá tiempo para ablandarse cuando sean más mayores. Cuanta menos compasión de nosotros mismos tengamos, mejor.

– ¿La fe mueve sus montañas?

– ¡Todas! La fe, en el sentido de la virtud teologal, supera todos los obstáculos. Está suficientemente constatado a lo largo de la historia. Tenemos muchos ejemplos de santos que nos han enseñado con su vida a ser capaces casi de todo simplemente confiando en Dios. La fe es una absoluta verdad.

– ¿Ha palpado hambre de Dios entre las personas con las que que ha compartido “farándula” en estos años?

– Todas las personas con las que he hablado de Dios han querido hablar de Dios. Nunca he encontrado oposición. Para mí, esa es una forma de expresar hambre que, por otra parte, no es más que una necesidad constitutiva que, ontológicamente, caracteriza al ser humano desde el minuto cero de su historia.

– ¿Hay alguna tristeza que le haya enseñado más sobre la felicidad que muchas alegrías?

– En la vida he tenido algunos golpes y preocupaciones: mi padre murió de un accidente de tráfico, la enfermedad de una hija que ahora es la alegría de la casa; la de mi mujer, algún fracaso profesional… Todo cosas muy normales, por otra parte, propias de la vida. He tenido la suerte de rodearme de personas divertidas. No he vivido ninguna tristeza-tristeza.

– Envejecer parece más fácil si la vida tiene sentido, y con sentido del humor.

– Por supuesto. Yo, en estos momentos tengo 91 años. ¿Cuántos me faltan? ¡Pues no lo sé, pero si se mira con admiración llegar a los 100 años, a mí ya no me quedan muchos! ¿Nos entendemos? Consciente de eso, sé que tengo que estar bien preparado para irme al cielo y vivo preocupantemente bien con ese objetivo prioritario.

– Recomienda: “Vive en paz y muere en paz”. Se llenan las clases de yoga. Se extiende el “mindfulness”. ¿Cuál es el secreto de la paz para morir en paz?

– Creo que estoy viviendo en paz. Pienso, y veo que no tengo cuentas pendientes con nadie, la verdad. Me parece que estoy en paz con la gente, aunque lo realmente importante es estar en paz con Dios, una prioridad que procuro para no tener que pasar por el purgatorio. Vivo pensando que, vaya donde vaya cuando muera, al final me encontraré con Dios y con la Virgen del Pilar.

Álvaro Sánchez León
@asanleo

5 Comentarios

  1. Esta entrevista levanta el animo. Levantar el animo es algo que se dice en Polonia. Como el pueblo polaco sufrio mucho siguio adelante viviendo los valores de la normalidad que levantan el animo.

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