Marruecos abre el turno de las reformas democráticas en el mundo árabe

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¿Qué ha pasado con la oleada de rebeliones en los países árabes desde que cayeron las dictaduras de Túnez y Egipto? En estos momentos nos encontramos con un panorama muy diferente al de hace unas semanas, cuando todo hacía indicar un efecto dominó fulminante.

Por un lado, la insurrección contra el régimen libio empezó a perder terreno y hoy estaría casi vencida si la aviación de la OTAN no hubiera detenido la ofensiva de las fuerzas leales a Muammar El Gaddafi. Por otro, la resistencia del emir de Bahréin a dejar el poder, cuenta ya con la ayuda militar de Arabia Saudita, mientras en Yemen pasa algo parecido sin que el régimen de Abdullah Saleh se sienta demasiado presionado para pedir soporte militar a su poderoso vecino del norte.

En otras palabras, mientras tunecinos y egipcios esperan a ver en qué van a consistir las reformas constitucionales, puestas en marcha por los herederos del antiguo régimen, todo el proceso de cambios, salvedad hecha de Marruecos, parece suspendido en espera de ver el resultado de la rebelión libia, donde Gaddafi ha optado por la respuesta a la que ni Ben Alí ni Mubarak se atrevieron: bañar en sangre la sedición de sus disidentes. Bien es verdad que la Liga Árabe, después de largas dudas, ha decidido considerar “ilegítimo” el régimen de Gaddafi e, incluso, ha tenido la “valentía” de respaldar -con la oposición significativa de Siria y Argelia- una zona de exclusión aérea en Libia. Pero ningún país árabe ha movido un dedo para prestar apoyo a los rebeldes libios, como si todos estuviesen a la espera de que el presumible aplastamiento de la sublevación sirva de aviso a sus propios revoltosos. Y ahora, la intervención extranjera contra Gaddafi manda un aviso bien distinto.

Los jóvenes piden cambios

En todo caso, los sucesos de Túnez y Egipto, al margen de que en estos países termine por imponerse un sistema democrático “a la turca”, es decir, bajo la vigilancia del ejército pero sin compromiso alguno con la laicidad, han servido ya para que algunos dirigentes árabes hayan entendido el mensaje de los jóvenes que se lanzaron a la calle en demanda de libertad. El caso más paradigmático ha sido Marruecos, una monarquía que siempre ha presumido de ser la avanzadilla de las libertades en el mundo árabe y que está asentada sobre un “pacto” entre el Trono y el pueblo: la defensa por parte del rey de la religión y la cultura islámica, entendida desde la apertura al mundo occidental, a cambio de la sumisión -la llamada “be’ia”- al monarca.

Recordemos que los jóvenes que se lanzaron a las calles de las principales ciudades de Marruecos el pasado mes de febrero reclamaron algo tan insólito como la separación de poderes a modo de garantía de una reforma de las instituciones políticas y sociales. De hecho, esta separación existía en las repúblicas devoradas por las revueltas en la medida que los gobernantes no han ejercido la autoridad religiosa, asumida por los consejos de ulemas o doctores de la ley que, a su vez, han estado sometidos al poder.

En Marruecos, a pesar de que el rey ejerce un papel primordial como “Principe de los Creyentes” y guía espiritual de su pueblo, también existen movimientos “islamistas”, interpretado este término como una corriente político-religiosa que aspira a un mayor rigor en la aplicación de la “sharía” y un rechazo radical a las “innovaciones” que procedan de los países “impíos”, es decir, occidentales.

Téngase en cuenta a este propósito que eI islam no admite una única autoridad con capacidad para interpretar el Corán y adaptarlo a las circunstancias históricas. En el mismo Marruecos, a pesar de que la dinastía alauita basa su autoridad religiosa en el hecho de descender del profeta Mahoma, el propio rey siempre cuenta con el respaldo formal de los “ulemas” cada vez que introduce alguna reforma social o política. En realidad, todo el debate que sacude a los islamistas de las más diversas tendencias, desde el salafismo al yihadismo, se basa en la aplicación literal de la “sharía” o en su adaptación a las reformas democráticas. Es el viejo dilema de islamizar la modernidad o modernizar el islam. Como es sabido, este no ha sido el leitmotiv de la batalla que han dado los jóvenes en las calles.

Pues bien, Mohamed VI ha anunciado una reforma de la Constitución que, en principio, supone una separación de poderes hasta hoy insólita en una teocracia como la marroquí: el primer ministro solo será responsable ante el parlamento y no ante el monarca, no habrá limitaciones a la legalización de partidos políticos -es decir, podrán participar en las elecciones los islamistas- y se suprimirán los gobernadores civiles en el marco de una división del país en regiones autónomas, ya prefigurada con la absorción del Sahara. Por supuesto, el islam será la religión del Estado, pero se acentuará la libertad de culto en lo que el rey considera equívocamente como “libertad religiosa”, al tiempo que se abrirán las puertas a la igualdad plena de la mujer en la sociedad.

Miedo a la libertad religiosa

A la vista del programa de reformas cabe preguntarse si todo cambiará para que todo siga igual. La separación de poderes, que acaso sea el más audaz de los propósitos del rey, habrá que verla a medida que se aplica porque no hay antecedente alguno de que el rey haya dejado gobernar a un partido mayoritario sin intervenir directamente en temas que han sido siempre objeto de especial atención personal, como es la diplomacia y la política interior y de defensa. En todo caso, los cambios anunciados le han valido ya al rey marroquí los parabienes de todas las democracias occidentales, empezando por el rey Juan Carlos para terminar en Barack Obama, sin que se haya despistado Nicolas Sarkozy. Todo el mundo, pues, parece apoyar al rey cherifiano.

Pero ahora queda la prueba de fuego: ¿será suficiente para frenar la ola de descontentos? Ya se han registrado algunas tímidas manifestaciones de rechazo, pero será necesario esperar al próximo referéndum constitucional, que no tardará mucho porque ya se ha puesto a trabajar la comisión consultiva encargada de la revisión de la Constitución que deberá entrar en contacto con todos los partidos e instituciones sociales “sin ninguna excepción”, según las instrucciones del monarca. Que, por cierto, ha pedido a sus miembros que hagan gala de “ingeniosidad y creatividad”…

A su manera, Mohamed VI ha venido a afirmar que el islam es plenamente compatible con la democracia. Pero ¿qué democracia? Hasta ahora, para un Estado islámico el máximo de libertad posible consistía en un paripé de elecciones controladas por el poder mientras que en el marco religioso el techo estaba en la libertad de culto (en Marruecos hay numerosas iglesias católicas, heredadas de la época colonial aunque muchas de ellas están cerradas por falta de sacerdotes y de fieles). Y aunque ahora Mohamed VI haya expresado su voluntad de asumir la defensa de los derechos humanos en el marco de los tratados internacionales, lo cierto es que solo el día en que el islam no tenga miedo a la libertad religiosa podrá hablarse con propiedad de democracia. No obstante, el paso dado por Marruecos supone ya una evolución saludable…

En todo caso, es evidente que el mero establecimiento de sistemas democráticos formales en los países árabes, será ya un cambio fundamental en la cultura de este mundo tan próximo a Europa… y tan alejado en costumbres, aunque de ahí puedan surgir, a partir de ahora, dos corrientes opuestas: la que utilice la democracia para profundizar en los derechos humanos y el respeto a las minorías, y la que se aproveche de ella para recorrer el camino contrario, la reislamización de la sociedad a partir de una aplicación literal de la ley islámica.

En ambos casos, las sociedades emergentes estarán en su derecho de vivir de acuerdo con unas estructuras propias que nunca podrán ser impuestas según el “modelo” occidental. En consecuencia, pase lo que pase, el mundo occidental deberá también revisar la conducta seguida hasta ahora frente a este nuevo mundo que emerge del hambre, la sangre… y el sometimiento. Dicho sea sin entrar a analizar lo que vaya a pasar en Libia, el nuevo avispero que va a tener Europa en sus espaldas y que puede marcar comportamientos futuros.

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