Higinio Marín: “Pensar es la pasión de un vividor”

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Higinio Marín

Higinio Marín (Madrid, 1965) es filósofo. Profesor de Antropología Filosófica de la Universidad CEU Cardenal Herrera desde 2006 y su rector desde la primavera de 2023. Serena lucidez. Docente, escritor, divulgador y conversador con espíritu de argamasa. Temple. Hondura. Sonrisa. Murcia.

Catedrático de andar por aulas con prestigio, pero sin manto imperial. Mucho más acá de las teorías. Su filosofía subraya ideas, pero prioriza cuerpos y almas, vínculos, tiempo, alegría, dolores, tertulias y nocheviejas. No juega a impresionar, sino a acompañar. Banda sonora reflexiva que se diría toda de algodón. Del algodón que no engaña.

Su último libro, Filosofía breve de la vida (Encuentro, 2024), invita a pensar en cómo vivir con profundidad, con gratitud y con coraje. Entre infinitivos –nacer, crecer, madurar, correr, comer, volver, dormir, cuidar, escuchar, intimar, llorar, tontear, trabajar, aplaudir, alabar, sepultar…– y hambre de infinito desde la costa.

Arranca el verano con el cielo social encapotado. Lo fácil es resbalar y dejarse llevar por la galbana. Pero escalamos a preguntas en siete verbos con sujetos universales. Leer. Con calma. Mirando al mar.

— Pensar.

— La idea de pensar está asociada a la de vivir. El pensamiento le da a la vida una asimilación del sentido de las cosas que se hacen con una cierta gravedad, es decir, con una profundidad que vuelve la vida graciosamente liviana. Pensar es una manera de crecer y multiplicarse en esta vida. Pensar es la pasión de un vividor. Pensar es vivir, y pensar la vida es vivir reduplicadamente.

En nuestra cultura, pensar puede asociarse a personas cabizbajas y meditabundas, como propone la escultura de El pensador, de Rodin. En realidad, ese no es el gesto del pensar. Pensar ilumina la vida y afila el lenguaje para encontrar la palabra justa y el giro exacto que nos permite relacionarnos y comunicarnos con acierto. Pensar es poetizar. En ese proceso se impone una exigencia de consistencia argumental y la manera más adecuada de pronunciar la vida que vivimos o podemos vivir.

— Pensar y vivir en consonancia.

— El ser humano es un sujeto fracturado, y eso se expresa en la relación entre pensar y vivir, pensar y desear, actuar y pensar… Pensar ayuda mucho a vivir bien, a desear bien, a actuar bien. A mí me mueve a mejorar más lo que comprendo que lo que requiere exclusivamente una acción de la voluntad. Somos así. En los seres humanos, la inteligencia es determinante para vivir. Una persona que no entiende la virtud es probable que no la viva. A veces basta con admirar el bien, la justicia o la lealtad para haberlas entendido. Es probable que tengamos una concepción muy voluntarista de la coherencia. La inteligencia deja mirar el bien y lo hace apetecible.

“Pensar es no estar solo. Nadie habla un idioma solitario. Nadie piensa a solas. Nadie es Adán”

— En las primeras páginas del libro habla de que “la vida es más bien vivir”. Acción, más que pedaleo.

Primum vivere, deinde philosophari. Primero vivir, después filosofar. Sí: el pensamiento no puede sustituir a la vida; la puede sobreabundar, e incluso perfeccionar, pero no la puede suplantar. Los seres vivos tenemos el apetito de colmar la vida. La vida es el ser de los vivientes. Lo que los vivientes quieren es vivir, y en plenitud. En Filosofía breve de la vida incluyo algunas sugerencias sobre por qué esa plenitud no puede prescindir del pensamiento, y trato de explicar que pensar forma parte de ese anhelo, que no es la parte torturante o pesada de la vida. Que no pensar es posible y que se puede vivir así, como quien vive sin hacer deporte o sin papilas gustativas. Pensar tiene mucho que ver con el sentido de la vida y con reparar en que lo vivo.

— Pensar constructivamente. Pensar con los demás. Pensar como ariete contra el individualismo.

Ratzinger dice una cosa al respecto de rezar que a mí me sorprendió y que no olvido desde que la leí: cuando se dice “Padre nuestro” en público, los cristianos declaran que pueden llamar Padre a Dios desde la primera persona del plural, no desde la primera del singular. “Padre mío”, en sociedad y en sentido ontológico, sólo puede decirlo Jesús. Aunque eso en la piedad personal tenga sus matices, creo que algo parecido sucede cuando hablamos de pensar: nadie puede pensar un idioma que no sea de muchos. Cuando uno habla, lo hacen con él los hablantes de un idioma. En realidad, el que habla, escribe o piensa, lo hace siempre desde un nosotros. El pensamiento que te deja solo o que nace desde la soledad, como la que suscita la duda cartesiana, es un pensamiento en precario. Algo parecido nos sucede a los filósofos cuando hablamos para que sólo nos entiendan nuestros colegas…

Una de las deformaciones de la cultura contemporánea es que hemos singularizado la capacidad creativa del sujeto hasta pensarlo solitariamente. Pensar, propiamente hablando, es no estar solo. Nadie habla un idioma solitario. Nadie piensa a solas. Nadie es Adán.

Higinio Marín
Foto: Manuel Castells

— Afirmar: “Asegurar que algo es verdad”. Filosofía y verdad. La verdad en una sociedad donde la mentira es muy barata.

— El énfasis en la verdad se entiende en contextos polémicos o en conversaciones sobre el saber revelado, pero cuando hablamos de las relaciones civiles o personales, la afirmación de la verdad es su proposición, o sea, tiene un carácter de propuesta.

Insisto: no me refiero a la verdad fáctica de los hechos. En ese ámbito, la mentira quiere ser una subversión y crear una versión de lo vivido para adjudicarse un poder en el decir que sólo se tiene cuando el otro está en inferioridad de condiciones. La mentira es una manera de abusar de quien no puede dar cuenta de una falsedad. Cuando comprobamos que algunos políticos han mentido hasta la evidencia física, los ciudadanos sentimos que estaban abusando de nosotros, que no podíamos darnos cuenta de que no decían la verdad. La mentira es un ejercicio abusivo de voluntad de poder.

La verdad que tiene que ver con el sentido de las cosas y con los horizontes de la existencia, siempre es propositiva. En ese terreno, lo que se puede hacer es intentar darle una profundidad que la dote de valor persuasivo para que quede patente que merece un aprecio que puede ser reconocido como verdadero.

En el orden civil, de la justicia o de la de la política, es muy difícil que un sujeto esté dispuesto a inmolar su carrera por la verdad. Es muy complicado, sobre todo, si de esa verdad se siguiera deshonra, deshonor, desprestigio, ruina… La verdad es martirial, y creo que esta es una experiencia universal de los seres humanos. Por eso, tiene que haber alguna razón por la que alguien esté dispuesto a inmolarse en su defensa. Nuestras sociedades no generan entornos de sentido. Nuestro mundo se afirma a sí mismo como la última palabra.

— ¿Mentir impunemente es culpa del relativismo?

— La gente no es relativista porque haya leído a Kant y le haya entendido. Eso podría tener sentido entre estudiosos de la Arqueología. La gente es relativista por razones de naturaleza moral, porque se concibe a sí misma o a la vida de tal manera que la libertad termina reclamando que el ámbito de su ejercicio tiene que ser necesariamente anómico. ¿Por qué? Porque quiero hacer lo que me da la gana.

El relativismo contemporáneo es un clima moral, no epistemológico, que ciertamente también existe, pero los individuos no devienen relativistas por kantianos, sino porque tienen una idea de la felicidad que no esté condicionada por la opinión ajena o por algún criterio de naturaleza objetiva. Palpita una pulsión de dominio, de estar en posesión de la propia existencia individualista, solitaria e intolerante. Entonces, la mentira se convierte en una manera de conducirnos.

El relativismo le quita culpa a la mentira. La descarga. Y esa es la pasión dominante, a mi juicio, de la cultura europea en los últimos dos o tres siglos: descargar al sujeto de la culpa y, en consecuencia, hacerlo imperdonable por inculpable. Desde la Ilustración, pero de manera muy explícita desde los movimientos contemporáneos, pasando por Freud, lo que el sujeto europeo no tolera es la reprochabilidad que comporta la existencia de una verdad objetiva o un bien objetivo, o relativamente objetivable. Por extraño que suene, el origen de todo eso es el rencor…

“El que gobierna sin gobernarse a sí mismo esclaviza a los demás”

— Gobernar. Gobernar bien. Gobernar mal.

— He vivido experiencias personales que me confirman que, cuando el que gobierna no se gobierna a sí mismo, esclaviza a los demás. Si un sujeto que gobierna una organización está poseído por la pasión de la avaricia, el conjunto de los miembros de la organización es rebajado a la condición lacaya de servidores de su avaricia. Es así. Lo he vivido. He visto directores de instituciones completamente poseídos por la vanidad, quizá psicopáticamente, y la institución se había convertido en un gran resorte para generar satisfacciones que dieran celebridad al supuesto líder. Gobernar y ser gobernados así nos deprava y degenera.

Los que gobiernan generan estructuras. San Juan Pablo II hablaba de las estructuras sociales, que podían ser estructuras de pecado. Un gobernante que tenga como objetivo principal de su tarea su propia supervivencia política avasalla a sus colaboradores, obligados a contribuir a eso. La calidad moral del gobernante es, también, la calidad moral de la organización. La relación entre el buen gobierno y el autogobierno implica algo tan difícil como la templanza de ánimo para evitar que las dimensiones pasionales o las inclinaciones preferentes se conviertan en directrices de gobierno.

El poder es muy seductor. De pronto, se descubre el deleite de que todo lo que dices se convierte en hechos. Esa capacidad de disponer de la última palabra exige una relación con la verdad personal más profunda. Gobernar bien nos perfecciona. Te exiges a ti mismo estar a la altura de la organización, la institución o la causa que diriges, con el propósito de no envilecerte ni envilecer a los demás, y eso nos hace mejores. El poder es un catalizador: hace que tanto el vicio como la virtud sobrevengan más rápido.

¿Por qué se corrompen políticos de raza, con un enorme interés en servir a la ciudadanía? Ya lo dice Aristóteles: a los seres humanos nos mueve el placer, el interés, o los honores. Las mejores personas se mueven por los honores. ¿Por qué un gobernante llamado a lo más altos honores de servicio y reconocimiento público termina por rebajarse al interés exclusivo por sí mismo?

La disposición de ánimo que mantiene al político a salvo de la corrupción es pensar que tiene mucho que ofrecer a sus conciudadanos, que puede hacer mucho por ellos. Esa ilusión está expresada literariamente en El festín de Babette. Ahí se narra con brillantez la sintonía entre la fuente de la gratuidad y el exceso en la realización de lo que me toca hacer. En el libro, la cocinera gasta todo el premio de la lotería en una cena espléndida que nadie le ha pedido. Ella tiene mucho que ofrecer y su pasión es la cocina. Cuando esta idea de darse pierde vigor, el político, el profesor o el periodista se envilecen y empiezan a servirse a sí mismos, a concederse cosas, a sucumbir, ya sea por erosión, por narcicismo, o por lo que sea.

Es una constante humana que el poder se traduce en placer. El poder se metaboliza en placer. Negar esta confluencia es, sencillamente, querer cerrar los ojos, y cerrar los ojos nunca es realista.

— En su libro da a entender una relación entre el buen gobernante y la asunción de la propia vulnerabilidad.

— En la literatura, la figura que mejor explica esa conexión es Aquiles: un guerrero invencible, porque era invulnerable y su invulnerabilidad era un estorbo en la conquista. En la historia de Aquiles, el poder se hace obsceno, porque no tiene ni experiencia ni conciencia de su propia vulnerabilidad. La consciencia de su mortalidad no le habla de su propia vulnerabilidad en presente. Y, sin embargo, es su vulnerabilidad lo que le mantiene entre los mortales.

El gobierno que se ejercita sin consideración a la flaqueza humana es obsceno, abusivo y violento. También hay formas de paternidad y de amistad que son así. En el mundo antiguo se consagró entre las divinidades el deber de hospitalidad. Los griegos creían que Zeus se disfrazaba de mendigo y transeúnte para probar el corazón de los hombres. Como nos recuerda Platón, el hombre no es capaz de fundar sociedades con el simple sentido de la justicia, porque la justicia sin la experiencia propia de la vulnerabilidad puede derivar en puro terror.

— Lo que vemos en los parlamentos es otro concepto de gobierno que tiene poco que ver con la prudencia y las virtudes. De hecho, en su libro habla de que gobernar bien tiene que ver con cualidades morales: “templanza, bravura, modestia, magnanimidad, coraje, moderación, perseverancia, fortaleza, paciencia, tesón, credibilidad, intrepidez, prudencia”. El Olimpo está lejos de nuestros parlamentos.

— Tanto el arte del buen gobierno como la prudencia están muy lejos de los parlamentos, donde vemos un ejercicio ideológico inaudito. Ya no se piensa en tomar las mejores decisiones de gobierno por el bien del país. El político y los partidos políticos están persuadidos de que el origen y el bien del país son ellos mismos. Asumen con naturalidad que al país no le puede pasar nada mejor que ser gobernado por ellos y, por tanto, que ese es el bien político por excelencia que deben poner a salvo.

Destaca una obsesión psicopática por el poder muy centrada en evitar que manden los otros, porque eso es lo peor que puede pasar. Asimilar la propia ideología con el bien del país y con el bien del sistema democrático es un allanamiento del pluralismo legítimo de las sociedades democráticas. En España vemos que esto se lo creen los que gobiernan y todos los que comparten su ideología, que son capaces de legitimar cualquier cosa y excusan cualquier atropello eludiendo cualquier tipo de criterio y de sentido común elemental.

“La política se ha vuelto sectaria en lo sociológico y vanidosa en lo subjetivo”

— En el libro habla de que un gobierno así genera esclavitud.

— Efectivamente. Así, el bien pierde su naturaleza libre y se convierte en obligado por un gobierno avasallador. Ciertas posiciones ideológicas han llegado a concebirse a sí mismas como la democracia y de esa manera han roto el principio de legitimidad de la alternancia. Y, aunque sus impulsores no estén dispuestos a recurrir a medios violentos, esa posición ya es violenta, porque plantea la alternancia como el mayor mal posible. Lo que estamos viviendo es una causa de la polarización.

— Cita una frase de Sófocles muy descriptiva: “La ciudad que pertenece a uno solo, no es una ciudad”. Tengo la impresión de que la política ha derivado en un sectarismo preocupante.

— La política se ha vuelto sectaria en lo sociológico y vanidosa en lo subjetivo. Eso que llamamos hiperliderazgo es la morfología psicosocial del déspota. Es lo que quiere decir Sófocles: una ciudad surge por la confluencia de sujetos que se tienen a sí mismos y no son tenidos por otros. La democracia ateniense es una democracia de propietarios en lo moral y en lo material. El hiperliderazgo introduce las singularidades de un sujeto en el sistema estructural institucional de un país. Es como un cíborg: en el exoesqueleto institucional del gobierno del país, de repente, aparece un elemento orgánico que es el líder político supremo. ¡Es una cosa monstruosa! ¡Un Leviatán moderno! Mientras tanto, la discusión pública se ha convertido en una trinchera. Apenas hay debate. La libertad de interpretación de la verdad es el contexto ideal para las rutas de fuga de cualquier gobernante.

— Contemplando este guernica actual, se intuye un cierto hilo conductor que relaciona conceptos como gobierno, supremacismo ideológico, mentira, polarización, tiranía de lo políticamente correcto, esclavitud, relativismo, corrupción…

— Es lo que los modernos llaman “un ecosistema” del poder desagregado del hábito de dar a cada uno lo suyo. El poder ya no es un servicio ni un ofrecimiento, sino una vía para disponer o conseguir mediante otros. La corrupción del poder es previa a la económica, y es más intensa y genuina.

— Y tiene que ver con algo muy gráfico: la podredumbre.

— No tener nada que ofrecer a los demás es la forma más radical de pobreza. Quedarse sin nada que dar genera mecanismos de apropiación y de enriquecimiento compensatorio. La gente que manda se ve a sí misma en un escenario donde los demás no le ven: están sometidas a la tentación de la gloria de la historia.

— Juzgar. Lo justo, con justicia y exactitud. Jueces. Medios de comunicación.

— El sistema democrático colapsa sin la separación de poderes y sin la discusión pública. Los jueces y los medios de comunicación tienen una especial responsabilidad para juzgar con justicia y con exactitud. En los últimos años, muchos medios se han convertido en secuaces, en el peor sentido. Es más, en este tiempo último destaca el peso desmesurado de la mala comunicación dentro de la política, y cómo eso genera un cierto sometimiento a la oportunidad de decir la verdad o a compartir lo que verdaderamente se piensa. Sólo se puede expresar lo que procede. Por eso no existen personalidades políticas con crédito público. Nuestros políticos comunican personalidades planas.

— Aunque no es muy común como verbo y su uso es raro a pie de calle, “esperanzar” significa mirar con confianza el futuro. ¿Cómo?

— La esperanza es una virtud paradójica, porque se da en situaciones contra toda esperanza. Hay motivos para la confianza, porque es evidente que los seres humanos son capaces de lo grande. Mi esperanza incluye una cierta inclinación preferencial hacia el optimismo, pero la esperanza es una afirmación positiva de la realidad que tiene su origen en las situaciones desesperadas.

— Si la vida es breve, y la filosofía, larga y compleja, ¿error del sistema?

— Si la filosofía fuera algo distinto que vivir, y puede serlo hasta derivar en un oficio, como sucede muchas veces con la filosofía puramente académica, puede convertirse incluso en una distracción de la propia vida. Pero la filosofía como dedicación humana por habitar comprensivamente la realidad nunca roba tiempo para vivir. Filosofar es vivir con una cierta plenitud natural.

Álvaro Sánchez León
@asanleo

2 Comentarios

  1. Los políticos han de leer esto. Tal vez sea tarde para algunos, pero siempre hay esperanza de que saquen la mejor versión de si mismos. Los que empiezan lo tienen mas fácil. Que grande Higinio!!

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