Una vez el recuento de votos de un cónclave ha ofrecido un claro ganador, hay dos preguntas que se le hacen al cardenal elegido. La primera de ellas es si acepta el cargo de pontífice de la Iglesia Católica. La segunda, qué nombre elige para ser llamado a partir de ahora.
Lo cierto es que las dos preguntas reflejan la misma verdad: el cardenal elegido, al convertirse en Papa, deja atrás su identidad anterior para asumir su rol como Vicario de Cristo y líder de la Iglesia Universal.
El nombre ofrece muchas pistas de por dónde va a ir el pontificado que se viene. El Papa Francisco, por ejemplo, dejó clara su preferencia por los desfavorecidos al tomar por primera vez el nombre del santo de la pobreza.
Y León XIV no nos ha hecho esperar mucho para contarnos el porqué de su nueva identidad: “Hay varias razones, pero la principal es porque el papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial. Hoy la Iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo“.
Qué buena noticia. Qué necesario. Por muchas razones.
La encíclica de León XIII está considerada el documento fundador de la doctrina social de la Iglesia moderna, aunque las enseñanzas sociales de la Iglesia existen desde el origen del cristianismo.
Que León XIV quiera recordar al mundo que entre las ocupaciones y preocupaciones perennes de la Iglesia católica se encuentran las cuestiones sociales, el asunto fundamental del trabajo y la relación del ser humano con el orden social en el que habita es un mensaje sobre la vigencia del compromiso cristiano con el mundo contemporáneo.
Que el nuevo Papa esté convencido de que la Iglesia Católica es capaz de ofrecer al mundo sus principios de dignidad humana, bien común, subsidiariedad y solidaridad como bálsamo para los problemas del siglo XXI es un potente mensaje para aquellos que hablan de una Iglesia caduca sin propuestas para el nuevo mundo. Es la reivindicación de que las ideologías son insuficientes para responder a las necesidades actuales.
Dicen los gurús tecnológicos que con la inteligencia artificial, el hombre dejará de ser necesario para muchas tareas. Hay quien augura un mundo apocalíptico donde las máquinas subyugarán a las personas. También hay quien espera la utopía feliz en la que el hombre pinta, compone y se entrega al ocio mientras los robots asumen las tareas más pesadas que lastran la cotidianeidad. Las dos visiones no hacen más que certificar la muerte del ser humano.
Que el Papa preste atención a este tema augura un pontificado que defienda la relación entre el hombre y el trabajo como esencial, que reclame a los poderes legislativos y políticos las salvaguardas necesarias para que el ser humano no quede ahogado por la tecnología y que recupere el sentido del trabajo como vocación. Pero, sobre todo, será un pontificado que afirme la capacidad de la Iglesia de responder a los anhelos de la persona.
Al fin y al cabo, ¿no están todas las empresas poniendo ahora el foco en conceptos como sentido, propósito y misión? Si de algo puede presumir la Iglesia, es de que en este tema tiene unos siglos más de experiencia que cualquier departamento de responsabilidad social corporativa.